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Vacuna trivalente


El invierno trae sus cosas. Además de las botas y la ropa de abrigo se ha agregado la vacuna trivalente. Suponía que pasaba por mi obra social o por cualquier farmacia, me la aplicaban y continuaba con mis actividades. ¡Wrong!


Fui a mi obra social. No la tenían, pero me ofrecieron, en cambio, un café con una magdalena -que ellos llaman muffin- para que ocupara mi boca. Después de agradecer y hacer uso de lo ofrecido me fui no sin antes decir: "Con lo que se paga en este lugar, uno puede comprar 30 kilos de café y mil muffins". Alguien entendió perfectamente qué es lo que quería decir de verdad y me susurró: "Llame la semana que viene".

-¿Qué día de la semana que viene, lunes o viernes?

-Mejor el viernes.

-Perfecto. Llamo el viernes, pero ¿a qué teléfono? Siempre da ocupado o cuando al fin atienden, se corta. Alguien entendió más perfectamente aún y me extendió un papel con dos números telefónicos que desconocía, uno de ellos subrayado.

-A estos.

Con el veranito otoñal me dejé estar tres días. Pronto comencé a escuchar que no había stock de vacunas, que en las farmacias era imposible conseguirlas y para colmo, el médico de mi padre me aconsejaba suministrársela. Cada sugerencia de este médico funciona como una orden para mí, que entre otras cosas, no me deja respirar.

Como tengo más miedo de morir de asfixia que de gripe, comencé una recorrida telefónica por diferentes farmacias. Luego de dos horas conseguí que una voz dijera que tenían muy pocas vacunas y que no se reservaban. Llegué quince minutos más tarde, saqué número, esperé y por supuesto ya habían desaparecido. Fui a otra, donde me aseguraron que "había existencia". Hice lo propio, con el mismo resultado que en la anterior. Comenzaba a sentir un leve ahogo; un ahoguito. Partí hacia una tercera y antes de sacar número y esperar me dirigí a una expendedora, como si ella fuera una "dealer de drogas" y yo una persona en plena fase de rehabilitación fallida, y le dije por lo bajo: -"Dos trivalentes". Tenía miedo de que los demás me abuchearan por acopiadora.

Ella contestó: -"Mire que en vacunas no rige el Dos por Uno".

Me transpiraba el pelo. -"Ya sé y no me importa. Para eso una trabaja, es hipocondríaca y tiene a quien salir".

Le había prometido a mi padre, en un ataque de llamados a repetición para saber si había conseguido la vacuna, que su hija se la llevaría. Su hija soy yo.

Es muy desagradable ser hipocondríaca, pero ser muy hipocondríaca y no encontrar el antídoto, peor.

Cuando me tocó el turno la chica ya sabía qué necesitaba. Vi que sacaba de la heladera dos tristes jeringuitas envueltas en celofán y casi me las ofrecía; pero no.

-"Primero pague, después se las entrego".

Casi le salto a la yugular y se la muerdo. Puede que por mi aspecto pensara que yo era una pobre indigente indocumentada y ella se sintiera norteamericana de Arizona. Puede ser.

Después de pagarlas le extendí el ticket que decía: "Pagó, es buena persona, está desarreglada y mal de pelo, nomás". Me las alcanzó en una bolsita térmica con geles refrigerantes.

-"¿Y el prospecto, cómo sé que es la trivalente?"

-"Ya no lo tenemos, pero le hacemos una fotocopia".

No me dio tiempo a leerlo, ya que una joven me invitaba a subir "39 escalones" para aplicármela, como la película de Hitchcock, cuyo tema es el de un ciudadano común y corriente - como yo - metido en apurados líos que pueden acabar con su existencia - como yo -.

Cuando leí las reacciones adversas más comunes; fiebre, malestar, escalofríos, fatiga, enrojecimiento, hinchazón, cefalea y otros desórdenes del sistema nervioso, "que desaparecen dentro de un día a dos sin tratamiento", ¿más medicación todavía?, creí protagonizar "Psicosis" del mismo cineasta. Unos segundos más tarde, me detuve en "las reacciones adversas que se pueden intensificar y la respuesta inmunológica también puede disminuir". En ese momento me identifiqué con la figura principal femenina -Joan Fontaine- del film "La sospecha" del mismo director.

Nadie te explica nada. ¿Cómo puedo saber si los síntomas son producto de mi naturaleza hipocondríaca; de cursar alguna gripe o son los malestares comunes que arrastro con dignidad todos los días de mi vida?

De lo único que quisiera contagiarme es del sentido del humor. Me cuesta.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 9.5.10
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