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Las Argentinas de los Centenarios *

Después de doscientos años lo imposible es que sigamos siendo dependientes. Lo que resta, por improbable que hoy nos parezca, es la verdad; esa que se traduce en el camino al tercer centenario como la realización de lo inconcluso de 1810 y 1816.  

La oligarquía celebró los primeros cien años de la Revolución de Mayo con una pompa orgiástica. Era una fiesta para pocos en consonancia de un país para pocos. En 1880 habían concluido sesenta años de guerras civiles con el triunfo de los sectores pastoriles y los comerciantes del Puerto de Buenos Aires.

Durante cincuenta años se desplegó en todo su esplendor el modelo de economía primaria exportadora, complementaria del Imperio Británico. Se fundaba sobre el exterminio del indio, la destrucción de lo que hoy es el Norte argentino, el aniquilamiento del  Paraguay en la Guerra de la Triple Infamia y la disminución significativa, por todo ello, de la población constituida por el gaucho y el mestizo.

La inmigración vendría a reemplazar las bajas con la idea que con ella llegaba implícitamente la civilización. Pero junto con italianos, españoles, turcos, judíos, llegaban también las ideas anarquistas y socialistas.

Al momento del Centenario, la oligarquía y los intelectuales del régimen estaban asustados con los inmigrantes cuyo arribo promocionaron. Así puede leerse a Joaquín V. González alertando sobre la amenaza que implicaba "la invasión desordenada de lo extranjero, de lo ajeno, de lo exótico" o que Miguel Cané, al que sólo conocemos en el secundario por su libro Juvenilia y no por la Ley de Residencia, proteste como una actual señora gorda de Barrio Norte: "¿ Dónde están los viejos criados fieles que entreví en los primeros años en la casa de mis padres? ¿Dónde aquellos esclavos emancipados que nos trataban como pequeños príncipes......sin otras preocupaciones que servir bien y fielmente?.....Hoy nos sirve un sirviente europeo que nos roba, que se viste mejor que nosotros y que recuerda su calidad de hombre libre apenas se lo mira con rigor". Y ni hablar cuando se refiere a la defensa de las mujeres ante los extranjeros: "Nuestro deber sagrado, primero, arriba de todos, es defender nuestras mujeres contra la invasión tosca del mundo heterogéneo, cosmopolita, híbrido, que hoy es la base de nuestro país....Cada día los argentinos disminuimos. Salvemos nuestro predominio legítimo, no sólo desenvolviendo y nutriendo nuestro espíritu cuanto es posible, sino colocando a nuestras mujeres, por veneración, a una altura  a que no lleguen las bajas aspiraciones de la turba". (Extraído de "El Centenario" de Horacio Salas).

Una clase dominante pero no dirigente, capitalista pero no burguesa, que tiraba manteca al techo en París, despilfarraba la prodigalidad de la pampa húmeda escriturada a sus nombres.

Ezequiel Paz, propietario del diario La Prensa, cuya casa es descripta así por el que después fue ministro francés Georges Clemenceau: "....necesitará por lo menos la Corte de Luís XIV o la de Jerjes para llenar su fastuoso domicilio. El Palacio profesional de La Prensa en la Avenida de Mayo, aunque de dimensiones más pequeñas, no es por eso menos suntuoso". En la Revista Selecciones del Readers Digest de enero de 1944 describe un viaje: "Estos viajes a Europa y la prodigalidad con que don Ezequiel Paz gasta su dinero son famosos en la Argentina. A menudo tomaba la mitad de la mejor cubierta de un transatlántico de lujo, hacía decorar y amoblar de nuevo todas las piezas y llevaba a Europa gran número de personas de su familia. Llevaba en el barco a su cocinero y también aves de corral y una vaca para tener siempre leche fresca. Al llegar a Francia, hacía matar la vaca y casi siempre daba la carne a la tripulación. En el viaje de regreso llevaba otra vaca. Al llegar a Buenos Aires la hacía matar y daba la carne a los tripulantes". Cuenta Clemenceau que una dama de la oligarquía se lamentaba de las exigencias de la vida social porteña. Decía: "Seis vestidos me bastan para la estación de París, me hacen falta doce en Buenos Aires".

En 1910, junto al estado de sitio y la represión de las protestas obreras, se concluían imponentes edificios. En 1908 se inauguraba el Colón. Se terminaba el Congreso y el nuevo Palacio de Tribunales que funcionaba hasta ahí en el Cabildo. Se inauguraba la Plaza de los Dos Congresos y se trataba de unir el Congreso con la sede del Poder Ejecutivo.

Los fastos del Centenario exteriorizaron algunas de las taras de la clase dominante que fueron luego asumidos por las clases medias. Su preocupación por cómo nos ven, el qué dirán, la obsecuencia ante los poderosos. España envió a la tía del rey Alfonso XIII, un personaje menor de la Corte, que fue conocida como la infanta Isabel, que con un enorme despliegue económico no se privó de humillar a la comisión de recepción integrada por lo más granado de la aristocracia del puerto a las que llamó con irreverencia como mi "real servidumbre".

Para entender el espíritu que encubría la magnificencia de los fastos, basta señalar que una carpa montada en Córdoba y Florida donde iba actuar el payaso más famoso Frank Brown, que vivía en Buenos Aires desde 1884 y donde se proyectaban realizar veinticinco espectáculos gratuitos y otros más a precios económicos, fue incendiada por los jóvenes de las clases altas con el entusiasmo del diario La Razón que la denominó "la ominosa carpa" y La Prensa escribió: "Caso de justicia popular. Incendio de la carpa de Frank Brown. La oposición a la malhadada iniciativa de la erección del circo de feria en plena calle Florida, como número incorporado a los festejos del Centenario, se ha exteriorizado anoche de una forma imprevista y que por su violencia no deja de ser simpática. Un grupo de jóvenes ha puesto fuego anoche a la abominable construcción haciendo con ello acto de desagravio a la estética y de justicia popular (1)". 

El Bicentenario 

El ciclo de la Argentina Primaria Exportadora concluyó en 1930. La crisis de 1929 no sólo precipitó la caída de Irigoyen, sino que llevó al establishment a adoptar medidas económicas contrarias a su ideal económico liberal. Se iniciaba la primera década infame y la oligarquía entregaría el país al Imperio Británico a cambio que le garantizara la cuota de exportación de carnes.

Pero la crisis del capitalismo mundial (Primera Guerra Mundial, el crack de 29) fue originando una industria de sustitución de importaciones en la cual se insertó la nueva clase obrera proveniente de las migraciones internas, descendientes de los que lucharon en los ejércitos libertadores, los vencidos del siglo XIX, cuyos abuelos fueron exterminados por los ejércitos enviados desde el Puerto. Esos cabecitas negras representaban la continuidad de aquellos derrotados y  encontrarían su puerta de ingreso a la historia en la persona del Coronel Perón, con la emblemática imagen de las patas en la fuente en el histórico 17 de octubre de 1945.

El notable proceso de transformaciones profundas producidas entre 1943 y 1955, conformaron la sociedad más justa de América Latina. El intento de demolición se concretó en 1955 y 1966. El poder en la Argentina ha sido brutal. No dudó en masacrar peones en la Patagonia, bombardear Plaza de Mayo, fusilar clandestinamente en los basurales de José León Suárez, ilegalmente en la Penitenciaría de Las Heras o simular una fuga en Trelew. Pero no había alcanzado. Por eso los Martínez de Hoz pusieron a Videla y Compañía e iniciaron el desmantelamiento de lo que quedaba. La resistencia popular, la fortaleza de la sociedad conformada por el peronismo lo había limitado hasta entonces. Para ello fue necesario el terrorismo de Estado, los campos de concentración, arrojar personas vivas al mar o al río, apropiarse de los bienes de los desaparecidos y tomar sus hijos como botín de guerra.

Con ello nació el tercer modelo de la rentabilidad financiera. Y ya en democracia, y tal vez como condición para su advenimiento, el neoliberalismo brutal y la consolidación del modelo financiero se expresaron en Menem y por inercia en la Alianza. Todo ello concluyó con la crisis política y económica del 2001, posiblemente la peor de la historia argentina. A partir de entonces se inició un lento pero firme proceso de recuperación partiendo de una fragmentación social insólita, un endeudamiento criminal, una destrucción productiva superlativa e índices de pobreza e indigencia inéditas.

Hay hoy un escenario de reversión de lo destruido con distintos grados de intensidad en América Latina y abandono de las falacias predominantes en la década del noventa. Con gobiernos que levantan la idea revolucionaria del siglo XIX de la unidad latinoamericana, imprescindible en el siglo XXI. Y como siempre con la feroz beligerancia de los sectores económicos concentrados alentados desde el Imperio que se trasladó de Londres y la libra en el primer Centenario a Nueva York y el dólar en el segundo. Con la mayoría de los medios actuando como avanzada de un ejército de ocupación.

Estamos hoy lejos de los fastos orgiásticos del primer Centenario y de la idea de ser Europa en nuestro Continente. Más cerca de nuestro destino sudamericano. Con triunfos y derrotas. Sin garantías de éxito. Pero con la necesidad de mantener en alto el espíritu de lucha y organización, para que no tengamos que repetir lo de Bolívar - "He arado en el mar" - o San Martín y Artigas obligados a morir en el exilio, o asesinados como Moreno, Monteagudo, Morazán, como casi todos los que lucharon por la liberación desde el Rio Bravo al Sur.

El segundo Centenario tiene y debe ser la consolidación de una larga lucha, un nuevo punto de partida. La verdadera independencia debe conquistarse. Es una contienda larga y difícil con derrotas dolorosas.

Al empezar el camino hacia el tercer Centenario tal vez convenga recordar una frase de Arthur Conan Doyle puesto en la boca de Sherlock Holmes: "Cuándo aparten lo imposible, lo que resta por improbable que parezca, es la verdad". Es decir, después de doscientos años lo imposible es que sigamos siendo dependientes. Lo que resta, por improbable que hoy nos parezca, es la verdad; esa que se traduce en el camino al tercer centenario como la realización de lo inconcluso de 1810 y 1816.

(1) Horacio Salas; "El Centenario; La Argentina en su hora más gloriosa"; Pag. 89.

* Este artículo forma parte del libro "Bicentenario de la Revolución de Mayo y de la Emancipación Americana". Entre los cien autores que conforman el libro, se encuentran, entre otros, Helio Jaguaribe, Ricardo Forster, Hernán Brienza, Mario "Pacho" O` Donnell, Claudio Díaz, Norberto Galasso, Enrique Oliva, Enrique Manson, Alberto González Arzac, Horacio Ghilini,  Hugo Moyano, Juan Carlos Schmid, Néstor Gorojovsky, Gabriel Fernández, Ernesto Jauretche y César "Tato" Díaz.