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Fotos eran las de antes


Asistí últimamente a una reunión donde alguien llevó, en lugar de las tradicionales dos botellas de vino per cápita, un presente que tenía que ver con el pasado: una foto de esas que se pueden agarrar, girar, pasar a otra persona; una foto de papel en blanco y negro.


Todos nos azoramos como cuando al Coronel Aureliano Buendía - en Cien años de Soledad -, su padre lo llevó a conocer el hielo.

La foto nos pareció una extravagancia a nuestro nuevo y dificultoso ser digital.

La reconversión a la religión digital no es fácil. Hay que desprenderse de rollos y eso siempre cuesta. Nos habíamos acostumbrado a ellos.

Ya nadie muestra fotos como las de 5° grado "B" o "A" con la maestra y la directora, la jura de la bandera o las del tercer matrimonio.

Estoy de acuerdo con el japonés Francis Fukuyama cuando habla del Fin de La Historia.

¿Qué historia vas a contar si tenés que mostrar las fotos en cámara digital, que justo es decir no se ve nada, o mirarlas en la computadora y en el colmo de la sofisticación en tu televisor? Hasta que encontrás los cables, lo enchufás al puerto USB, es regla que se necesiten tres intentos hasta llegar al puerto deseado, tus invitados se escapan. Además tenés que ser ordenado y ponerle un nombre ya que Ted. 3gp o 100.0797 / 98 no dice nada. ¿Cómo sé que es Carhué y no la Triple Frontera?

Ya no podés invitar a amigos a cenar, arruinarles la noche mostrándoles el álbum de tu último viaje y hablar solamente vos. Ahora vas a tener que escucharlos a ellos.

Para gente común, no un Cartier Bresson, que hasta nos sacamos fotos en Plaza de Mayo dando de comer a las palomitas, mostrar la única imagen impresa que nos representa - las últimas radiografías de tórax de frente y de perfil - no es una solución.

¿Y qué hacen los que no tienen computadora? ¿Se le acaba la sociabilidad post-moderna? ¿Cómo vas a demostrar, aunque pocos te crean, que hubo un tiempo que fue hermoso, que eras linda de verdad?

El ícono del pop art, Andy Warhol, andaba todo el tiempo con una máquina instantánea Polaroid. Eso era práctico. La querés, la tenés.

Claro que podés pasar las fotos digitales al papel. Pero es un trámite. Y si de algo estoy segura, es de que la gente común está cansada de trámites. Yo soy muy gente.

Antes cuando las llevabas a revelar y tardaban una semana, tres días y hasta dos horas, existía un cierto romanticismo de la foto. Podías hacerte una película.

Cuando seas mucho mayor y un levísimo Parkinson asome a tu brazo ¿Cómo vas a usar la computadora para mostrar que eras guapetona o guapetón?

Fotos eran las de antes. Las que te mostraba el detective que contratabas para seguir a tu marido y saber con quién te engañaba. Ahora resulta que con todos los gadgets - recursos - donde se pueden cambiar partes del cuerpo y la cara, resulta que tu marido te engaña con un señor mayorcito y travesti. Y lo peor es que no es tu marido; es tu cuñado.

Tu marido siempre te ocultó que se llevaba más que bien con el marido de su secretaria.

Pero ése es otro rollo.

Confidencia: Yo amo a mi papá. Pero desde que apoyó su brazo en el teclado de la computadora y borró la única foto en la que yo parecía una persona armónica, no el equeco al que suelo parecerme, lo quiero un poco menos. Bastante menos.

Como para él la web es magia, una especie de Macondo donde vuela, aparece y desaparece gente, me pregunta todos los días si ya encontré la foto que borró.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 18.4.10
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