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El perro que se corre la cola: la estrategia K para las elecciones

¿Quién no ha visto a un perro sentado, que al ver su propia cola moviéndose, se para y comienza a correr en círculos, persiguiéndose su propio rabo? Quien lo haya visto, podrá entender sin más explicaciones la actitud que Néstor Kirchner, como presidente del Partido Justicialista, ex presidente y esposo de la actual Jefa de Estado viene llevando adelante con el objetivo de posicionarse para las elecciones de junio de este año.

Si bien se trata de comicios relativamente menores, donde sólo se renovarán cargos legislativos, e incluso en forma parcial, en la última semana Néstor Kirchner ha salido a plantear una estrategia claramente extorsiva, al asegurar que si el oficialismo perdía en los comicios y se quedaba sin mayoría parlamentaria, el país quedaría otra vez sumido en el caos de 2001.

Vale recordar que en 2001, Argentina entró en una crisis económica casi sin precedentes, donde el Producto Bruto Interno nacional había caído aún más de lo que se retrajo en otros países en situaciones de guerra civil.

Pero más allá de ese estilo de comunicación, como táctica, que rápidamente parece haber quedado desechado tras críticas desde todos los sectores, lo cierto es que la estrategia del matrimonio Kirchner es la de victimizarse sistemáticamente. Cuando no son los medios de comunicación los que atentan contra la gobernabilidad, son los referentes de la oposición, los dirigentes del agro, o cualquier otro sector de la sociedad.

El matrimonio presidencial da vueltas en círculo, buscando atraparse la cola, que podría ser la mejor estrategia de comunicación para ganar la simpatía de la sociedad, pero parece no darse cuenta que cuando llegue a completar la vuelta y logre morder el rabo que corre, será el suyo propio en que apriete entre los dientes.

De esa manera, los recursos apocalípticos a que vino echando mano Néstor Kirchner generaron inestabilidad económica, un principio de fuga de capitales de los bancos (plazo fijos o cuentas corriente), y el refugio en el dólar, que viene subiendo lenta, pero sostenidamente.

Cualquier posible “crisis” posterior a las elecciones de junio, y real o no, se ve acelerada por el propio discurso con el que se la busca evitar.

Pero no sólo ése problema enfrenta el matrimonio presidencial. Desde que la crisis comenzó a sentirse, en 2008, a nivel doméstico, y mucho antes de que la crisis internacional fuera una excusa funcional, el desencanto con respecto al Gobierno comenzó a extenderse.

Después llegó la crisis del campo, que terminó de romper lo que quedara del “enamoramiento” entre los sectores socio-económico-culturales medios y el kirchnerismo.

Y finalmente, la errática política de crear enemigos, identificarlos, ametrallarlos verbalmente, y luego fagocitarlos o bien reemplazarlos por otros, también fue haciendo mella en otros estratos de la sociedad.

Por esas cosas propias del partido peronista, los sectores más postergados de la sociedad son los que más fidelidad parecen sostener con respecto al oficialismo. Quizá sea la dependencia de las políticas sociales, que, aunque pobres, despliega el Estado Nacional, porque las estadísticas muestran que la tan mentada distribución del ingreso por parte del matrimonio presidencial es hoy peor de lo que era en la década de los ’90, cuando el modelo neoliberal estaba en su apogeo.

Con cada paso con el que se acerca a la cola que persigue, el metafórico perro que corre que representan Néstor Kirchner y quienes se encolumnan detrás de su proyecto parecen estar achicando más la posible ventaja en la intención de voto que hubieran logrado meses atrás.

Así, adelantar las elecciones no dio resultados positivos, como tampoco la pelea con los medios, los discursos apocalípticos, o la intransigencia ante la necesidad e diálogo con distintos sectores.

La brecha se acorta entre los candidatos oficiales y las listas que presenta la oposición para las elecciones.