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El Crucero del Saber


Hasta que me dure el mareo de tierra, producto de la navegación por el Pacífico Sur, sigo de vacaciones en modo "revisitado", que es una manera de decir, en modo "recuerdo".

Despojada de prejuicios me hice a la mar, que estaba serena; a la más artificial de las vidas en un crucero, junto con más de mil personas de todas partes del mundo. Incluso platenses.

Llevé para la ocasión "Moby Dick" -el libro de la ballena- de Mellville: no leí ni una página, pero recordé muchísimo "Los premios" de Cortázar. En cambio, me entregué a observar cómo se divierte la gente -no toda- en actividades ridículas y torpes.

Primero es obligación asistir al simulacro de emergencia. Nunca nadie entiende nada. Luego, te enseñan a comprar: excursiones, perfumes, ropa, joyas, fotitos, tarjetas de bingo, clases de baile, etc. Y por último cuidan tu salud para que no contraigas el Norovirus, que es un virus que se transmite de una persona a otra a través de contacto físico y cuyas consecuencias no permiten que te alejes de un baño por más de cinco minutos. Por ello, cada vez que entrás a un saloncito, bar o restaurante te rocían las manos con un desinfectante que te las deja ásperas y con el mismo olor a cloro que las sábanas y toallas. Si comprás un perfume, mejor abrilo en tierra. No lucirá.

A la presentación de la Tanzanita, que es una piedra preciosa más rara que el diamante, no fui. ¿Para qué? Si nunca vi un diamante, menos voy a reconocer esa piedra.

A la degustación de cerveza europea y el arte de mezclar Mojitos -cóctel originario de Cuba- compuesto por ron, menos. Ya no bebo.

A la venta de relojes de diseñador con 35% de descuento por San Valentín fui, sólo para ver qué tenían de extraordinario. Nada. Sólo el precio.

Donde sí me inscribí, casi con asistencia perfecta, fue a los concursos -Trivia- de cultura general. La cosa era así. Se reunía un conjunto de gente en pequeños grupos para jugar en equipo. El coordinador, que siempre es extremadamente simpático, extremadamente sonriente y extremadamente joven, hacía 23 preguntas, que había que responder, preferentemente bien. Luego se sumaban los puntos, y obviamente cada integrante del equipo de mayor puntaje ganaba un dedal, o un llaverito y en el trivia Super Bowl, una camiseta. O sea, nada.

Me pareció el mejor modo de recordar que fuera de ese enorme monstruo navegante había una vida en la que yo había aprendido algunas cosas.

La pregunta que más me sorprendió y recordaré fue: ¿Cómo nominan las empresas de un modo rápido "a toda hora"? Sólo un grupito de norteamericanos y europeos contestó correctamente. La respuesta era 247. Es la abreviación de 24 horas por día, 7 días de la semana. No se utiliza para decir 247 "veces" por ejemplo, mi suegra, mi mujer o mi marido invaden mi pequeño espacio, sino más bien mi suegra, mi mujer o mi marido invaden (247); todo el tiempo, sin tomarse vacaciones.

Que "Trópico de Cáncer" fue escrito por Henry Miller y que la Copa Mundial de Fútbol se jugará en Sudáfrica la contestamos todos bien. A las preguntas: ¿Quién fue el fundador del electromagnetismo? -cuya respuesta era Faraday-; ¿Quién inventó el radar? -Robert Watson-; o ¿Cómo se abrevia estaño? -Sn- ni me molesté en fingir que pensaba; no lo sabía. Dejé que la respondieran mis compañeros. Consideré sabiamente que mis conocimientos básicos sobre física, química y biología, en fin, ciencias duras, eran pésimos.

De verdad fue un golpe importante a mi narcisismo primario, secundario, terciario y universitario. Me empecé a sentir mal, segura de que había contraido el virus, ya que padecía sus síntomas. Otra vez más me equivocaba. Era el virus de la ignorancia lo que me acometía.

Recordé, a velocidad crucero, a los viajeros Ulises, a Kurtz de "El Corazón de las Tinieblas" y a mi tía con su frasecita: "Lo que yo ya me olvidé, vos todavía no lo aprendiste". Como suele suceder, tenía razón. No ganamos la camiseta, sólo agradecimientos por la buena onda.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 14.3.10
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