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Una visita al médico

No me gusta hablar de enfermedades, pero cada tanto hay que hacer chequeos personales y familiares. En el caso que hoy me ocupa, se trataba de acompañar a mi padre a una de sus visitas regulares a un médico que tiene muchas bondades, pero fundamentalmente, la de creer que tiene todo el tiempo del mundo.
 

Yo no soy tan joven; mi padre menos. Ese día me preparo; tomo un masaje relajante previo a la visita y dos descontracturantes después.

La sala de espera es un ambiente relativamente pequeño sembrado de paraguas, bastones, andadores y personas. Si es invierno, a la hora y media de esperar que llegue el galeno, termina convirtiéndose en un sauna. Si es verano, también.

Como cada visitante tiene un celular, los ruidos se suceden sin descanso. Después de tanto sauna y la edad que no ayuda, nadie reconoce el sonido de su propio telefonito. Cada vez que suena uno se escuchan voces: ¡Es el tuyo!; ¿Es el tuyo?, ¿Será el mío, pero si no lo traje?, Señor, le está sonando el celular.

- Señora, desde que uso el marcapasos, el médico me prohibió el celular. No es mío.

¡Hay un celular que está sonando! grito para que deje de hacerlo. Me contesta la secretaria: -No es un un celular, es el portero eléctrico.

Esta sinfonía de ringtones, sumada a la música de la radio clavada en una estación -disco-pop-music- de los '80, preferible a la música celta, que la secretaria del doctor usa para tapar los ruidos de cualquier naturaleza, voluntarios e involuntarios de los allí presentes, es enloquecedora e insuficiente.

El médico aún no ha hecho su aparición. Si creyéramos que se encuentra salvando una vida, nos lo bancaríamos, pero si como a mí, nos asalta la idea de que está jugando una partida de póquer o un doble de tenis y no puede dejar a su compañero, nos dan ganas de salir a la calle a asaltar gente.

En cualquier sala de espera (ya sea a Godot o al Mesías) no todos tienen el mismo estatuto. Hay gente top y pacientes. Por ejemplo, si ves una mujer joven, bien lookeada, con pollera tirando a corta y una bolsa de plástico opaca con el logo de un laboratorio llena hasta al tope, no te alegres: ella pasará primero. Es Vanina, la visitadora médica. Después pasan los varones trajeados con corbata; son sus pares masculinos. Los reconocés porque tienen trato directo con la secretaria. Se le acercan y le dejan un regalito en el escritorio, además se llaman entre sí por el nombre de pila. El resto nos llamamos por el apellido.

Otra figura que casi nunca falta, es la del señor o la señora que pensó que ganaba tiempo si de paso y ya que estaba en la zona, se acercaba a pedir un turno. Wrong. Contabilicé 55 minutos de espera para un señor que cuando se acercó, la secretaria le contestó: -Imposible, no tengo turnos para el mes que viene, además los próximos veintiocho días el Dr., estará en un Congreso. Llame por teléfono. Creo que el señor dijo: -Si lo atendieras, llamaría...

Una vez que llega el médico y dice mirando al piso: -Perdón, se me hizo tarde-, la gente que consiguió una silla, se acomoda. Recién en ese momento comienza la verdadera espera.

Después de los visitadores, pasan los que solamente necesitan recetas nuevas. Luego escuchás al médico hablar solo y pensás que está un poco crazy. Y lo está. Alguien que piensa que tu tiempo vale mucho menos que el suyo, mañana puede nombrarse Napoleón y caminar con una mano adelante y otra atrás como el corso, haciéndote creer que está pensando en el diagnóstico, cuando en verdad está pensando en cómo invadir Rusia.

La secretaria nos anuncia que el doctor está respondiendo llamados. ¡Ah!, decimos aliviados. Cuando ya nos disponemos a pensar que es inminente el comienzo de la consulta, la misma secretaria dice: -Permiso, permiso, cuidado con la bandeja que llevo el té para el doctor. Uno entra sano y sale enfermo de los nervios, que es junto con el tránsito lento y el intestino perezoso una de las dolencias más difíciles de curar. ¡Es que después de esto, ya no se quiere ir al médico!

Eso sí, cuando te atienden, atienden. Atienden además a cinco consultas vía Internet y algún que otro llamadito de un familiar cercano, tipo un hijita que está aprendiendo a decir papá y se entrena por teléfono.

Otro factor que hay que tener en cuenta y cruzar los dedos para que salga bien, es la confección de la receta y la compra en la farmacia. Me sucedió que luego de esperar no digo tanto, 35 minutos, el despachante me dice: -No sirve esta receta.- Lo miro y no contesto. Continúa: - Le falta el punto en la i y en la j. La tiene que volver a hacer o dígale al médico que la salve. (¿Quién me salva a mí?, pienso.) Salud Pública no me la acepta y ya que está, hágala autorizar.

¡Y ya que estoy, me hago amiga de Palito Ortega, le pido que me salve y me recluya en su quinta como lo hizo con Charlie García! No me importa engordar, le pediré, eso sí, que me deje salir para seguir acompañando a mi padre a la consulta.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 18.10.09 

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