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Argumentos para el balotaje

Daniel Scioli y Mauricio Macri
Este análisis trata de tomar claramente posición en función de las opciones que se ha dado la sociedad argentina. Los votos testimoniales de las conciencias puras, el progresismo de papel pintado, permiten sentarse cómodamente en el mejor sillón que se tenga, masajear el ego impoluto, mientras la realidad siempre con altos contenidos de contradicción e impurezas se desliza muy lejos de los que creen abolirlas en la medida que no bajen al escenario donde fuerzas contradictorias de la sociedad, con diferenciaciones y semejanzas, dirimen el futuro de los próximos años.


Confesión personal

Hace algunos años, cuando la posibilidad que Daniel Scioli fuera candidato a presidente era sólo una realidad poco probable, pensaba que nunca votaría al gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Me resultaba difícil imaginar la escena de Cristina Fernández poniéndole la banda.

Sí me resultaba altamente probable que ante la imposibilidad de ser candidata la presidenta, Carlos Zannini fuera «su candidato», cosa que consigné por escrito en «Oteando el horizonte» del 26.03.13.  

Fui crítico muchas veces de Scioli, un fenómeno posiblemente inédito de la política argentina que sin estructura y características notables ha sido diputado, varias veces ministro, vicepresidente, dos veces gobernador y candidato presidencial con posibilidades ciertas.

Incluso cuando voté a Néstor Kirchner, en las elecciones de abril del 2003, en el momento de introducir la boleta en el sobre traté de no visualizar el nombre de su candidato a vicepresidente.

Sus déficits los señalé muchas veces. Entre sus méritos pueden señalarse su indudable lealtad a los presidentes que acompañó, que sus cambios de posicionamientos políticos los realizó con entusiasmo y convencimiento; su presencia en los lugares y situaciones adversas; su capacidad de trabajo; el haberse convertido, viniendo de afuera de la política, en un animal político full-time, el único con esas características de los hallazgos de Menem.

Hecha esta confesión, paso a explicar las razones que me llevan a votar a Daniel Scioli
 
Razones ponderosas

a) El Arcángel Gabriel o Perón

Por cuestiones de edad y haber estado en el escenario de los hechos, me eduqué políticamente con la invalorable presencia de políticos y ensayistas del fuste de Jorge Abelardo Ramos, Jorge Enea Spilimbergo, Blas Alberti, Ernesto Laclau, Rodolfo Puigross, Arturo Jauretche. Casi todo lo que sé de política, reprocesado por los años, la formación y la experiencia, los aciertos y errores, lo aprendí en aquellos años.

Raúl Scalabrini Ortiz, un intelectual del campo nacional y popular, en alguna encrucijada como la actual, afirmaba: «No se trata de elegir entre el Arcángel Gabriel y Perón. Se trata de elegir entre Perón y la oligarquía».

Hay numerosas críticas estructurales que se le puede hacer al kirchnerismo como al mejor peronismo histórico, y ubicado en la misma vereda no he dejado de señalar y alertar.

Sin ser desde el punto partidario ni kirchnerista ni peronista (1946-1955 y tercer gobierno de Perón), he apoyado a ambas experiencias que han transformado a Argentina positivamente.

Ubicando ambos ciclos históricos por lo que realmente fueron: desarrollo capitalista, industrialización, ampliación del mercado interno, conquistas sociales, ampliación de derechos, incremento de la participación de los trabajadores en el ingreso nacional, predominio del Estado sobre el mercado, política exterior independiente. Una síntesis precaria e insuficiente de procesos que han dividido a la sociedad en un antes y un después.

Todas las dictaduras establishment-militar de 1955, 1966 y 1976 y su prolongación en democracia con Menem y la Alianza, intentaron - y en altísimo grado consiguieron - desarticular la poderosa estructura social y económica que articuló el peronismo en sus dos primeros gobiernos.

Ahora, por vía democrática, nos encontramos con la posibilidad cierta de jibarizar en muchos casos o eliminar en otros, los numerosos avances desde 2003-2015.

No se trata de elegir entre la revolución y el neoliberalismo, sino entre la alta posibilidad de mantener lo conseguido por el kircherismo con las adaptaciones del caso y sin descartar hasta algunos retrocesos con Daniel Scioli, y una propuesta de poda o eliminación de mucho de lo conseguido, con endeudamiento, distribución regresiva del ingreso para los sectores populares, en aras de restablecer con aggiornamiento discursivo el modelo tradicional antagónico al populismo.

Es la opción de hierro entre una Argentina capitalista intentando desarrollarse con muchos lastres y contrapesos, pero mejorando significativamente los niveles de vida de la población; o la Argentina tradicional que añora detrás del discurso marketinero a la Argentina del Primer Centenario.

Se trata entonces de volver al dilema que planteaba Scalabrini Ortiz adaptado a las actuales circunstancias. No se trata de optar ente el Arcángel Gabriel y Scioli, sino entre Scioli y el poder más concentrado de Argentina que  propulsa a Mauricio Macri.

En el mismo sentido pero con diferente decisión y preferencia lo ha expresado el que fue un buen periodista y cada vez más mediocre político, Rodolfo Terragno: «Es como en los aviones, en que la azafata le propone al pasajero a elegir entre «pasta o pollo». Quien no quiera 'pasta' tendrá que optar por el 'pollo'. O por el hambre».

b) Vida cotidiana: dos empresas y la decisión a tomar
                                                                                  
Bajemos de lo macro a lo micro. De la forma que mayoritaria y generalmente un ciudadano toma decisiones en la vida cotidiana.

Supongamos una persona que busca trabajo y sólo hay dos empresas en el mercado donde la competencia sin reglas ha reducido su número a su mínima expresión. Si esa persona pertenece al FIT, escuchará que no debe ingresar a ninguna de las dos empresas porque en ambas rige la lógica capitalista y por lo tanto el trabajador es explotado mediante la plusvalía.

Eso como argumentación macro. En la microeconomía se elige, como es obvio, entre el menú al alcance de cada uno, el que brinda las mejores condiciones y la mejor remuneración.
 
El trabajador averigua que en la empresa A hay un cambio de gerente pero que hasta ahora siempre han pagado los sueldos en blanco, se trabaja 8 horas, se respeta lo convenido en las paritarias, se hacen los controles médicos, se trabaja de lunes a viernes, se abonan las horas extras, se pagan las indemnizaciones cuando se rompe la relación laboral sin necesidad de recurrir a la justicia y se respeta la representación sindical.

En la empresa B también hay un cambio de gerente, pero hasta ahora se paga en negro, se trabaja 12 horas por día, de lunes a sábados, en caso de despidos hay que recurrir a los tribunales para cobrar, no se permite la representación sindical y no se respeta lo convenido en las paritarias. El nuevo gerente promete que todo esto se va a modificar aunque el nuevo CEO ha incurrido en estas prácticas en las otras empresas que gerenció.

En síntesis: en la empresa A, el gerente promete seguir y mejorar la tradición de la misma. No se sabe si va a cumplir pero el marco y la historia de esta organización lo hacen altamente posible.

En la empresa B hay una promesa de cambio mucho más amplia porque todo está por hacerse, pero ni la empresa y el nuevo gerente ameritan con su historia tal transformación sino una acentuación de sus prácticas.

¿Qué empresa cree que elegirá este trabajador? ¿Qué haría usted? En su respuesta está implícito su voto en el balotaje.

El notable humorista Roberto Fontanarrosa lo refleja con su ironía profunda, referido al amor que puede aplicarse a lo que seguramente hacen en su vida cotidiana los que invocan a Trotsky en falso: «Mendieta, en la vida uno se deslumbra con la mujer linda, se asombra con la inteligente... y se queda con la que le da pelota». 

c) ¿Quiénes celebran y quiénes lloran?
                                                 
Al día siguiente de la buena elección de Mauricio Macri, celebraron en la Sociedad Rural, estaban eufóricos en «La Nación», chocaban las copas en AEA, se abrazaban en la Bolsa, descorchaban champagne en «Clarín», se alegraban en Wall-Street. Se congratulaban los periodistas de la militancia opositora.

Todos, con mayor o menor intensidad, son el poder económico y sus voceros, lo que Mauricio Macri llama el «círculo rojo». El mismo que confiaría en Daniel Scioli si no estuviera representando la continuación de un gobierno nacional y popular.

En ese espacio no estuve, no estoy y ya por edad y convicción no estaré. Como dice la canción de Joan Manuel Serrat: «Entre esos tipos y yo hay algo personal».

Seguramente en muchos sectores populares el resultado del 25 de octubre produjo decepción y lágrimas. Parecidas aunque reversibles en este caso, como las que cuenta Ernesto Sábato en su libro «El otro rostro del peronismo», que por pudor nunca volvió a publicar, pero que en un párrafo recupera la lucidez, obnubilada en el resto del libro por el odio, y escribió:

«Aquella noche de setiembre de 1955, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi cómo las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escindía al pueblo argentino, en ese momento se me apareció en su forma más conmovedora. Pues ¿qué más nítida caracterización del drama de nuestra patria que aquella doble escena casi ejemplar? Muchos millones de desposeídos y de trabajadores derramaban lágrimas en aquellos instantes, para ellos duros y sombríos. Grandes multitudes de compatriotas humildes estaban simbolizadas en aquellas dos muchachas indígenas que lloraban en una cocina de Salta».

Hoy la derecha continental se relame de placer. El notable escritor peruano y pedestre pensador Mario Vargas Llosa, escribió bajo el título «Una esperanza para Argentina»: «La novedad que encarna Macri no son tanto las ideas modernas y realistas de su programa, su clara vocación democrática, ni el sólido equipo de plan de gobierno que ha reunido, sino que ahora el electorado argentino tiene la oportunidad de votar por una efectiva alternativa al peronismo». Sí, al mismo que caracterizó como una lacra.

Desde Brasil, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, que en los '60 fue uno de los propulsores de la teoría de la dependencia declaró: «El resultado de los comicios argentinos me alegró mucho», al tiempo que pide la renuncia de la presidencia Dilma Roussef.

El periodista argentino con cerebro yanqui, Andrés Oppenheimer, bajo el título «¿Un nuevo día en América Latina?», escribió: «Macri atraería una avalancha de inversiones extranjeras y aumentaría la esperanza de que Argentina salga de su actual estancamiento económico. Macri, severo crítico de los regímenes populistas autoritarios, ha dicho que si es elegido va a exigir a Venezuela que acate las cláusulas democráticas del Mercosur… Mi opinión: una victoria de Macri podría cambiar el mapa político de América Latina, poniendo fin a 15 años de gobiernos populistas corruptos que han dejado a sus países en bancarrota».  

En Argentina y Brasil se juega la suerte el gran proyecto de los libertadores del siglo XIX, la concreción de la Patria Grande, que recobró impulso en Mar del Plata en 2005 con el No al ALCA.

Argumentos que increpan al progresismo

Margarita Stolbizer se autoproclama progresista. En realidad expresa un pensamiento socialdemócrata. Su diputada electa, Victoria Donda, votará en blanco. Ella en cambio votará a Mauricio Macri.

Stolbizer está de acuerdo con la asignación universal por hijo, con la estatización de las AFJP, con el matrimonio igualitario, con la ley de identidad de género, con la ley de fertilización asistida, con la Corte Suprema elegida originalmente, con la ley de las empleadas de casas particulares, con la estatización del 51% de YPF, etc., etc. Siempre encontrará en cada caso un reparo sobre formas o espíritu, cuando no intencionalidad de la decisión. Su espacio tiene adentro al insulso Hermes Binner, una especie de Fernando de la Rúa; y Libres del Sur, cuyo referente máximo, Humberto Tumini, pasó de la guerrilla de los '70 a asociarse con los radicales y Elisa Carrió en la difunta UNEN.

Todo ese progresismo de cartón no hubiera concretado ninguna de estas medidas siendo gobierno; y ahora, cuando llega la opción en el balotaje, se inclina por quien se opuso a todas estas medidas aduciendo cuestiones presuntamente morales y éticas.

Son válidas y muchas veces acertadas sus críticas a la sojización, la megaminería, a los qom, entre otras, sumadas a algunas de las denuncias precisas de corrupción. Pero el poder económico que amasa sus fortunas muy lejos de la moral que pregona, no es por esos motivos que ha hecho infinidad de intentos para hacerle la vida imposible al gobierno e incluso de desplazarlo o hacerlo claudicar con una entrega anticipada. Las buenas conciencias y el dinero forman una alianza en situaciones críticas.

El progresismo, expresión de las mejores intenciones de los sectores medios, carece del GPS del poder económico que detecta con infalibilidad no sólo a sus enemigos sino a aquellos que pueden cuestionar su tasa de ganancias.
    
Si a los progresistas uno los tendría que definir futbolísticamente, diría que son aquellos que desde la tribuna señalan críticamente todos los posibles goles que no se concretan y afirman que ellos saben cómo hacerlos. Cuando los hacen bajar a la cancha, sostienen que no los dejan, que el rival les hace infracción permanentemente, que el árbitro los bombea, que la pelota no dobla. En otros términos: los progresistas salen con el paraguas los días de sol y cuando llueve casualmente no lo tienen. Pero más grave aún: en lugar de ponerse del lado de los usuarios de los paraguas hacen causa común con sus fabricantes.

Stolbizer va a votar por Macri. Jugará el mismo penoso papel que Vilma Ripoll en la resolución 125 actuando de empleada gratuita de la Sociedad Rural. Extraño comportamiento repetido infinidad de veces que coincide por izquierda en la misma vereda del poder económico local e internacional.

Este progresismo es funcional a Macri. El dogmatismo del FIT ve la vida en blanco y negro; y cuando tiene que adoptar decisiones trascendentales es a sus dirigentes a quienes se les ponen los ojos en blanco, mientras sus bases mostrarán una saludable vocación de no comer vidrio y, como en el balotaje de la Ciudad de Buenos Aires, desobedecerá la insensatez de su dirigencia.

Argumentos para el balotaje

El balotaje siempre es una segunda oportunidad. Para revertir un resultado que se presenta muy dificultoso, el kirchnerismo debe agotar todas las argumentaciones tratando de seducir a aquellos que pueden ser seducidos, a los que estuvieron y se fueron, a los que habitualmente fluctúan.

A los que están definidos y ubicados incómodamente, es conveniente mostrarles persuasivamente las contradicciones en que incurren para ponerlos de frente a su conciencia.

Todo ello será fuertemente neutralizado si el Frente para la Victoria continúa con la indolencia de algunos sectores y las divisiones y los pases de facturas de otros en donde han convertido goles en contra, verdaderos disparos en los pies, entre otros, los ministros Aníbal Fernández y Daniel Gollán.

Hasta ahora, Cambiemos surfea con comodidad la ola amarilla, con acentuados mensajes de tono pastoral, mientras el Frente para la Victoria se desliza entre la desorientación, la descalificación obsesiva, los pases de facturas, cierto retraimiento en algunos sectores, al tiempo que por fuera de la militancia, simpatizantes e incluso ciudadanos que no votaron al oficialismo se movilizan espontáneamente por haber divisado en el horizonte el fantasma de un pasado doloroso que no quieren padecer.     

En ese escenario, no desprovisto de dramatismo, es bueno recordar a Benjamín Franklin, uno de los héroes de la independencia norteamericana que afirmaba: «O caminamos juntos, o nos ahorcarán por separado».