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Un cambio fundamental de rumbo

Mauricio MacriEl triunfo de CAMBIEMOS con el PRO como su bandera propagandística, significa un hecho de trascendencia histórica por ser la primera vez que un partido explícitamente de centro derecha, aunque envuelto en muchas concesiones discursivas, ganó en elecciones impecables desde la aplicación de la ley Sáenz Peña.

Imposibilitados los golpes de estado que eran el camino para imponer su programa, resulta meritorio que sean las urnas el sendero transitado por los que levantan el programa de los ganadores de Pavón del siglo XIX, ahora con algunas cucharadas de desarrollismo.

Los dos modelos en pugna que disputan su supremacía desde el nacimiento de la patria, encuentran en este noviembre de 2015 un clivaje cuya significación develará el tiempo. Significa para el modelo agroimportador su propio 17 de octubre. Y esto es así, aunque muchos de los votantes de CAMBIEMOS, suscriban un difuso cambio basado fundamentalmente en el hartazgo que manifiestan a aspectos formales del kirchnerismo y características personales de Cristina Fernández.

Como bien apunta el ensayista Alejandro Horowicz: «En un mundo que gira hacia las posturas más conservadoras la victoria amarilla tiene sentido. Los instrumentos «tradicionales» para enfrentar la crisis volverán a gozar del consabido prestigio. Los gurúes del desastre ahora profetizarán lo mejor. El Fondo Monetario Internacional, el endeudamiento externo, y la reducción del gasto público, recuperarán la perdida credibilidad. Los futuros lastimados todavía disfrutan de las mieles de la victoria. En tres semanas el nuevo presidente asumirá, y entonces de la cascada de globos amarillos descenderán políticas concretas, y veremos entonces como sigue la fiesta».

La alianza de mutua conveniencia entre el PRO y los radicales suplió las carencias de ambos. Los radicales tienen distribución territorial pero carecían de un candidato taquillero. El PRO no podía trascender de ser un partido distrital pero tenía lo que los radicales no podían postular: un candidato presidencial con posibilidades electorales después de la catástrofe de la Alianza.
                                                                   
El acuerdo entre el partido más antiguo y el más nuevo pasó por distintos avatares, habiendo estado cercano a un fracaso estruendoso. Mirado desde otro ángulo, ese acuerdo reunió al partido más afectado por la crisis de 2001 con el que emergió como una de las dos ramas de la mayor crisis de la historia argentina: en efecto, cuando las políticas de mercado llevaron a la crisis terminal de 2001, de las jornadas del 19 y 20 de diciembre surgieron los dos hijos de aquel clivaje histórico: el kirchnerismo y el PRO, encarnando los dos modelos que pujan por dirimir su primacía a lo largo de nuestra historia. Basta recordar que la suma de votos de Carlos Menem y Ricardo López Murphy, a dos años de la mayor crisis económica de la historia argentina provocada por las ideas que esos dos candidatos propusieron y aplicaron, superó el 41%.

El kirchnerismo, luego del breve interregno de Eduardo Duhalde donde ya se avizoraban algunos signos positivos de recuperación económica, se hizo cargo del gobierno y logró sacar al país de la crisis terminal, en un ciclo de doce años de muchas realizaciones y una notable ampliación de derechos; y de haber ganado todas las elecciones desde 2005. Ese proceso, sin embargo, produjo una reacción social basada fundamentalmente en las formas de la gestión y de la comunicación, por una parte, y en algunas restricciones y limitaciones económicas: restricciones cambiarias e impuesto a las ganancias sobre los sueldos, por dar dos ejemplos emblemáticos. Ese descontento se expresó en tres derrotas en otras tantas elecciones en la vital Provincia de Buenos Aires y en las provincias más pobladas, con más algunos cacerolazos importantes.

La restricción externa como resultado de que los ingresos producidos por el sector agropecuario no alcanzan a satisfacer fundamentalmente las necesidades de importación de los insumos industriales de energía y amortización de deuda, sumada a la dificultad de acceder al crédito por el default del 2001 y luego por el accionar de los fondos buitres, más la habitual fuga de capitales que padeció el kirchnerismo, llevó a la necesidad de un control de cambios amplio y un manejo muy restrictivo de las reservas. Eso acrecentó el malestar en las clases medias, mientras la no modificación del mínimo no imponible enfrentó a los trabajadores mejor pagos, al tiempo que el mantenimiento ideologizado de las retenciones con escasa o nula significación recaudatoria se sintió en muchas producciones provinciales.

A todo esto se sumó un manejo sectario del núcleo duro del kirchnerismo, y se acentuaron las falencias presidenciales en materia de construcción política y postulación de candidatos. Sin soslayar que el sistema de comunicación se engordó sin aumentar su eficacia; que la acción despiadada de los medios dominantes fue efectiva; que la campaña política del Frente para la Victoria en las distintas elecciones de 2015 tuvo mucho de set de televisión pero poco de despliegue territorial; que en el último tramo las diferencias internas se intensificaron por postular un candidato que terminó llegando por decantación y no por elección; candidato que además fue a lo largo de los años despreciado y ninguneado; y que siendo gobernador de la Provincia de Buenos Aires realizó una gestión deficitaria, todo lo cual ya se había expresado en tres de las últimas cuatro elecciones donde el oficialismo fue derrotado.

El triunfo apretado de Scioli en la Provincia de Buenos Aires, de apenas 2,20%, le da un pequeño y precario respirador artificial, al tiempo que la diferencia reducida explica cuánto ha incidido la escisión del Frente Renovador, partido creado en pocos meses por un intendente de Tigre, a lo que se suma la mediocre gestión que además fue acotada desde el gobierno nacional en materia presupuestaria y política.   

Los permanentes y diarios disparos en los pies de parte de ministros y funcionarios kirchneristas para el candidato oficialista más difícil de sobrellevar que el fuego enemigo.   
              
La idea del camporismo y por lo tanto de Cristina Fernández de atrincherarse con Aníbal Fernández en la Provincia de Buenos Aires se frustró por la derrota del 25 de Octubre. Ya no podrá desde ahí controlar a Daniel Scioli o a Mauricio Macri según quien resultara ganador. Partió de la base errada de lo que el psicólogo Alfredo Grande caracterizó como trotsko-kirchnerismo: «cuanto peor Scioli, mejor Cristina».

Esta pérdida de sintonía con la realidad contrapuesta a una imagen positiva importante, volvió a exteriorizarse cuando la presidenta al salir de votar, realizó una larga defensa de su gobierno en el momento y en el lugar inadecuados, hablando para sus seguidores que conocen perfectamente los logros, incurriendo en una provocación innecesaria para quienes no la quieren y ahuyentando a aquellos que todavía podían dudar.

Vienen días muy duros para el kirchnerismo. Por arriba se escuchará un lenguaje de conciliación y por abajo se perpetrarán las pequeñas y grandes venganzas.

Es altamente probable que las facturas de la derrota se encaminarán rápidamente hacia el gobernador y la presidenta, y en un segundo nivel Aníbal Fernández y la Cámpora más allá que la diferencia haya sido estrecha, muy lejos de la totalidad de las encuestas que partían de 8 puntos y algunas llegaban a 15 de ventaja a favor de Cambiemos.

Justamente lo estrecho de la diferencia nacional lleva a imaginar una historia contrafáctica: con un par de postulaciones acertadas y una militancia intensa como en las últimas dos semanas, hubiera cambiado posiblemente el resultado.
                                                                              
Sin el triunfo de María Eugenia Vidal en la Provincia de Buenos Aires, que le dio un notable impulso a la ola amarilla que avanzaba, es probable que el resultado del balotaje, si se daba, hubiera sido distinto.

Sin embargo, que el Frente para la Victoria-Peronismo sostenedor del modelo de sustitución de importaciones, después de 12 años de gobierno y del consiguiente desgaste obtenga el apoyo de casi la mitad del electorado, revela su fortaleza y lozanía. Es el movimiento peronista el que soportó largas proscripciones de su expresión política y de su jefe histórico, así como distintos golpes de estado concretados para devastarlo: el de 1955 (la Revolución Libertadora-Fusiladora); la autodenominada Revolución Argentina de 1966, el «Proceso» iniciado en 1976, sin dudas el más feroz con la aplicación del terrorismo de estado; y luego la traición menemista y la de la Alianza, que intentaron concluir su arrasamiento.  

Estamos en presencia de un cambio fundamental de rumbo que revela lo actual y permanente de la  larga disputa de los dos modelos.  

Más allá de muchos factores positivos que deja el gobierno, hay también unas cuantas variables macroeconómicas desalineadas.

Lo que queda claro que no se puede ir hacia el futuro retrocediendo al pasado de cuya crisis emergieron el gobierno actual y su sucesor.

También se comprobó una vez más que sigue vigente la maldición de los gobernadores de la Provincia de Buenos Aires y los vicepresidentes de no poder llegar a ser presidentes a través de elecciones libres, condición doble que revestía el ex motonauta.

A contrario sensu, desde la elección directa de los jefes de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires establecida en la Constitución de 1994, dos de ellos han accedido a la presidencia.   

Quedará para más adelante el análisis en profundidad que llevó a sectores populares muy beneficiados a votar por un gobierno que no los representa.

El accionar conmovedor de los autoconvocados evitó una derrota amplia del Frente para la Victoria.

Una perla es que casi por la misma diferencia por la que ganó Scioli el 25 de octubre (2,91%) es la distancia que consiguió Macri en el balotaje (2,84%).
                       
El triunfo de CAMBIEMOS tuvo dos artífices: desde adentro Elisa Carrió que rompió UNEN y actuó en consonancia con Ernesto Sanz para llevar al radicalismo al acuerdo con Macri. Desde afuera Sergio Massa, cuya escisión de 2013 - cuando triunfó por 12 puntos en la Provincia de Buenos Aires - le produjo una hemorragia de votos al Frente para la Victoria que el Frente Renovador conservó tanto en las PASO como en las elecciones de octubre, con el traslado de votos de importantes sectores populares. Ello le significó al Frente Para la Victoria una herida mortal en la Provincia de Buenos Aires que resultó determinante para impedirle compensar las derrotas en Córdoba, Capital Federal, Mendoza, Santa Fe y Entre Ríos.

Una paradoja de la que suele jactarse la historia: el triunfo de CAMBIEMOS es fruto de un acuerdo entre el partido al cual le estalló la crisis de 2001 y casi desaparece y aquel que surge como consecuencia de la misma.

El voto en blanco propuesto por el Frente de Izquierda fue nuevamente desobedecido por sus seguidores, con más sentido común que sus dirigentes, que sólo alcanzó un 1,19%, un tercio de los votos alcanzados en octubre.

En un análisis rápido del triunfo de CAMBIEMOS, puede apreciarse que está basado fundamentalmente en las diferencias enormes que sacó en Capital Federal y Córdoba que Daniel Scioli no logró neutralizar con la diferencia exigua que obtuvo en la Provincia de Buenos Aires.

Haber obtenido apenas el 28,49% contra el 71,51, a 43 puntos de distancia, un verdadero castigo, demuestra los errores que ha cometido el gobierno nacional respecto a la provincia mediterránea, más allá de lo difícil que resulta ver transformada conservadoramente a la Cordoba de la Reforma Universitaria y el Cordobazo. Es cierto también que fue el epicentro del golpe de 1955.

Una omisión intencionada o un olvido no premeditado es que el gobernador y candidato presidencial en su discurso de reconocimiento de la derrota no mencionó a Cristina Fernández.

Aunque se opuso a la ley de fertilización asistida, Mauricio Macri es el primer presidente que llega por la fertilización asistida económica. Nacido como político engendrado por el establishment del cual forma parte, éste no ha tardado un solo día para que a través de sus voceros mediáticos empiece a mostrar sus exigencias.

El editorial del diario La Nación del lunes 23 de noviembre con el título «No más venganza» con la bajada: «La elección de un nuevo gobierno es el momento propicio para terminar con las mentiras de los años '70 y las actuales violaciones a los derechos humanos», es una muestra clara. Doce años más tarde es la reiteración de una de las exigencias que el 5 de mayo de 2003, Claudio Escribano, directivo del diario mitrista le presentó a Néstor Kirchner bajo la amenaza que de no cumplirla no duraría un año. Al día siguiente, Ricardo Roa, un ex montonero reciclado como espada mediática empresarial, editorializó en Clarín: «La grieta no fue sólo retórica: se convirtió en una rentable forma de vida para algunos militantes de los '70, defensores de los derechos humanos de los '80 y movimientos sociales de los '90. Todos encontraron en el relato la forma de encubrir la experiencia más corrupta de esta etapa democrática».

Clarín celebra en cada una de sus páginas y está agotando los stocks de champagne.

Es el medio que amamantó al nuevo presidente, el mismo que según los cables de Politileaks en el libro de Santiago O Donnell «…tenía una costumbre: cuando hablaba con los funcionarios del gobierno estadounidense, les pedía que hicieran algo con Néstor Kirchner. Hablando en criollo, que le pararan el carro. No sólo eso. Cuando criticaba ante ellos el comportamiento de Néstor Kirchner, Mauricio Macri decía que Argentina sufría por culpa de Estados Unidos, porque los líderes de ese país no hacían nada para frenar el comportamiento rudo de Néstor Kirchner. O sea, el responsable del daño que Kirchner le hacía  a Argentina era, ni más ni menos, Estados Unidos, por ser pasivo y permisivo, decía para provocar a sus interlocutores».

Finalmente, las aprensiones de los votantes del Frente de la Victoria y la alegría de los que tienen depositadas sus esperanzas en Mauricio Macri, pueden resumirse en dos frases: los primeros pueden suscribir la de Gustavo Flaubert: «El futuro es lo peor que tiene el presente». Para los segundos, después de haber conseguido un triunfo que era impensable el 24 de octubre, una aseveración de Sherlock Holmes: «Cuando aparten lo imposible, lo que resta por improbable que parezca, es la verdad».