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Una hora en el gimnasio


Los Hermanos Marx protagonizaron, entre otros filmes, "Una noche en la ópera"; "Una tarde en el circo"; "Un día en las carreras". Yo, más modestamente, escribo, aún no protagonizo, "Una hora en el gimnasio".
 


Concurro regularmente a esa fábrica siempre insuficiente de moldear cuerpos. Dicen que caminar o correr en la cinta, levanta hasta disparar tus endorfinas, produciendo una sensación de placer y felicidad. Artificial, ¿y qué importa?

No quiero imaginar mi felicidad, si no visitara un gimnasio: Mis valores - de felicidad - estarían muy por debajo de los límites correspondientes a mi peso, edad y sexo.

Para prevenir la "hipofelicidad", llevo recorridos en la cinta setenta viajes efectivos de ida y vuelta a La Ciudad Feliz, que siempre es mejor que atiborrarse de chocolates. Se dice que su ingesta produce la misma sensación de plenitud que la liberación de endorfinas sojuzgadas. Comerlos alimenta una gruesa contradicción: cómo vas a ser feliz, si aumentás medio kilo. Olvídalo, chiquita y no te dediques al chocolate, ni siquiera el de 70% de cacao; engordarás sanamente, pero engordarás.

Para la gente que de verdad transpira la camiseta, la ropa no es importante.. Lo importante es llegar - al gimnasio - por culpa, vergüenza, abandono personal o un Superyó poderosísimo. No importa el motivo, lo mismo da.

El otrora idealizado equipo de gimnasia de los 80' a lo Jane Fonda - calzas, vincha en la frente y calienta piernas de lana, todo "en composé" -, no va más. Por suerte, ahora podés usar el pantalón rapero, de esos que generan en la gente un interrogante del tipo: ¿habrá un cuerpo ahí abajo?

Es conveniente gastar en unas buenas zapatillas antes que usar unas que te dejen de a pie.

Mi recorrido imaginario es el siguiente. Una vez que realizo el implante de auriculares en mis oídos, previamente enchufados a un reproductor MP3, inicio una caminata rápida con canto de Serrat que en algún momento dice "caminante no hay camino, se hace camino al andar". Lo repito veinte veces. A los quince minutos, en lo que llamo Camino de Cintura, -para achicarla-, comienzo a trotar enérgicamente. Mi objetivo es llegar a la ruta 2. Sé que hay trayectos más directos. No me importa. Una vez que me adentro ilusoriamente en dicha ruta corro y no paro hasta lo que he dado en llamar Dolores. Ahí, cuando ya no doy más y pienso que no soy tan vivaracha por correr detrás de una zanahoria de 90-60-90 cm, aminoro, bajo la velocidad, reduzco el ritmo cardíaco y vuelvo al trote hasta Vivoratá. Y desde ese imaginario lugar, como lo era Yoknapatawpha para Faulkner o Santa María para Juan Carlos Onetti, retorno a la caminata lenta y pacífica hasta La Feliz.

Total, que esta rutina me devuelve agotada a tierra firme con unas 300 calorías menos, como premio.

A esta altura de la carrera, si un marciano me encontrara, me abrazaría como sólo se hace con una compatriota. Imagínense, apenas puedo respirar, los pelos transpirados pegados a la cara y al cuello y esos auriculares, que él bien podría interpretar como una antena para comunicarme con algún pueblo lejano de Marte Capital.

En una ocasión, encontrándome en estas condiciones, una persona que sí conozco me preguntó si yo era Liz.

- No, no soy, ni la conozco. Preguntale a... -señalé a la más prolija del lugar y me fui muy tranquila y sin silbar, ni bajito ni alto.

Sé que en algunos horarios, el gym suele ser un lugar de encuentro social. No al que yo asisto. El intercambio de palabras con un semejante prácticamente no existe. Más bien, imperan los gritos del tipo: "Apaguen ese ventilador, que me muero de frío" o su contrapartida "Prendan ese - mismo - ventilador, que me ahogo". Nadie escucha a nadie. Salvo cuando alguno sin animadversión, quiero creer, deja caer una pesa de cinco kilos sobre alguno de tus dos pies. O los dos. Lo mejor es aseverar: - Se te cayó algo muy pesado - para no entrar en conversación. En ese momento, lo mirás con odio extremo, como los guardias de seguridad que cumplen una tarea preventiva antes de atacar a otro, te retirás cerrando un poco los ojitos y levantando los hombros, como diciendo: son cosas que pasan en un gimnasio caro pero malo, como éste, sólo que es el único que queda cerca de mi casa y no todos los días me tiran una pesa. A veces la tiro yo.

La buena noticia es que ya habrás definido sobre quién.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 27.6.10
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