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¿Y si no se moría?

Una tarde llama mi amigo R y me dice: -¿Qué hacés el jueves a las siete?
- Zurzo medias o termino de bordar el tapiz en punto cruz. Depende.


- Siempre tan hacendosa. ¿Qué tal si nos encontramos a tomar un trago en el Plaza?
- Un trago, ¿yo? ¿Sabés con quién estás hablando?
- Podés tomar otra cosa. Quiero que conozcas a S. Vino por trabajo, es divorciado, le hablé de vos, se hospeda en el hotel y quiere conocerte.
Antes de contestar le pregunté cuántos años tenía, a qué se dedicaba, cuánto hace que se separó, por qué vive en otro país, cuánto tiempo se queda y algunas cosas más. R contestaba como podía: inventando.
-Te espero el jueves a las siete.

Irrumpí el jueves en el lobby del Plaza mientras pensaba en quién iba a retirar la ropa del lavadero, el nombre de algún gasista arregla-calefones y la mancha de humedad en la pared ¿cómo se produjo?. Cuando me detuve, mi amigo, cual  Pigmalión, me tomó del brazo y avanzamos hasta llegar a algo así como El Jorobado de Notre Dame.

Si tan sólo fuera un problema de peso, habría solución. Con una dieta de 600 calorías y un bozal sabiamente dispuesto en horarios pico, o sea, cuando hay que cerrarlo, el hombre marcharía sereno hacia un feliz adelgazar. El problema no era el peso, sino que conformaba una "gestalt" que mi amiga Clara hubiera llamado cortita, bajita, anchita y feíta. La verdad es que no era jorobado, pero con un poco de paciencia lo sería.
El Jorobado de "Votre Dame", obnubilóse ante mi llegada. R hizo las presentaciones y desapareció. 

Cuando nos sentamos me ofreció whisky, champagne, vino blanco, vino tinto, un martini, tequila, daiquiri. - Gracias, ya no bebo - le dije. - Entonces ¿algo sin alcohol? Una Coca, jugo de naranja, de tomate, una Ginger Ale, una Schweppes. - No gracias, sólo bebo agua -. Ordenó una Perrier. - De la canilla y con dos cubitos - agregué. Él pidió tres whiskys. Fuimos a comer.Yo lamí una aceituna con su correspondiente carozo. Él probó suerte con un medallón de lomo incrustado en dos huevos fritos.O al revés. Prefiero no recordar.

En un alto de su masticación comenzó a hablar de óperas. Alguien le habrá dicho que no debía referirse únicamente a sus pertenencias y futuros emprendimientos; que la ópera da brillo, luce, y que a mí me gustaba. Y a mí me gusta, aunque no conozca todos los argumentos. Por eso, cuando me pareció que mezclaba hechos de la vida real con la trama ficcional me callé la boca. Pero no aguanté mucho rato. Llegó a decir que la Callas vendía cigarros en su juventud para sobrevivir, en alusión a Carmen, quiero pensar.

Con el invento de los hermanos Lumiére, el cine, tampoco le fue mejor. Le fue razonablemente bien cuando arremetió con las guerras. Desde las del Peloponeso hasta las del Oriente Medio. Ése era el medio en el que mejor se desenvolvía, además del whisky. Sin duda la guerra producía en él lo que en otros produce la Callas. Comenzó tranquilo para seguir en un crescendo articulado hasta llegar a un solo, sostenido únicamente por él. Era un defensor de la paz a cualquier precio, incluida la guerra, si fuera necesario. El conflicto del Medio Oriente es un tema complicado que no se puede abordar tan sumergida como estaba yo en mi calefón y él en sus ocho whiskys.

Así las cosas, hombre tonto no era, dijo: - Mañana me voy. Si querés, hay un pasaje para vos.
- No puedo, mañana tengo mucho que hacer. No le dije lo del calefón.
Continuó, desoyendo mi respuesta: - Te propongo algo: casáte conmigo. Te conviene. Soy rico, fumo cuatro atados de cigarrillos por día, bebo y ya tengo cinco by-pass. Soy hombre muerto. No vas a tardar mucho en ser mi heredera.

Esbozó un plan de vida no superior a los cinco años, al cabo de los cuales el dinero me inundaría. Era un hombre excesivo, sin duda. Debía responderle por la mañana. ¿Y si la ciencia producía un enorme salto y este hombre vivía más del tiempo estipulado? ¿Cómo podía asegurar con tanta liviandad que se moriría en los próximos cinco años? ¡No se juega así con el proyecto de la gente! ¿Y si no se moría?

Al otro día le respondí diciéndole que no podía embarcarme en una aventura a tan largo plazo, y para agradecer el despliegue de la noche anterior le hice llegar un cajón de whisky, cinco cartones de cigarrillos y una gruesa selección de embutidos con una notita que decía: "todo lo que siempre quisiste comer, beber y fumar y no te atreviste".

A mí no me daba el estómago; el suyo era de hierro. Lo pensé fríamente, era invierno y no encontraba quién arreglara el calefón. Cinco años pasan rapidísimo, reflexioné, apoyada en el calefón y en las últimas teorías de la aceleración de la historia. Era evidente que mi ideología había cambiado. ¿Acaso no soy mujer?

Estaba saliendo para Ezeiza cuando sonó el teléfono. Era el artífice de mi cambio de vida. O sea R. - No puedo atenderte. Estoy saliendo para Ezeiza.
- Tenés que atenderme y no ir a Ezeiza.
Lo mató el último bocado de cantimpalo o mortadela que le regalé.
Era un hombre tan apresurado que se adelantó a su propia muerte. Calculó mal.
Deshice la valija, ordené mi ropa y me dediqué a pensar - seriamente - en quién arreglaría el calefón.

Fuente: Diario El Día de La Plata. Revista del Domingo - 23.8.09
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