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Palabras "made in" el extranjero

Ya nadie discute que la globalización es un hecho y que cada vez más palabras en otros idiomas invaden nuestro uso coloquial del lenguaje vernáculo. Hasta mi padre, que dice frases tales como "me invade una suerte de zozobra porque aún no te llamaste a sosiego, hija", sería capaz de entender que me fui de "shopping" porque había "sales" hasta en las tiendas menos "fashion" de La Salada.

Todavía recuerdo cuando mi madre, a mediados de los sesentas, me mandó a comprar "páprika" al almacén de la esquina. -Yo no vendo eso-, me contestó el almacenero. Roja como un pimiento, volví a mi casa y mentí: - No hay más.

Mi mamá, que no era una mujer fácil de disuadir y menos cuando se trataba de algo que precisaba ¡ya mismo! me gritó contrariada. ¿Cómo que no hay más, si ayer había un cajón lleno? - ¡Andá de nuevo!

Hicieron falta tres visitas al despachante, para que entre los dos descubriéramos que si mi madre quería preparar un guiso húngaro que llamábamos "goulash", lo que necesitaba era "pimentón".

Desde ese momento el uso de palabras extranjeras cobró un especial interés para mí. Eran épocas en que, si alguien de la familia viajaba a Miami, "se iba a Norteamérica" y peregrinábamos todos a despedirlo a Ezeiza. Saludábamos agitando los pañuelos y nos íbamos de la terraza, sólo cuando el avión despegaba. De ése país venían los chicles Bazooka color rosa fuerte, más tarde llamado rosa Dior y muchísimo más tarde fucsia. Altri tempi.

Mucha ignorancia aún persiste en mí, a pesar de ser una "universitaria", como dice mi padre. He leído "El Mercader de Venecia", pero nunca supe cuánto es, en el sistema métrico decimal, una libra de algo, o de nada. Siempre di por descontado que la famosa "libra de carne" que Shylock reclamaba era un sacrificio dolorosísimo para el demandado.

Una vez tuve un novio de Libra y sé que es una moneda fuerte. Ese es todo mi conocimiento acerca del sustantivo libra.

Esta semana y a propósito de la libra de carne, me interesé en unas hamburguesas que venden en uno de los tantos locales de comida rápida -pero de cola lenta-, cuyo nombre recuerda al del pato más famoso del mundo inventado por el crioconservado Walt Disney.

Cuando fue mi turno pedí una hamburguesa "un cuarto de libra con queso". -No, mejor dame una "doble cuarto de libra sin queso". Y le susurré al oído del que me atendía: - Decime guapo ¿cuánto es una libra?, haciéndome la amiguita para que me regalara la "cajita feliz" vacía. Inmediatamente llamó a un supervisor, quien me sugirió que esperara sentada, mientras él llamaba a otro y éste a un tercero.

Como nadie sabía responder me entregaron, atemorizados, un individual de papel con la oferta de la semana, en cuyo dorso había un cuadro de doble entrada con un informe nutricional expresado en calorías; grasas totales, saturadas; sodio y fibra alimentaria de los productos que ofrece el lugar. Que usé para limpiar la mesa, no sin antes leer que existe el Club Bacon con Crispy; el Junior con doble Crispy, el Nuggets por cuatro y diez unidades y aderezos con croutons. Me fui sin saber a cuánto equivale una libra de carne en nuestro sistema, pero descubrí un arsenal valiosísimo de palabras extranjeras.

A esta altura de mi vida y como vivo en un mundo globalizado, más o menos me oriento con el significado de estas voces.

No pido al almacenero: ¡Deme dos libras de queso, tres de jamón y media libra de fiambrín!, al menos en este país. En otros, prefiero señalar con el dedo qué necesito.

A nadie le avergonzaría pedir páprika y que no lo entiendan. En cambio, no saber la diferencia entre el sushi y el sashimi, y qué es un postre con rocklets, a muchos, los pondría de color verde wasabi.

Si alguien quiere agregar algo, puede enviarme un e-mail o encontrarme en el chat, donde voy a estar el "casual Friday" a partir de las 6 p.m hasta que llegue el delivery de la deli, donde pedí cookies, muffins, un wok de arroz y rolls de makis. La pechuga Club Bacon al Grill con Crispy no me gusta.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 26.9.10
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