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Cinco horas en las Islas Malvinas

Como aún siento un leve mareíto de tierra, me entretengo, en modo "recuerdo", en rememorar mis vacaciones en el crucero. Mucho me temo que cuando se me pase, como de un cross de mandíbula, vuelva a la más pura realidad y no me acuerde de nada. Aprovecho.
A la semana de ingresar al monstruo navegante, nos tocó recalar en Punta Arenas (Chile), que antes de la apertura del Canal de Panamá en 1914, fue el principal puerto de navegación entre los océanos Pacífico y Atlántico. Gracias a los diez grados de temperatura, me paseaba orgullosa con un gorro de piel -prestado por mi prima así como la campera y los guantes- de esos que se usan cuando hay diez grados bajo cero. El pelo me transpiraba, pero ante el temor de perderlo, me lo dejaba puesto. Ciudad limpia y amigable en la que, forzando la imaginación al tope y cerrando los ojos, aún puede advertirse su época de gloria y cosmopolitismo.

Pasamos luego a la República Argentina al primer puerto de desembarque: Ushuaia. Aún cuando los chocolates de la noche anterior no me habían caído taaaan bien como una sopita de arroz y de lo que decía el diario que se entregaba al anochecer de cada día con la descripción de lo que iríamos a ver, decidí bajar. Te invitaban a conocer -transcribo- "un lugar donde a pesar del mal tiempo y el lodoso suelo, el encanto histórico de Ushuaia no resulta tan atrayente como el de otros pueblos (sic), la calle principal es similar a un almacén de productos electrónicos, sin impuestos. Sigo: "caminos ventosos, agua helada y árboles que han crecido con una inclinación de 45°, debido a los vientos fuertes, etc."

¿Qué quería la empresa de marketing que asesora al crucero? ¿Que te quedaras a consumir cualquier cosa, pero gastaras tu dinero en el barco? No es muy alentador bajar en un sitio de esta naturaleza... muerta. ¿Verdad? Como era domingo casi todo estaba cerrado, salvo el local de Duty Free, idéntico al que existe en Iguazú, donde la oferta del día eran chocolates que ni regalados compraba. Me corrijo. Regalados sí los hubiera llevado. Pero ya sabemos: "nadie te regala nada".

Me encontraba en el fin del mundo, por decirlo delicadamente, que puede ser abreviado como "c... del Mundo". Esta situación me obligó a pensar una reflexión: ¿qué tenían de diferente el Centro del Mundo, abreviado c... del Mundo, con el literal c... del Mundo? Nada. En ambos mundos CNN bombardeaba diariamente con el arrepentido golfista de color, en una parodia de sí mismo. Si daba lástima ese Tigre devenido Gatito. Pero en esta ocasión, el marketing de los sponsors inventó un modo de seguir al lado del felino más grande del mundo. Todo lo contrario del área marquetinera del monstruo navegante, que te invitaba a conocer un lugar desolado, triste, con reminiscencias de su ex famosa cárcel.

El Centro del Mundo es en cada momento, el lugar donde uno se reconoce y es reconocido -familia, trabajo, amigos- tanto si se alegra como si despotrica. Si en cada pueblito encontrás un locutorio con Internet, ése es el centro de tu mundo así como puede serlo Hong-Kong. Había encontrado mi centro del Mundo en el c... del Mundo: me comuniqué con todos y cada uno de los míos. Me alegré y despotriqué, obvio.

Donde no me pasó lo mismo fue en Las Malvinas, en Puerto Argentino. Ellos lo llaman Stanley. Nada me era familiar. Ni la bandera, ni el idioma, ni el volante de los autos a la izquierda. Y mucho menos, el pasaporte que tuve que sellar para que me dejaran entrar. En realidad, había algo familiar... lo enseñado en el colegio, luego de "yo amo a mi mamá", "las Malvinas son argentinas", que se había vuelto extraño. Tuve suerte y en un supermercado, a precio libra, encontré un muchacho que hablaba castellano. Cuando pregunté el precio ya ni me acuerdo de qué, me contestó: "Estou lo encontrrrrrás más baratou en el continente" ¿Qué continente? -¿Oceanía?-

-En tu país, chica, ¿no entiendes? apuntó un venezolano apurado por pagar. Casi le digo: ¿Por qué no te callas?

Consideré terminada la conversación. Había una larga cola. Sólo gasté lo que cuesta un café caliente y una gran goma de borrar y subí al barco. Con mi analista estamos hablando de la Gran Goma de Borrar comprada en Las Malvinas. Tiene inmensas implicaciones en mi historia.

No fue un lugar más que conocí. Fue "el lugar"; aunque no sea mi centro.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 21.3.10
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