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Algunas cosas que no entiendo y otras que me molestan

Ahora todo es inteligente: teléfonos, tabletas, fibras; menos yo. Sí, porque cada vez hay más cosas que no entiendo y otras que me molestan.

Te invita una pareja -straight, gay, no gay, filo gay, pro gay, hetero-, no importa, a comer a su casa. Eso sí, definitivamente "progre". Te muestran las instalaciones donde pasarás las restantes, digamos, tres horitas de tu vida. Hablan como si te importara saber que "los pisos de porcellanato beige se marcan más que el oscuro y que es preferible gastar en un buen jacuzzi que te deja como nueva". Esa clase de parejas que dicen todo el tiempo: "esto lo compramos en Marrakesh, aquello en Islandia y lo de más allá en el MOMA".

Esto, eso y aquello guardan para vos la misma forma incomprensible, pero no preguntás porque a vos, como a mí, no te importa. ¡Vos sólo querés saber qué habrá de comer! Es más, ¿habrá de comer?

"Y éste es el cuarto de los chicos". -Caramba, "tenían hijos" te decís. Se abre la puerta y esperás encontrar unos niñitos rubios jugando cada uno con su propia Play Station. Ya que estás te hacés la película publicitaria de cualquier producto para infantes. Pero no, en lugar de esto aparecen un par de caniches vestiditos en composé con unas alpargatitas y una especie de remerita o buzito, "a la mòde" del último grito de la moda canina en París a quienes les susurran como adultos débiles mentales: "nos vamos a la camita, ya es tarde, buenas noches".

- "Saluden a la tía" que vengo siendo yo, y a los "papis" y les encajan sendos piquitos a cada uno. Todos esperamos que se sumerjan en un moisés con el mismo motivo cuadrillé.

Después de esta escena, la conversación -humana- sólo puede girar en torno a temas tales como lo fea y dura que es la fruta comprada en el supermercado y lo caro que está el Dogui.

Otra cosa que me molesta, más que no entender, es el modo en que se conversa en la actualidad. Ya no se polemiza o departe en alegre charla, de esas que nos hizo famosos a los argentinos. ¡Nooo!

Hace poco, en una reunión, alguien no recordaba si la protagonista del film "Madame Flaubert" era Anouk Aimée o Fanny Ardant.

- ¡No es Madame Flaubert, es Madame Bovary! grité, pero nadie me escuchó. También sabía la respuesta. En otros tiempos, a poco de andar, hubieran desembocado por conexiones asociativas en "Un hombre y una mujer" o en "La mujer de la puerta de al lado", y seguramente, se hubieran dado cuenta de que no se trataba ni de una ni de la otra actriz.

- ¡Un momento que me fijo! gritó uno y sacó la Blackberry. Con lo cual la conversación amena pero ruidosa se convirtió en una especie de torneo o competencia, del tipo Infeliz Domingo - era un domingo - a la espera de que el aparatito se expidiera sobre la solución final. Que yo conocía.

Quiero decir que para que todo fluya - como deben ser las charlas, de otro modo no valen la pena - la persona que acciona la Black tiene que saber dónde buscar el dato, cómo buscarlo, poder leerlo y/o tener cerca los anteojos. No es el caso que me ocupa.

No soy tan buena como parezco en la foto. No iba yo a develar y menos a esos interlocutores la base más importante de datos fílmicos mundial, así que dije: "Me la prestás?; yo lo busco".

El hombrecito no quería desprenderse del aparatito, como si en él se le fuera la vida. El resto de los participantes ya se impacientaba, como cuando Marcelo va a decir a quién se eliminó pero va la tanda; me lo entregó con una mueca de dolor. Comprendo que dé vergüenza desprenderse de un aparatito que no se sabe usar, y además dárselo a una dama.

Busqué el nombre correcto de la película y apareció obviamente el de la distante Isabelle Huppert. No la conocían.

Ahora, más que conversar se constatan datos. Cuando se habló de tenis, me callé como una mudita. Lo único que conozco es la película Match Point de Federer, digo de Woody Allen.

Otra, y seguramente no la última de las cosas que me impresionan, es el retorno de las "calas" como flor re-top. Me impresiona mal. Mal de mal, no mal de bien. Esas largas varas verdes que terminan en un embudo blanco que rodea a una espiga amarilla, me dan miedo. Siempre fueron de cementerio. Para mí son como flores carnívoras que no te van a dejar salir de ese lugar. Ahora pasan por elegantes y esbeltas, pero yo sé de qué barrio vienen.

El día que alguien me regale un ramo de calas, me muero. Prefiero margaritas, como las que se tiran a los chanchos.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 16.1.11
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