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Consejos para salir airoso de una fiesta

Algunos pasamos la noche del 31 de diciembre con amigos y familiares y vecinos de amigos y familiares. A propósito de estas tradicionales celebraciones, aquí van algunas recomendaciones para tus próximas reuniones de cualquier índole con más de diez asistentes, vos incluido.
Cuando es tu turno de hablar y otro se entromete, lo que tenés que hacer es levantar la voz cada vez más alto hasta gritar. Algo parecido a cuando cambia la luz del semáforo, ponés primera, mirás por el espejo retrovisor y ¡acelerás! Aun si el tema fuera "los humanos provenimos de África y por ende todos fuimos negros alguna vez", tópico que no deja de ser polémico, es muchísimo más importante capturar la última porción de jamón (crudo) con melón. Estoy segura de que hasta Darwin hubiera hecho un alto en sus especulaciones sobre el eslabón perdido y practicado un atlético salto de chimpancé, antes que perderse la porción que le correspondía como primer plato. Se trata de dos operaciones simultáneas: gritar y llegar al plato; no es tarea fácil.

En esta clase de reuniones deberás estar preparado para mantener conversaciones que no podrían importarte menos, tales como "cuidate de un geminiano pero más de un escorpiano, y de los arianos, más te vale escapar". O "no tolero los gasesitos del bébe, me angustian". Ahora dicen bébe, antes decíamos bebé. Mostrate sumamente interesado y preguntá: "¿Cómo se los curás?" Cuando te responden: "Se lo doy a mi mamá" y ésta agrega: "Pobre, lo que pasa es que nunca tuvo paciencia" como si vos la tuvieras y entendieras del tema, es el momento justo para que propongas un brindis por lo que sea: Año Nuevo, divorcio, el paso del cometa Halley o cualquier otra cosa menos pronunciar "un aplauso para el asador". Puede haber "vegetarianos- veganos" vengativos entre los concurrentes. No estoy diciendo que te tirarán un choclo por la cabeza, ya que nunca se sabe cómo es el resto de los invitados, ni siquiera vos.

Si hipotéticamente llegaras a escuchar algo parecido a lo que me pasó a mí: "Mirá, yo te lavo, plancho, barro, pero no me pidas que te haga una cama", no contestes: "Pero si yo no te pido nada, ni te conozco pero ahora que sé que no te gusta hacer la cama, menos te quiero conocer". Esta clase de afirmación, siempre y cuando al menos cuatro comensales intervengan, sirve para armar dos grupos con claras afinidades. Esto significa que hay equipo: pata o pechuga; Lezama o Chascomús; Maru Botana o Mallman; las lolas o Buzios etc. Éste es precisamente el momento de levantarte de la mesa, buscar una nueva ración de cualquier cosa y ya que no podés cambiar de conversación, cambiá de lugar. Seguro te espera un discusión tan volátil como la anterior, pero al menos distinta.

No trates de convencer a nadie con argumentos lógicos, racionales, apoyados en tesis de los más encumbrados pensadores de universidades nacionales o extranjeras. No es el lugar. Mejor cerrá tu boca y recordá que "París era una fiesta" (Hemingway) a la que no te han invitado y no precisamente ésta.

La abundancia y superposición de temas, voces, comidas y bebidas seguro le hará preguntar a otro, no a vos, ¿tenés una sal efervescente? Ahí podés arriesgar sigilosamente: "que sean dos". Cuando el anfitrión regresa y dice en voz alta "¿Quién pidió un Uvasal?" dejá que responda el primero que lo pidió, es seguro que otros se le sumarán y no desaprovecharán lo pedido. Jamás hagas público tu malestar estomacal.

Nunca falta quien diga "Antes estábamos mejor". "¿Con quién?" "¡Con los ingleses; hubiésemos dejado que nos invadan en 1806!". "¡Hoy estaríamos mejor que Australia!"

Todavía falta lo peor. Cuando gentes de pro..., de provecho, no del PRO, aunque bien podrían serlo, comienzan a arrastrar las palabras y a hablar en un idioma ininteligible, ya que la lengua pastosa se obstina en pegarse al paladar, es señal de que la fiesta terminó. Es el momento de la declinación del jolgorio, cuando aparecen las caras bizarras y el "ojo a lo Picasso" que fue capaz hasta de dibujarlo en una rodilla.

La persona que te llevó a la reunión apenas se mantiene en pie, los taxis y remises son de los otros, como las vaquitas, y una señora afirma: "Si yo fuera vos ni loca me subo con él". Él ya duerme parado. ¿Qué hacer entonces? Te calzás las zapatillas que sabiamente pusiste en el bolso, saludás, volvés caminando a tu casa y pensás con leve serenidad que es bueno que te hayan invitado, aunque más no sea para probar que todavía seguís oyendo.

Ya llegará el tiempo en que estés sorda como una tapia, pero aun falta un montón.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 3.1.2010
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