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Busco mi destino


Te invitan a pasar un domingo calurosísimo a un country que no conocés. Aceptás, por más que el aire libre no sea lo tuyo. Pensás que al menos habrá un cuarto a prueba de sol donde pasar la tarde. Te preparás psicológicamente.


Comenzás a armar el equipaje, y por delicadeza hacia tus anfitriones y sus pequeños, no ponés la controversial burka del tipo afgano, de esas que cubren el cuerpo y la cara por completo. No querés que te confundan con "el cuco" y te llamen cada vez que los chicos no quieran comer.

Y no olvidás llevar una buena torta como postre y al menos tres diarios. Hasta puede que viajes en un auto con aire acondicionado y libre de mosquitos. En la ruta, solamente pronunciaste quince veces "cuidado" al conductor y éste no te dijo "la próxima vez que lo digas te bajás y hacés dedo".

Llegás al country por azar, ya que el mapa que te enviaron por mail indicaba dos establecimientos donde se debía doblar, que dejaron de existir a fines de los '90. Como es de rigor, a la entrada te piden el nombre en Vigilancia. Dije: - Mi nombre es Liz; Liz Spett - emulando al agente británico 007 -. También recogen los datos del vehículo, la patente, hora de ingreso y los nuestros. ¿Colesterol? ¿Triglicéridos? ¿Color de pelo original? ¿Número de calzado? ¿Hobbies? Y finalmente el nombre de quién nos invitó. Hasta que alguien pregunta: ¿Qué hay en ese paquete? Una torta, contesto. ¿Torta de qué? De queso. ¿De qué queso? Blanco. ¿Cuántos huevos? Señor, le digo, mi nombre es Liz, Liz Spett y tengo licencia para todo, menos para cocinar. Es una torta comprada.

Nos hacen estacionar a un costado, hasta que nuestros anfitriones aprueben que podemos pasar y confirmen que somos gente más o menos normal, aunque con ciertos altibajos. No responden. Llamamos por celular y tampoco atienden. El calor se empecina con nosotros.

Cuando finalmente alguien atiende y pedimos instrucciones para llegar, la voz dice: "Gordi explicales vos, estoy mojada". La persona seca, a quien se le pasó el celular, comienza a hablar hasta que concluye: "¿Por qué no pedís un mapa a la gente de Vigi?"

Nos lo dan, previa alzada de barrera. Es un desplegable de seiscientos treinta y cuatro ¿manzanas? o ¿lotes?, con nombres de calles que son una especie de repaso de Botánica de tercer año: Los Fresnos, Cedros, Olmos y siguen los árboles. Robles es como la avenida Rivadavia, divide al country en dos.

El croquis es un cuadro de triple entrada y ninguna salida. A la media hora de andar nos preguntan: "¿Dónde están?" "En Casuarinas esquina Pinos".

- "¡Ah, no, no! Tienen que volver a la entrada. Ése es otro country. Después te explico". Volvimos. Hicimos el trayecto tal cual nos los explicaron. Saltamos unos lomos de burro, que estoy segura también usan como vallas de equitación.

Después de cada salto, el conductor me decía: "Si querés llorar, llorá, pero, por favor no te descompongas".

"¿Dónde están ahora?" "En Casuarinas y Fresias ¿qué hacemos?"

¿Ven la cancha de tenis? ¿Sí? Bueno, doblen a la derecha, sigan tres cuadras y después a la izquierda. ¿OK?"

Pasamos dieciocho canchas de tenis. En ese momento fui directo a los horóscopos de los diarios al ítem Viajes: todos mal.

- Esto es un laberinto más que un country. Es una trampa para turistas urbanos, pensé, dije y grité.

- Deben estar en un torneo de buraco y aflojá con "La viuda de los jueves" arriesgó el conductor.

Quiso de nuevo el azar, que para mí siempre es el destino, que divisáramos un grupo de personas. Eran nuestros conocidos, que según entendí después, estaban esperando la torta, porque ya habían terminado el asado.

Comimos el postre y veinte minutos más tarde comenzaron a empacar y a despedirnos.

- "Si no salimos ahora, tenemos que esperar hasta las once de la noche. La ruta está fatal, pero lo que más cuesta es salir del country".

La próxima vez que nos inviten, les aviso que llevamos helado, así nos ponen un guía a la entrada. La sopa de helado cae mal.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 1.3.10
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