Me he tomado vacaciones.
Esto significa que me he tomado el trabajo de vacacionar, de alejarme de la rutina, para ingresar en otra. Esta vez no que me quedé a descansar mirando el techo.
Como Carolina de Mónica, partí a Santiago de Chile en avión - unos días antes del terrible suceso - con valijas, bolsas y bolsitas. En el inmejorable vuelo me hice amiga de mi compañera de asiento.

Luego de atravesar la imponente Cordillera, volvimos a la Tierra con sus burocracias.

Inmigración, retiro de valijas, pasaje por el scanner de la cartera, bolsas y bolsitas y de uno mismo. Ahí ya te sentís culpable, en falta ¿habrás cerrado bien el gel de baño?; en el apuro - es casi una ley no escrita del último momento con los bártulos - ¿no habrás metido el cuchillo, el alicate para las uñas y alguna tijerita en tu bolso de mano? Paso la prueba correctamente, tarareando en mi cabeza el tema "Cara de póquer" de Lady Gaga que en cuestión de segundos puede convertirse en Lady Gagá.

A mi reciente amiga no le va tan bien. La hacen pasar nuevamente por el scanner, hasta que luego de una conversación en voz baja entre agentes, deciden separarla del resto y le solicitan gentilmente que los acompañe a la sección vetados, o gente con problemitas.

Han encontrado una pera en su equipaje de mano y eso significa violar la declaración jurada, según la cual no se puede ingresar al país, limones, bananas, peras - frutas -, semillas, quesos ni un millón de dólares.

- Soy vegetariana, dice María, y ni sabía que la traía, pensé que ya me la había comido. Ellos insisten en que una pera, además de contener potasio, lo cual es muy bueno para la salud, es una fruta, que es una violación a las reglas y que le costará una multa de unos 1.200 pesos.

Yo pienso: Menos mal que al bajar del avión se comió la banana, ya que la multa hubiese ascendido a 2.400.

Con la oficial de inmigración conmovida por el ¿vegetarianismo? de mi amiga, por los sollozos y rezos al dios de las frutas y verduras, llegan a un acuerdo. Le propone a María inspeccionar el tacho de basura donde depositó la cáscara de la banana, ya que descuenta que no la tiró al piso. Eso sería una prueba fehaciente de que la persona no miente. Respecto del apetito frutal voraz ninguna autoridad puede inmiscuirse. Para eso es mejor un nutricionista.

Efectivamente la conduce al tachito y le dice: Muéstreme, por favor, la cáscara de su banana.

Quiso el destino del azar que hubieran muchos restos de frutas y en especial de bananas.

- Muéstreme la suya. Mi amiga al inspeccionar la basura, eligió la cáscara más oscura que encontrara.

- ¿Y cómo sabe que es la suya, esta que me muestra?

- Mire oficial, vengo de Buenos Aires, donde hace un calor insoportable. Mucho peor que el de aquí que es seco. La fruta con el calor húmedo se descompone mucho más rápido. ¡Ésta es la cáscara de mi banana!.

Nunca sabremos mi amiga y yo si esa explicación la convenció o si para no reeditar el conflicto por el Canal de Beagle donde hasta tuvo que mediar el Papa, decidió dejar sin efecto la multa, previo paso por un descargo escrito, papeleo y timbre postal que llevó tiempo y una alta probabilidad de que en el relevo, el personal reemplazante volviera a interesarse en los porqués de la estadía de María en ese sector del aeropuerto.

Al salir, y antes de llegar al hotel, festejamos el primer pero no último incidente, con unas buenas salchichas con chucrut, papas fritas y good show. Como postre, bananas.

Hoy, que ya han pasado unos días desde la ira de esa tierra, he decidido volver a ese bello país que fue, es y será Chile. Si María me acompaña, la obligo a leer el reglamento de lo permitido y no permitido transportar, reviso personalmente su equipaje y le hago firmar ante un escribano que respetará las normas. De lo contrario viajo sola.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 7.3.10
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