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¿El buen judío?

Nací en un hogar del barrio de Villa Lynch. Provengo de una familia que sobrevivió la Shoá. Con esfuerzo me educaron en una escuela judía y llegué a formarme como maestro. Continué mi perfeccionamiento docente en Israel, lugar donde conocí a mi esposa. Tengo tres hijos y dos nietos.


Hemos respetado la tradición judía en todas las etapas de nuestra vida. Tuve el regocijo de guiar a mi hijo hacia la jupá (el altar), y en pocas semanas, si Dios quiere, tendré la dicha de poder acompañar a mi hija menor a casarse en la comunidad Bet El.

Es verdad, viajo en shabat y no observo estrictamente la kashrut. Más allá de ello, me considero un hombre generoso, trabajador y honesto, que ayuda a su comunidad en todo aquello que está a su alcance. En este sentido me siento un buen judío. Un buen judío que se pregunta, se cuestiona y ejerce el libre albedrío. Elijo sin ataduras, sin temor y sin castigo, porque percibo que debo ejercer mi libertad para poder ser judío.

El 18 de julio del 1994 era tesorero de la AMIA. Tenía en ese momento 40 años.  Estaba sólo a dos cuadras de la calle Pasteur, cuando la criminal bomba estalló. Corrí y llegué a ese mundo plagado de sangre, de dolor, de muerte y de escombros. Ese minuto de fuego cambió mi existencia para siempre.

Pasé las siguientes semanas, incontables días y noches intentando coordinar y ordenar con muchos otros dirigentes más, el proceso de reconstrucción; acompañando a los familiares, corriendo a la morgue, ayudando a enterrar a los muertos y llorando en secreto ante la trama de esas imágenes que me acompañarán toda mi vida.

El último sábado 18 de julio del 2009 acompañé a los familiares a depositar una flor frente a Pasteur 633. La voz corrió de alguna manera y resultó que vinimos unas 500 personas. No fuimos simplemente individuos, como nos describió despectivamente el presidente de la AMIA. 

Más allá de nuestra presencia, sorprendentemente estuvieron el Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández y el Agregado de Comercio en funciones de Embajador de los EE.UU, Thomas Kelly. Nadie eligió que fuese shabat. Tampoco nadie lo provocó. Ocurrió accidentalmente en el calendario. Nuestra presencia fue respetuosa. No fue invasiva. Sin discursos. Sin pancartas. Sin proclamas.

Estuve allí como amigo, como judío, como miembro de mi comunidad y como ex Presidente de AMIA, recordando a las víctimas que no están y acompañando en el abrazo a los familiares.

Con dolor me enteré que el actual presidente de la AMIA, Guillermo Borger, está indignado y nos descalifica. Pero yo me pregunto como lo haría cualquier otro judío: ¿Acaso quebramos la tradición por el hecho de haber estado frente al edificio de la AMIA?

Quisiera recordarle al presidente de la AMIA que él representa en su función a todos los miembros de la comunidad: laicos, conservadores, ateos, seculares y  ortodoxos por igual, y que acorde a esa función no le cabe juzgar al resto, sino comprenderlos desde la humildad.

Qué lástima que Guillermo Borger no se disponga a preguntar, sino a sentenciar. Qué lástima que desatienda a quienes no piensen como él. Desde mi espacio, prefiero mantenerme del lado de la pregunta, que permite a los demás ejercer la diversidad y la pluralidad.

Estimado Guillermo, el dolor no diferencia entre laicos y religiosos, como no distinguió en la segunda guerra mundial, ni el 18 de julio de 1994. Por eso te invito a pensar en términos integrativos, plurales y diversos.

Ser Presidente de AMIA significa apreciar a todos los judíos por igual y respetarlos, encontrando equilibrio entre tradición y modernidad, rechazando de manera categórica el pensamiento autoritario y acompañando aquella máxima de Elie Wiesel: "ser judío no significa pretender que el mundo sea más judío, sino que sea más humano".