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Como te ven te tratan... y si te ven fumando te maltratan

No soy tan moderna como parezco en las fotos. Todavía fumo -poco-, a escondidas, cuando nadie me ve, ni se nota. Este año, con un semi firme deseo de dejar de fumar y tras ahorrar unos dinerillos me dirigí a la farmacia y pedí los comprimidos de venta libre -¿de humo?- que me había recomendado un amigo economista. O sea, le faltaban todas las materias para recibirse de médico.


Elegí los indicados para fumadores que encienden el primer cigarrillo dentro de los treinta minutos luego de levantarse de la cama, como si yo tuviera la voz de Alfio Basile en un día malo. De este modo, trataba de engañar a la industria estadounidense dueña de la patente, y todo iría más rápido. Dejé para el fin de semana la decisión de abrir la caja. Llegó el sábado y con él la apertura. Parecía hecha para que ningún humano la abriera: ni niños, padres o abuelos. Generaciones enteras de gentes incapacitadas de abrir la caja para llegar al tubo que contenía las pastillas. En un costado decía lo que dicen todos los medicamentos de venta libre: "Ante cualquier duda, consulte a su médico y/o farmacéutico". Obvio, consulté al segundo. Dos personas intentaron abrirla, pero debían seguir trabajando en la otra caja, la de recaudación. Una señora, cansada de esperar que la atendieran dijo: -Vas a tener que comprar un cuter, con la tijera no vas a poder-. Este tuteo no anunciaba nada bueno. Desaparecí no sin antes agradecer a la gentil señora que me mandó a... comprar un cuter.

Compré el cuter que me costó casi tanto como las pastillas. Volví a mi casa y aunque me costó manipularlo y tras una leve cortadura, logré abrir la caja. Una vez que la desplegué, leí atentamente durante una hora y veintisiete minutos las instrucciones. Daban miedo. Como el Comité de Acciones Antinorteamericanas de la época de Mc Carty. Encendí el primer cigarrillo del día. Eran las 16.30.

Aún no había llegado a las pastillas apiladas en el tubo de aluminio. El verdadero problema lo suscitó el intento de su apertura. Lo miré de cerca, de lejos, de arriba, de abajo, lo di vueltas sobre mi mano. No entendía el dibujito de líneas rectas, flechas, arcos y alguna que otra oblicua en la tapa, que no era a rosca. Eso parecía un plano de arquitecto en corte transversal para la instalación de algo, donde no había nada, ni espacio.Y de un estudio de arquitectura moderno, con muy pocas aclaraciones en idioma oficial.

En ese momento prendí el segundo cigarrillo. Cuando decidí abrir el tubo a pisotones y para darme valor, arremetí con el tercer cigarrillo. Ni se abolló.

Lo dejé reposar a él y a mi persona. Recién hoy, que ya han pasado tres meses y no lo necesito, advierto que esa línea circular representa la yema de un dedo y que la otra línea que aparece conforma la uña.

Di a interpretar el esquemita a un ingeniero. Puede que no fuera el mejor de su promoción; tampoco lo entendió. -Seguí fumando- me dijo, total fumás poco. No era el mejor de su promoción.

Más tarde, cerca de las tres de la mañana, extenuada, apelé al OM, que no es mi estilo habitual, y le susurré a la cajita con buena onda-¡Abrete Sésamo! tampoco se abrió.Por azar apreté un saliente de la tapa y se destapó.Total que ese día y parte de la madrugado fumé diez cigarrillos; el doble de lo que fumo habitualmente.

Al día siguiente, tomé la dosis media recomendada: cinco pastillas.Con esos guarismos me manejé durante las veinticuatro grageas del tubo.Compré una segunda caja. Canchera, la abrí y seguí el mismo régimen de tomas.

Empecé a sentir que me faltaba el aire. Fui al cardiólogo; le conté qué estaba tomando. -Eso no le puede hacer mal - .Me hizo una prueba de capacidad torácica que dio perfecta y respondió: -Está angustiada, ¿por qué no va al psicoanalista?-

-¿Otro más? Cómo no voy a estar angustiada si no puedo respirar, casi le contesto, pero él ya había desaparecido.

Me encontré con una amiga, quien me recomendó hacer yoga.- El yoga es lo mejor para la respiración.- Cuando la tenés-, le contesté como a la caja, con buena onda. Por la noche llamé a un médico de guardia para que me viera en mi casa. Me tomó la presión, que estaba perfecta y aseguró:" no es nada, ya se la va a pasar".

Cuando no me dio más el bolsillo, discontinué la compra del "ayuda a renunciar al cigarrillo de venta libre". Casi inmediatamente noté que mi respiración volvía a su estado normal: el angustiado natural, sin agentes artificiales.

Ante la batalla inconclusa en contra del cigarrillo me he armado de un dispositivo: fumo de a cuatro pitadas no más de cinco cigarrillos por día, como pastillas dietéticas, miro a Lanata por televisión sólo para verlo fumar, y continúo pensando en el placer que me da imaginar que la solución a un problema va mejor con un cigarrillo encendido. No lo puedo ni quiero evitar. Mientras espero que el cigarrillo electrónico sea aprobado por la FDA -que es la Administración de Alimentos y Fármacos de Estados Unidos-, para que luego haga lo propio nuestro ANMAT, leo y releo a Cabrera Infante, el escritor cubano que más admiro y celebro, en "Puro humo", donde repasa las anécdotas de grandes fumadores del cine y la literatura con Groucho Marx a la cabeza, el humorista americano que más admiro y celebro pasando por Humphrey Bogard... ¿Adivinen? Bien, adivinaron.

Lo hago en un bar libre de humo. Para una simple costurerita de la palabra como yo, es lo que más me ha ayudado a bajar los niveles de nicotina en el cuerpo. Eso y la espera de cambiar el semi firme deseo por un firme deseo de dejar de fumar. Lo demás es puro humo.

Como no me ven fumar no me maltratan ni levantan pancartas que dicen: "Smoker go home".

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 8.11.09
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