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¡Que vuelvan los hombres!

En mi larga lista de sujetos masculinos conocidos he hallado una flor, no para poner en el ojal, sino para ubicar en florero ajeno. El sujeto en cuestión debe acusar unos cincuenta años y triplica el número cuando hablamos de su cintura. Una flor del Edén no es, más se parece a una planta carnívora, omnívora y parlante.
 


Ciertamente es el que me corresponde en edad, tamaño y el espesor lo dejamos ahí, en stand by. Siempre se lo puede disminuir si se consigue un candado tamaño baño con cierre de acrílico, para no dañar su boquita.

Como de costumbre, cuando conozco a un señor, salgo a comer. A él se lo veía muy cómodo, ya que comía como era su costumbre: con la boca abierta, celebrando las bondades de la comida y alguna que otra interjección ruidosa, que yo supe que no provenía de su boca, sino de otro orificio corporal. Ahí me asusté.

Comía con cubiertos, eso sí. Cubiertos que limpió afanosamente durante doce minutos y medio con un "carilina" que extrajo de su bolsillo. No sólo limpió los de él sino los míos también. Total que veinticuatro minutos de la comida estuvieron destinados al aseo de la cuchara, tenedor, cuchillo y cucharita. Luego limpió copas y platos. ¡Cómo me gusta un hombre tan dedicado... a su neurosis!

No sé por qué me interesó el modo de limpiar el cuchillo. Dejémoslo ahí, en stand by.

Comimos más que rápido ya que comenzaba la película que íbamos a ver. Nada sabía yo de sus hábitos de limpieza. Tampoco conocía ese empecinamiento en usar un resaltador amarillo para destacar el precio de la comida en la cuenta y de su posterior anotación en sendas libretitas, una para cada bolsillo de su pantalón. La discusión generada con el acomodador porque no encontraba las localidades, y eso porque no hallaba los anteojos, mejor la salteo.

Yo, que soy una devoradora de películas, no recuerdo el nombre de la que vimos; estaba más preocupada por mi integridad física que en recordar el título. Sabía que no había que alborotar a este señor; nada bueno podía esperarse de alguien que limpiara tan bien los cuchillos. Porque él ya era un asesino serial para mí.

Antes de regresar a mi casa, me propuso tomar un café en cualquier sitio. Fuimos a cualquier sitio. El hombre recitó una serie de desgracias de su agitada vida. Hijos, ex-mujeres, ex-fábrica, todo ex. En ese momento me di cuenta de que hasta los asesinos seriales tienen corazón, ya que no es tan simple encontrar una presa. Y yo que estaba ahí, sentadita, como servida para el posterior cuchillazo. - ¿Querés una torta? - No como postres, - le contesté aunque me moría por una, pero las tortas las como con cuchillo y tenedor. Y no era cuestión de servirle todo en bandeja, y que en ésa exhibiera mi cabeza, como la de Juan el Bautista.

- Quiero volver a mi casa -, le dije, con fingida serenidad. No me puse a gritar como desaforada ¡¡¡quiero volver a mi casa!!! Yo, cool.

- Sí, claro, pero antes tenemos que buscar el auto - contestó. Ahí me di cuenta de que a los asesinos seriales no les disgusta la muerte violenta. En plena Avenida Libertador expresé mi voluntad de bajarme del auto si no aminoraba su marcha. En plena Avenida Libertador, clavó los frenos, se bajó del auto, vino hacia mí y me dijo: - ¡Manejá vos!

Levanté la voz y le contesté: - ¡No manejo autos ajenos! - Y como si el grito lo hubiese tranquilizado, volvió a su asiento mansito, manejó a velocidad prudente, me dijo que lo había pasado muy bien y si me podía llamar otra vez.

- Claro -, contesté, cuando quieras -. Y ahí fue cuando tuve la revelación de la noche. ¡Era un masoquista que me estaba enseñando cómo le gustaba ser dominado: con cuchillo, a toda velocidad - como en el cuento Crash de Ballard - y esmerada limpieza como en la psicosis del ama de casa tan bien descripta por el Dr. Freud!

Es sorprendente el vuelo de la imaginación cuando una no tiene demasiadas ganas de salir. En esos casos, lo mejor es entregarse a este vuelo y continuar con tu propia novela. En mi caso: la del joven que toca a mi puerta con una super lap-top y se ofrece a actualizar, organizar y limpiar mi computadora. Y por si fuera poco, diseñarme un blog único por su originalidad.

Volviendo a la realidad, a decir verdad puede que el señor no fuera tan asesino serial, sino más bien un asesino cereal. De ésos que cuando agarran una caja de korn flakes o zukaritas, la tragan, la terminan en un abrir y cerrar de caja y luego la pisotean, que en cierta medida es asesinar a la pobre cajita.

De todos modos esta experiencia me sirvió ya que me condujo a la misma pregunta que se formuló el maestro vienés, luego de indagar el alma femenina: ¿Qué quieren las mujeres? Durante años los psicoanalistas llenaron ese agujero de ignorancia con múltiples respuestas, cada una más psicoanalítica que la otra. Mi tía, mujer simple y hermosa respondía: "salmón ahumado". Su hijo, hombre poco agudo, afirmaba: "molestar" y yo, que soy de la misma familia, digo: "que vuelvan", aunque no sepan diseñar un blog original.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 25.10.09
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