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Lo que no está prohibido ¿es obligatorio?

-¿Sobre qué escribo?- le pregunté a mi tía. Estábamos en una playa del Uruguay un enero opacado por algo parecido a la corriente del Niño y toda su familia, lo que me obligaba a vestir bikini y pasamontañas simultáneamente.


-¿Da plata escribir?- inquirió ella, para proseguir. -Claro que a algunos escritores después de muchos años les va bien. Como yo ya cumplí demasiados años, mejor me saco el pasamontañas, me pongo los ruleros y me meto en la cama, pensé. Estaba en eso -iba por el tercer rulero-, cuando se me acercó y me dijo: -¿Por qué no te ponés un lindo vestido, te arreglás ese pelo y te vas al Casino? Siempre hay gente... -Que juega- agregué.

Me encontraba en uno de los lugares más lindos del mundo, donde tenía la obligación de disfrutar y la sensación de que todos la pasaban fantástico, menos yo. Elegí la palabra fantástico ya que es el adjetivo que más se escucha en esa playa. No fui al Casino. Terminé por aceptar una invitación que me hacían por teléfono, bajo la mirada de mi tía que subía y bajaba tanto su cabeza como su dedo índice y profería un sonido mudo que decía: ¡¡Sí!!

Y ahí estaba esperando a un atlético que me pasara a buscar a la una de la mañana. Si lo esperaba despierta estaría de un pésimo humor. Si lo esperaba durmiendo, para cuando llegara y por efecto de la pastilla que tomo para esos menesteres, debería despertarme la policía uruguaya que, suele ensañarse con el veraneante que se acuesta temprano.

-¿Qué hago hasta la una de la mañana? -le pregunté al atlético.- ¡Escribí! -me contestó el muy pragmático-. Los atléticos suelen ser pragmáticos. Una que casi me obligaba a salir y otro que me ordenaba escribir. Y yo que hubiese preferido ir a la cama a mirar televisión con los ruleros. Así de triste es la vida en la playa cuando una debe ser feliz.

Me tranquilizaba pensar que cuando llegara a Bs. As. volvería a mi color, el blanco teta y al ceño fruncido y preocupado que extrañaba y a comer a reventar. Es que la sonrisa eterna, mi piel levemente oscurecida y mi buena predisposición me esquizofrenizaba. Ya no sabía más quién era.

Un ejemplo: sonaba el teléfono y otro atlético, no importa cuál, me invitaba a ver el atardecer. -OK, vamos. ¿Esa era yo?, me preguntaba. ¿Qué se había hecho de mí?

-En diez minutos nos encontramos. Y efectivamente a los siete minutos y medio ya estaba lista. ¡Y con una sonrisa!

Recuerdo que me preguntó: -¿Te gusta hacer windsurf?

-No te preocupes, prefiero leer mientras vos hacés windsurf. Eso es para mí la felicidad: que el otro se entretenga en algo y yo poder leer. De vez en cuando levantar la vista, constatar que no se escapó, y volver a lo mío.

Fuimos. Nos detuvimos en cuatro playas, bajamos la misma cantidad de veces del auto, caminamos cada vez hasta la casilla y él preguntaba, por el viento, que si conviene que si no conviene, que la tabla, que un montón de cosas previas a que yo pudiera ponerme a leer.

Esa vez, los vientos no quisieron que me entretuviera con lo que me gusta. En cambio, caminamos juntos "para ver el atardecer". La playa era un lugar perfecto. De tan perfecto me daban ganas de volver al auto, prender tres cigarrillos y leer cuatro novelas. Pero no lo hice, soporté la naturaleza como una militante de Greenpeace y, casi me pongo a gritar ¡No destruyan el Planeta, no se olviden de que hay osos pandas y ballenas en él!

Lo soporté hasta el momento que dijo: -Me gustaría que te metas en el agua. Yo busco una toalla-.

- ¿A mí me hablás?- le pregunté sorprendida. -Sí, claro, ¿a quién va a ser?-

¿Cómo le digo que sólo me meto al agua con 40° a la sombra, 52° al sol y me salpico hasta las rodillas? ¿Es que tengo que explicarle que no soy deportista ni romántica?

-Sabés, yo soy una dama más de escritorio- le dije, tratando de hacerme la romántica, por eso usé la palabra "dama". ¿Cómo pueden dos personas ser tan diferentes y gustarles a ambos la Coca Cola light?

Ahora, que ya estoy ebria y dormida, ¿puede aún ser más desencajado el destino? Debo salir, hablar, cuando ya hace un rato se durmió mi tía, el teléfono dejó de sonar y yo no he cruzado ni descruzado palabra con nadie. Tampoco escribí. Tengo que pintarme la cara al mejor estilo La Felicidad, ah-ah-ah-, y a punta de sonrisa mantener una conversación que no me llevará a ningún sitio, más que al lugar donde me encuentro, sólo que mucho menos sobria y más dormida.

Me acaba de llamar. No va venir a la una. Va a venir a las dos. Esta vez le voy a decir: -¡Tomemos tres Margaritas, más dos Tequilas Sunrises antes que nada, vayamos a la disco que está a una hora de aquí y desafiemos a los patovicas si no nos dejan entrar. Hagamos sonar los CD de tu cuatro por cuatro a todo lo que da. Bailemos como robots descompuestos a toda marcha. Pero eso sí, yo voy con la salida de baño, anteojos oscuros, la gorra de baño y ya que estoy me quedo en la playa, así se me acortan las vacacioes.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 27.9.09

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