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Con amigos así ¿quién necesita enemigos?

Es común que una persona sienta dolor de cabeza, un malestar gástrico o cualquier indisposición momentánea. Nada grave. Lo que sí lo es y contribuye a profundizar dicho malestar, es la respuesta de alguna gente, que francamente haría mejor en callarse la boca.

Si le digo a una amiga: "Me duele la cabeza", no es para que me responda: "Tomate una aspirina".

Cuando digo "me duele la cabeza" es porque ya me tomé siete aspirinas y sigo igual.

Cuando digo "necesito encontrar una dirección o un número de teléfono", no espero que el otro me diga: "¿Te fijaste en la guía?" Si la preciso, es porque ya miré las guías de la última década, revisé agendas, hasta el último papelito de mi casa y se me secaron los ojos de visitar en Facebook, la sección amigos de amigos de amigos.

Si pierdo el celular y me responden: "¿Te fijaste en la cartera?" o peor aún "¿Dónde?" hago como que se interrumpió la comunicación.

De verdad te parece que estás hablando con un troglodita. Espero, en esos momentos de casi desesperación, una respuesta que alivie, no que irrite. Una respuesta-bálsamo que no te reenvíe a la pregunta: ¿Por qué tengo esta clase de amigos?

Se ha escrito poco acerca del enfado e ira que producen este tipo de repuestas, en especial cuando se trata de gente próxima, que en otros campos demostró tener un saber inteligente.

Menos molestia, pero igual malhumor, despierta gente semi conocida en situaciones evidentes. Por ejemplo, estás esperando el ascensor con dos valijas y un paquete pesado, no das más y la persona que está a tu lado te pregunta: "¿Sube?"

Tuviste durante los últimos diez años el pelo largo hasta la cintura. Te lo cortás. Te encontrás con alguien que te dice: "¿Te cortaste el pelo?"

Una variante de estos preguntones y consejeros molestos, es la amiga/o intrusiva, bah, confianzuda. Te saluda, mira la disposición de muebles, objetos y plantas de tu hogar y se dice a sí misma: ¡Manos a la obra!

Total que comienza a cambiar todo de sitio y tu casa perece otra. Otra, mucho más fea.

Luego se dirige hacia tu computadora y exclama: ¡Esto es un desastre, yo te la voy a organizar!

Vos llorás y le pedís que por piedad no toque la computadora, que es tu arma de trabajo, que el trabajo es sagrado, que es un bien que escasea etc.etc.

Esta persona - que va a dejar de ser tu amiga próximamente - sorda a tu pedido, continúa: -"Es muy fácil, creás una carpeta nueva, arrastrás todo lo que necesitás a la carpeta que creaste, o cortás y pegás o vas a mi PC". Cree que porque te da alternativas, es buena.

Vos, en cambio, querés cortarle la mano y pegarle a ella.

No espera tu reacción, se dirige al cuarto y casi ordena: -¿Por qué no prendés el aire acondicionado y ponés un DVD? Lo encendés y afortunadamente, ya que esta vez funcionó, pueden mirar una película que ella aún no vio y vos ya te sabés los diálogos de memoria.

Esperá un rato, verás que indefectiblemente dirá: -Me parece que hay que apagar el aire. Para proseguir, al poco tiempo, con algo así como una queja por la mala performance de tu televisor: -"Che, qué mal que se ve. Le falta contraste y tiene un brillo espantoso. Dejá que yo lo arreglo".

Al día siguiente tuviste que llamar al técnico de la computadora y al del televisor. Hubo trabajo que no hiciste; los arreglos te costaron un dineral y el desgarro de la rodilla, para volver a poner los muebles en el lugar que le correspondieron durante los últimos diez años, te impidió ser medianamente feliz.

Cuando estas dos clases de personas - la de las respuestas obvias y la que todo lo hace sin consultar - te pregunten cómo estás y vos respondas: -Mal, pero acostumbrada-, seguramente replicarán: -Pero che, vos siempre con esa mala onda. Podés contestar: -Dejé la leche en el fuego- y preguntarte seriamente si hablando se entiende la gente.

Creánme que existen personas así.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 7.2.10
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