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Un hombre se te queda a dormir


Un hombre se te queda a dormir. Y bien, son cosas que ocurren. No es para toda la vida, aunque una nunca sabe hasta cuándo es toda la vida. Toda la vida puede ser... esa noche.
 

El hombre era un macizo ejemplar porteño exportado a otras latitudes que decía tener "una gran experiencia en todo". Como no vive en la ciudad que lo vio nacer sería injusto decir que era un porteño fanfarrón. Decidimos de común acuerdo encontrarnos en mi casa. Entre bromas, chascarrillos y más bromas - con una clarísima y contundente idea de cómo quería yo concluir la velada - le ofrecí un trago.

- Servite lo que quieras mientras termino de arreglarme - dije. El hombre bebió como si tuviera mucha sed y estuviera en el desierto en un día muy seco. La amable charla estaba llegando a su fin. Decidimos divertirnos de otro modo. Pasamos a mi cuarto.

Primero se sacó los zapatos, luego la camisa y por último el pantalón dejando ver, a pesar de la luz débil, un abdomen pronunciado que yo no había advertido antes. Las panzas no me molestan tanto como la calvicie mal tratada, es decir, sin una afeitada total. Hasta pueden llegar a ser queribles.

Me ocurrió dormir en hoteles con malas almohadas y querer "la panza que me diste aquella noche" para apoyar mi cabeza. Denotan una compulsión a la comida y a la bebida que me enternece, una falla indomesticable que me hace recordar eso de: "al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen", que en nada cambia mi delicada atracción hacia ellas.

Se metió en la cama y dijo: - Te espero. Estaba claro que no me ayudaría a desvestirme y que su plato fuerte era la comida, mucho más que las preliminares eróticas. Permanecimos un tiempo en esa posición de reposo. Súbitamente el macizo ejemplar porteño comenzó a experimentar transformaciones debidas a actos involuntarios, eso creo, que francamente me incomodaban.

Transpiraba, se sentaba, se acostaba, se arrodillaba, me miraba, sonreía y gemía. Ese era el orden de las cosas. Luego de la quinta repetición de esta extraña serie fui al living y vi la botella abierta y el vaso de ron a medio terminar. Recordé quién la había traído y lo poderoso que me había parecido su contenido.

Decidí comandar el difícil aterrizaje, ya que en mi casa no solamente mando yo, sino que al otro día recibiría un importante contingente representativo de la fauna urbana "middle-aged" rioplatense. Festejaba mi cumpleaños. Y el señor no estaba invitado.

- ¡Quedate acostado, yo llamo a la ambulancia!- le grité.

La ambulancia nunca llegó porque jamás la llamé.

El grito siempre es tranquilizador, y por paradójico que resulte, el damnificado siente que hay alguien que maneja la escena, que no morirá en medio de un silencio exterior y ruidos provenientes de su sistema gástrico.

Fui a la cocina a prepararle un té. Cuando volví a la habitación no lo encontré. Lo busqué por toda mi casa. Regresé al cuarto, volví a levantar el tono y dije: -¿Dónde te metiste?

Primero asomó una cara y luego un cuerpo de abajo de la cama, muchísimo más robusto que como Dios lo trajo al mundo, pero igual de desnudito.

Su reacción al grito fue milagrosa y sabiamente lanzada en el inodoro, luego de lo cual se durmió en algún lugar. Me bastaba con escuchar su respiración. Hice lo mismo en mi cama; sola. No soy tan decidida como parezco en las fotos, pero si no le gritaba, los dos lo hubiéramos pasado muy mal y, no podía privar a mis amigos de una fiesta. El hombre se fue tarde, es decir temprano, pasó por mi cuarto a retirar sus pertenencias.

- Te llamo - dijo. No le contesté.

Mi angustia vino después, cuando él ya no estaba, por lo que pudo haber sucedido si no sucedía lo que afortunadamente sucedió, que es lo mejor que pudo haber sucedido. Mi angustia surgió de lo probable, de lo posible, de lo que no fue.

Su malestar se debió, según supe después, a tres chorizos, dos morcillas y matambre arrollado con hilo sisal, que en el país donde vive debe ser de mejor calidad. Lo que le hizo mal fue el hilo sumado al alcohol. Descubrió que comiendo primero el matambre, luego las morcillas, por último los chorizos y teniendo la delicadeza de deshilar los embutidos puede tomar ron a discreción.

Pensé: si sos mujer nunca invites a tu casa a nadie antes de dar una fiesta, se te puede "quedar", privarte del jolgorio y arrojarte a una angustia evitable. Si sos varón te angustiás siempre, sólo que las más de las veces, suelen pasar días, meses, años, décadas o una vida antes de darte cuenta. La fiesta transcurrió de maravillas.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo
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