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Júpiter y los knishes de la consuegra

Fue una noche extraña; comenzó mal pero terminó en bienaventuranza. El taxista me dijo "tenga cuidado que es un barrio peligroso". ¿Por qué? ¿Es zona de terremotos? ¿Acaso se trata de arenas movedizas chupagentes?


¡Ah, sí, ya sé, usted cree que, como dice la tele, en Buenos Aires todos son asesinos y ladrones! Pagué el viaje y espeté chau. Estaba en el bajo Flores y no encontraba la dirección que me habían indicado; por suerte aparecieron dos pibes con cara de sospechosos y me dieron una mano. "Doble a la izquierda y camine dos cuadras", me dijeron. Y llegué al Flores Club (Quirno 947), pensando en cómo hacer para encontrar una vacuna contra los prejuicios, contra la insoportable densidad de los noticieros. ¡Uf!

Por suerte, allí se encontraban mis queridos amigos Rubén y Laura Zilber, felices de toda felicidad porque la mayor de sus hijas, doña Patricia, festejaba bodas, y por lo tanto confarreatio, con don Nicolás Kogan. Los novios no saludaron en el Templo ni en el Atrio; besaban a los del convite en la canchita de papi fulbo, con ojitos cansados pero no por eso menos prometedores de inminentes y dulces intimidades.

La confarreatio era la ceremonia nupcial de los patricios romanos. Frente al sacerdote de Júpiter y diez testigos partían el pani farreus, verdadero origen de nuestra torta de casamiento.

El casorio de Patricia y Nicolás nada tuvo de patricio, más bien fue sabiamente plebeyo y sobre todo ecuménico. Entre los varios manjares que ofrecían las mesas del Flores Club se destacaron los knishes, el guefilte fish y los piononos salados: los primeros, creación absoluta de la consuegra Ade; el segundo, seguro que de alguna cuasimadrina, tía o amiga total del novio o de la novia (no pude recabar el dato), y los terceros, militancia culinaria de la suegra Laura. Y por supuesto, los comensales agradecidos; algunos comieron - yo no, se los juro - como personajes de aquel bolero que dice "bésame, bésame mucho... como si fuera esta noche la última vez".

No pude llegar hasta las cenizas del jolgorio porque al otro día, muy pero muy temprano, viajaba a Mendoza para decir acá estoy en la presentación de la última (por ahora) novela de mi escritora preferida. Eso sí, como ya se aproximan los morfis y festejos de Navidad y Año Nuevo, me tomé la dulce tarea de chusmear para ustedes las siguientes recetas.

Para el relleno: aproximadamente medio kilo de papas, dos cebollas medianas, cuatro o cinco cucharadas de aceite, sal y pimienta a gusto. Para la masa (como la de los beiguelej): algo más de medio kilo de harina, una taza de agua tibia, tres cucharadas de aceite y otra (pequeña) de sal. Amase la masa (¡qué obvio!) y forme con ellas unos pequeños bollos rellenos con esa mezcla sagrada de papas tibias pisadas y cebolla picada y salteada, salpimentada con sabiduría. ¡Y a gozar de los knishes!

En una olla muy grande hierva algunas cabezas de pescado (me dijeron que el salmón y la corvina van muy bien), con cebollas y zanahorias cortadas en cuartos, algo de pimienta y sal. Cuele el caldo y devuélvalo a la olla, con más cebollas y zanahorias. Deje que hierva durante un buen rato y añada una cucharada de azúcar. Aparte, combine la carne de pescado triturada con un tanto de harina de matzá, un par de huevos, un chorro de agua helada, sal y pimienta... ligue hasta obtener una especie de puré. Forme con él delicadas bolitas y cocínelas en el caldo. Por último, a la fuente y disfrute del guefilte fish; si es con jrein, mucho mejor.

La receta del pionono de Laura se las debo porque la muy pillina no largó prenda. Se hizo la distraída y me dijo otro día te cuento. Eso sí, sabía a misteriosa sabrosura.

¡Qué vivan los novios!