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Cómo comprar un pasaje aéreo y seguir viva

Entonces... un día decidí dejar Ciudad Gótica y, puesto que no tenía alas como Batman, compré un pasaje de avión. Digamos que la compra es el concepto amplio generador de este artículo. No fue fácil.
Cuando reconozco quién se desenvuelve mejor que yo en las lides del "departures-arrivals- delayed-on time" dejo que la otra persona haga su juego como mejor le plazca. A mí me produce cero placer. ¡Ojalá fuera yo tan poco exigente en otras situaciones! ¡Ojalá!

Sólo dije -¿Y Berlín? Había leído con pasión malsana "Berlín Alexanderplatz" de Doblin. El personaje de Franz Biberkopf, violento y robusto a la vez que capaz de caer como un helecho embebido en cerveza, me impresionó seguramente menos que a Fassbinder, que filmó la película en un formato de ocho horitas reloj. -Listo, Berlín va- me respondieron. Di a esta persona los dieciséis dígitos de mi tarjeta de plástico y revelé los tres números que son la clave de todas las claves. Ahí terminó la engorrosa cuestión de la compra. Dicen que ahora se compran pasajes más fácilmente que fideos moñitos en un supermercado chino. Dicen.

¡Todo bien! La comodidad al alcance del plástico. Soy una prima lejana de la generación del baby boom. Lejanísima. El plástico se popularizó gracias a nosotros y con él la explosión formidable en tantísimos campos de lo humano. Sé que tiene mala prensa, que no es un material noble, pero precisamente sus dobleces y maleabilidad lo hacen único y barato. ¡Soy prima del plástico ¿y qué? Norman Mailler tenía una especial aversión hacia este material, aludiendo con él, a la cultura de su época y de la mía. Murió hace tres años el mismo día que mi padre. Por eso no más ya lo quiero, aunque siempre lo quise por sus respuestas epatantes, de esas que asustan al común de la gente y tan poco políticamente correctas.

Pensé, ¡qué bueno vivir en el siglo del plástico aunado al de la tecnología! Wrong, wrong y re-wrong. Me olvidaba del factor humano. Se me ocurrió así, de puro curiosa, revisar el resumen de gastos de mi tarjeta en forma virtual como para que no me sorprendiera la montaña que debía pagar. La montaña resultó ser una lomita. Así lo hice durante cuatro días y la lomita no trepaba. Cuando recibí, en papel de gramaje cada vez más fino y de peor calidad el resumen, quedaba claro que mi ticket de avión no estaba incluido.

Como soy una chica terca casi lindando con la obsesión no me alegré, por más que la agencia emisora del billete me dijera diecisiete veces que si está OKEY, emitido y lo puedo ver por la pantalla, entonces ¡viajo! Tampoco me dijeron que no llamara más, debo reconocer. Sólo terminaban su alocución con un: -No es problema nuestro. Llame a la tarjeta -así decían- que tenga buenos días. ¿Cómo voy a tener buenos días si corro el riesgo de comprar de todo en el duty-free y no puedo subir al avión y me tengo que quedar a vivir en el aeropuerto como Tom Hanks en la película "La Terminal"?

Ya ni sé si me cansé de digitar los dieciséis números de la tarjeta, pulsar la tecla tres que era la de reclamos y jamás prestarme a una encuestita "para mejorar la calidad del servicio". No lo sé, porque me había convertido en una máquina y las máquinas no se cansan.

-Revise, por favor, si se registró la compra de un pasaje.

-¿Qué día y a qué hora?

-El tres de diciembre a las 13.47.

-No tenemos ese registro. Es un problema de la agencia de viajes. No es nuestro problema. Gracias por llamar.

Lo que sucedió después más o menos guarda la forma de ¡Usted viaja! proferido por la agencia de turismo y "No es nuestro problema", repetido por la voz que representa a la tarjeta de plástico.

Finalmente di con un: -Soy Federico, ¿en qué puedo ayudarla?

-Usted, Federico, no es que pueda ayudarme. Usted ¡tiene! que ayudarme.

- Déjeme ver. Repítame su nombre, dirección, peso, estatura, gusto preferido de helado, alternativas a ese gusto. Así lo hice. -¿Cuál es su inconveniente? -Mi problema es que se corta y no llego a decir cuál es mi problema, aunque sé que ¡viajo!

Federico revisó junto conmigo las compras del mes, -¿Es interesante la ropa interior de Caro Cuore? -Federico, después le cuento de lencerías interesantes, no es momento; también revisó los débitos automáticos hasta llegar al 3 de diciembre a las 13.47. En ese momento se constató que la compra aparecía como "depurada".

-¿Qué quiere decir depurada? ¿Libre de toda bacteria, virus, qué significa eso?

-Déjeme ver. Gracias por aguardar. Depurada, según entendí, quiere decir que la agencia no pasó el ticket de compra. Que se hicieron todos los pasos, menos el más importante.

Cuando llamé a la agencia y me atendió Vanina, Karina, Yanina o alguna otra "ina" dije que quería ir personalmente a arreglar este entuerto.

-No, imposible. No tenemos sede. Somos una agencia virtual. -Tuve que contarle el pequeño episodio de "psicosis" que me encontraba atravesando, y finalicé con la mágica palabra "depurada". En ese momento todo se aclaró para ella. -Déjeme ver. Ah, ah, ah, sí, sí, sí sí. ¡Compra depurada! No se preocupe ahora mismo paso su pedido a Customer Service.

-¡Ah, bueno! Me quedo más tranquila. Llegar a Customer no es cualquier cosa, es como llegar a la santa sede de la realidad virtual, donde alguien tomará nota de mi pedido, se hará eco del mismo y me contestará: Dear customer, ¡Usted viaja! ... quiero creer.

Yo me pregunto y con ánimo de molestar a toda esta troupe que me viene castigando: ¿Tengo que vigilar yo también el paso del ticket de compra de la "aduana depurada" a "compra pagada"? Soy afortunada: en épocas de desocupación, tengo trabajo asegurado.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 9.1.11
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