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Acoso celular en el colectivo, la calle y un taxi...


Vas al centro de la capital, al lugar de la bolsa o la vida; necesitás hacer trámites que venís postergando hace un año. Para llegar dentro del horario de banco, preferís el colectivo a un taxi, sólo para no tener que escuchar una voz humana ni la radio por un rato.


Llevás tu reproductor MP3 y el celular, pero no los usás; no querés molestar. Otra vez más te equivocás.

Pongo por caso lo que me sucedió en este "conversado" trayecto.

-Señora -dice el colectivero- es 1,25 pesos, faltan cinco centavos.

-Si voy a diez cuadras, en la otra línea me cuesta 1,20.

-Baje y tome la otra línea, entonces.

-¡Pido Justicia, quiero un policía!

Como vislumbro un entramado letal, le regalo parte de mi tesoro metálico -cambio en monedas- que acepta y se me pone a hablar como si ambas militáramos en la "Asociación Víctimas del Colectivero que te cobra de más". Afortunadamente, alguien le cede el asiento y la señora se pone a tejer. Bingo, primer entuerto subsanado. Me siento en un buen lugar, dispuesta a mirar la ciudad con ojos de turista escandinava. Pero como no lo soy, escucho conversaciones ajenas, a través de ese invento portátil y miniaturizado patentado por Graham Bell.

Dice una: -¡No!, no puedo hablar, estoy en el colectivo. Bueno, te cuento. -No, al revés: tránsito lento y lo otro... precoz. Sí, con la novia somos re amigas. Me parece que al final ella tenía razón. Y baja.

Otro interpreta, como si estuviera en su consultorio: -Te digo que no es una paciente psiquiátrica. Para nada es una psicótica... lo que pasa es que es santiagueña y por eso habla lento.

No falta la madre que lleva a su hijo al cine en estos quince días de receso escolar.

-Tomá, comé este alfajor de arroz, engorda menos que el otro. Y se lo clava en la boca para que no pueda hablar, así ella puede hacerlo. -Sí mami, vamos a ver Shrek. No sé si a él, pero a mí me encanta. Decime ¿qué hace la gorda, ya comió? Ah... Entonces, andá a la cocina, detrás del tarro de azúcar hay unos chocolates escondidos. ¡Que mastique algo hasta que yo llegue! El chico la mira con sonrisita y ojitos que abre y cierra rápidamente, como si ya sospechara del escondite: -¡No te hagas ilusiones, voy a cambiar de lugar los chocolates!

Un joven bien trajeado pregunta: ¿Tiene estudios? ¿No?... ¿Sí? ¿Cuáles? ¡Qué me importan los del colesterol y la curva de glucemia! ¿Hay algún trabajo dónde haya durado más de tres meses? Que me espere, decile que estoy en la otra oficina.

-El pulpo ya eligió. Pero el club todavía no. -No me puedo imaginar a Boca sin Riquelme, es lo último que escucho...

Bajo en una zona repleta de gente. Camino agarrada al bolso colgado del hombro izquierdo y pegadísimo a la cadera. Llevo la cabeza inclinada hacia ese lado para oír el celular que no deja de sonar. Cuando alguien dice... -¡Vendé!, compruebo que no es el mío, aunque compartamos el mismo ringtone. En ese momento imagino a mi traumatólogo diciéndome que esa posición es la peor para el vértigo posicional benigno leve que padezco. Pero, por ahí tengo suerte y me saco el premio a la peor escoliosis del 2010, pienso...

Hago los trámites; me falta un sellado, debo volver en menos de un año. Llamo a mi padre desde el lugar, ni loca hablo en la calle. Me dice que no me puede atender.

-¡Papi! ¿A vos te parece que se corta así nomás a una hija que te llama para saber cómo estás y se preocupa si te duele algo pero más si no te duele nada porque eso significa que no estás tan bien?'

- Sí, me contesta. Estoy escuchando al ministro Ricardo Casal. Ya terminó la toma de rehenes.

-¿Qué rehenes?

Si yo todavía no había hablado con nadie del tema del acoso celular.

De vuelta tomo un taxi. Necesito que alguien me dirija la palabra, aunque me relate con lujo de detalles lo del Banco Nación de Pilar y su centralita no deje de emitir sonidos del tipo ¿me copias?, afirmativo y ¡buen viaje! cada diez segundos. Ah, y su celular llore como una niña mejicana. -¡Sácame del bolsillo, sácame del bolsillo!

Eso es también un acoso radial, mental y demencial.

Me bajé y volví caminando.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 1.8.10
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