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Un hito en una larga lucha

ni1Los acontecimientos históricos se gestan después de una siembra que puede llevar un tiempo incalculable. A diferencia de la naturaleza que tiene sus tiempos tabulados porque cuando se siembra trigo, maíz o soja se sabe cuándo se la cosechará, la historia no tiene fijada el momento de recoger el esfuerzo de generaciones para cambiar un determinado estado de cosas.

Imprevisible y caprichosa, imaginativa y terca, la realidad es una dama a la que hay que seducir y que somete al ostracismo a quienes intentan violentarla. El acontecimiento que produce el estallido siempre resulta imprevisto y las más de las veces es pequeño en relación a las consecuencias que desata.

Algunos ejemplos tomados arbitrariamente. El 15 de mayo de 1969 fue asesinado el estudiante Juan José Cabral en Corrientes. Protestaba por el aumento del ticket en el comedor universitario. Dio lugar a una serie de manifestaciones que originaron nuevos muertos y 14 días después el Cordobazo marcaría una divisoria de aguas en la historia argentina como el 17 de octubre de 1945 y el 19 y 20 de diciembre del 2011.

El 1º de diciembre de 1955 en Montgomery, Alabama, uno de los estados más racistas de EE.UU, una negra, Rosa Parks, que regresaba cansada de su trabajo, se negó a sentarse en los asientos destinados a los negros en los colectivos. Se resistió a los intentos de descenso del vehículo por parte del chofer y fue bajada por la policía. Eso dio origen a un boicot que realizaron los negros no tomando los colectivos. En una epopeya conmovedora, durante semanas, se trasladaban caminando, en taxis, en sus propios vehículos o en los de sus vecinos a sus lugares de trabajo provocando daños económicos a las empresas de transporte.

Cuenta Martin Luther King: «La detención decisiva que daba pie al boicot de los autobuses por parte de la población negra. Seguramente Rosa Parks estaba muy lejos de medir el alcance de aquella acción suya, tan poco extraordinaria en apariencia.  Seguramente, Rosa Parks no pensó nunca lo que aquél sereno gesto suyo iba a significar. Pero las cosas suelen suceder así, sin grandes aspavientos, con naturalidad. Lo que empezó siendo una acción casi espontánea, acabó en un movimiento prolongado que puso a prueba la madurez de toda la colectividad y la validez incuestionable de un método de lucha: la no violencia».

Fue una historia aquella con un eco estrepitoso en toda la América negra. De anécdota pasó a categoría; de caso a ejemplo. Casi todo lo que andando a tiempo sería Martín Luther King tiene su origen en el sonado boicot  a los autobuses de Montgomery.

El asesinato de María Soledad Morales el 8 de septiembre de 1990 terminó con los Saadi en Catamarca. No había sido el primero de los asesinatos perpetrados por los hijos del poder, pero el de María Soledad significó el fósforo que incendió la pradera.

¿Habrá sido el asesinato de la adolescente  Chiara Páez, embarazada, asesinada por su novio en Rufino, el punto de inflexion, el equivalente a lo que significó el asesinato de Juan José Cabral y María Soledad Morales o la detención de Rosa Parks? Es posible, pero sólo el tiempo y la continuación de la lucha les darán respuesta a la pregunta.   

La concentración del 3 de junio

Muy lejos estuvieron de imaginar las propulsoras de la concentración, la respuesta multitudinaria dentro y fuera del país que tendría la propuesta bajo la precisa y acertada consigna de «Ni una menos».

Sin agotar ni mucho menos la lista de las promotoras, vaya el reconocimiento hacia Mariana Carbajal, Hinde Pomeraniec, Florencia Etchevez, Marcela Ojeda, Ingrid Beck, Valeria Sampedro, Soledad Vallejos, Marina Abiuso, entre otras.

Una manifestación mayoritariamente de mujeres, de todas las clases sociales y de todas las edades. Con predominancia de pancartas hechas por las mismas manifestantes que las portaban. Familias enteras con chicos y bebés. Un encuentro contra nadie y al mismo tiempo que cuestiona comportamientos sociales.

La fuerza que significa formar parte de una expresión multitudinaria y popular. Tal vez haciendo realidad una vieja propaganda de cigarrillos que decía: «Haz recorrido un largo camino, muchacha».  El mismo que ha condenado a la mujer a un lugar invisible, luego subalterno y aún hoy con los inmensos avances realizados en una situación desventajosa. Una explosión de testimonios de violencia de todo tipo que en los últimos tiempos termina en el asesinato de una mujer cada treinta horas. Una traslación en muchos casos de la relación opresor-oprimido del campo laboral del hombre a la repetición enfermiza en el ámbito familiar.

Una lucha en la que muchas mujeres reproducen el esquema patriarcal con sus hijos varones y el de la dependencia con sus hijas mujeres.

Muchas de las que estuvieron en la Plaza frente al Congreso, aunque tal vez no lo supieran, eran herederas de las luchas denodadas de muchas feministas, que aún con sus excesos lógicos en toda contienda desigual, abrieron una picada en la sociedad patriarcal.

La independencia económica de la mujer cuando se incorpora a las actividades productivas fuera de su hogar, le amplió el campo de sus posibilidades, pero al mismo tiempo, salvo en los matrimonios muy jóvenes, no la liberó de las tareas domésticas. Así las mujeres realizan una multiplicidad de trabajos que los hombres parecen incapacitados.

A su vez las tareas domésticas, al no ser remuneradas, no son computadas en el PBI. Parte del sueldo que paga el empleador al hombre, en estos casos, es un salario al que contribuyen dos personas pero sólo se abona al que va a la empresa.

Los avances en materia de anticoncepción, produjeron un cambio en la situación de la mujer y le permitió a partir de la década del '60 una progresiva liberación en este aspecto. Todo esto lo sintetiza Eduardo Galeano cuando dice: «Al final el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo».

A la par de este hito en una larga marcha aparecieron, como era dable esperar, los que se fotografiaron con la consigna movilizadora y son pegadores o cosifican a la mujer. Su oportunismo no será un salvoconducto hacia la amnesia.

Las pancartas del 3 de junio

Como en los graffitis del Mayo francés, las pancartas del 3 de junio harán historia. Sería interesante hacer una recopilación de las mismas. Algunas de ellas, recogidas en medio de los apretujones de una multitud compacta junto a la mayoritaria y convocante de «Ni una menos».  

«No es un crimen pasional, es un machito patriarcal»; «El amor no mata»; «Mi ropa no determina mi consentimiento»; «El machismo  mata»; «Tu ego y tus celos no justifican mi muerte»; «Con short o pantalón, respetáme cagón»; «Por mí, por vos, por las que ya no están, basta de femicidios»; «Yo elijo las manos que me tocan»; «Disculpe la molestía, nos están matando»; «No puedo ser la mujer de tu vida porque ya soy la mujer de la mía»; «Menos violencia, más orgasmos»; «No quiero tus piropos, quiero tu respeto»; «Mira por sus ojos y verás su sufrimiento»; «Soy tu mamá, soy tu esposa, soy tu hermana, soy tu hija ¡Respetame!»; «El cuerpo de la mujer no es una mercancía».
 
Una larga lucha

Las religiones en su totalidad discriminan a la mujer. El 1º de diciembre de 1563, en el concilio de Trento, tras prolongadas discusiones teológicas y por un voto se decretó que «La mujer tiene alma». En Canadá recién el 18 de octubre de 1929 la justicia consideró a las mujeres como personas.

En su libro póstumo «Mujeres» el escritor uruguayo, Eduardo Galeano, escribió bajo el título «Prohibido ser mujer»:                     

«En 1804, Napoleón Bonaparte se consagró emperador y dictó un Código Civil, el llamado Código Napoleón, que todavía sirve de modelo jurídico al mundo entero. Esta obra maestra de la burguesía en el poder consagró la doble moral y elevó el derecho de propiedad al más alto sitial de las leyes. Las mujeres casadas fueron privadas de derechos, como los niños, los criminales y los débiles mentales. Ellas debían obediencia al marido. Estaban obligadas a seguirlo, dondequiera que fuese, y necesitaban su autorización para casi todo, excepto para respirar. El divorcio, que la Revolución Francesa había reducido a un trámite simple, fue limitado por Napoleón a las faltas graves. El marido se podía divorciar por adulterio de su esposa. La esposa sólo se podía divorciar si el entusiasta había acostado a su amante en el lecho conyugal. El marido adúltero pagaba una multa en el peor de los casos. La esposa adúltera iba a la cárcel en cualquier caso. El Código no otorgaba permiso para matar a la infiel si era sorprendida. Pero cuando el marido traicionado la ejecutaba, los jueces, siempre hombres, silbaban y miraban para otro lado. Estas disposiciones, estas costumbres, rigieron en Francia, durante más de un siglo y medio».

La carta de Manuela   
            
Tiene 20 años. Fue violada en un taxi y el taxista permanece prófugo. Fue acusada por la familia del violador en una actitud que intentaba colocarla en situación de victimaria. Desde el dolor y con calidad literaria escribió una conmovedora carta, un ladrillo más en el camino al 3 de junio:

«Escribo esto porque sino no voy a poder estudiar esta noche, ni dormir, ni pensar, ni respirar bien. No sé bien a quién le escribo ni en propósito de qué, pero doy por sentado que cada quién se dará por aludido.

Tengo 20 años y en mi haber algunos que otros fracasos sentimentales, estudiantiles y familiares. También tengo sueños y manías, tengo caídas y manos amigas que me ayudan a levantarme. Y hoy, o mejor dicho, a partir del sábado 18 de abril, a determinada hora, en determinado lugar, tengo en mi haber, en este capítulo de mi vida, una violación.

Y les quiero explicar qué significa.

Se trata de un acto, un acto sexual contra mi voluntad. Se trata de que me falló la intuición y de que estuve en el lugar equivocado, en el momento equivocado, con la persona equivocada. En fin, se trata de un error que cometí.

Me subí a un taxi, acepté subirme a un auto porque quien lo conducía se ofreció a llevarme a mi casa, de la que no tenía llaves porque confié y creí amiga también a una persona equivocada. Y yo, en un momento de vulnerabilidad me subí.

Les quiero contar por qué.

Me subí primero porque era un radio taxi premium. Ese radio taxi que los padres y tíos nos dicen que nos tomemos porque son más seguros. Ahí cometí el primer error.

Porque los violadores no sólo están en los callejones oscuros esperando para atacar o en las vías del tren. Los hay en las oficinas, en las confiterías, en las familias, en los parques y en los radiotaxis al parecer, también.

Mi segundo error fue haber perdido el conocimiento. Así que sí, cometí dos errores. Pero les quiero hablar de la otra persona que estaba conmigo adentro de ese auto, de mi violador. De él, que, a diferencia de mí, que cometí dos errores, cometió un delito: la violación.

¿Quién no soy ni quiero ser?

No vine a este mundo a ser una mediocre. Así que no quiero serlo. No puedo seguir diciendo que esta bestia me arruinó la vida porque puedo hacerme cargo de los errores que cometí pero no del delito que cometió él. Y la totalidad de mi vida no puede reducirse a que me haya violado un tipo que, dicho sea de paso, no sólo está prófugo sino que está libre. Y para mí la libertad es lo más preciado que tenemos y él, no se la merece.

Cada vez que me violó en contra de mi voluntad ensució, pisoteó, insultó y traicionó a la libertad. No quiero a este violador libre, lo quiero privado de su libertad, encerrado y hostigado, como estuve yo esa mañana adentro de ese auto.

Merezco volver a ser libre y volver a tener sueños. Merezco volver a sentir cosas lindas y no este veneno que tengo dentro mío. Merezco volver a reír con ganas y a llorar sólo por lo que haga falta. Merezco tener una familia y unos amigos que puedan contar conmigo. Y si esto es mucho pedir, entonces, por lo menos merezco poder comer, dormir y estudiar. Merezco volver a confiar en alguien una vez más. Porque cuando te violan, el tiempo es denso y esperar es un espanto.

Quiero que la vida me deje de doler. Quiero que estar despierta sea un deseo y no una tortura. Quiero que dormir sea descansar y soñar con cosas lindas, no quiero más pesadillas con la cara de este animal (con perdón de los animales).

Quiero que a mi mamá no le duelan las sonrisas. No quiero que la gente me tenga lástima. Quiero que la gente quiera justicia.

Puede que jamás me olvide de esa eternidad en la que fui sometida a ese infierno de escuchar la respiración y la excitación de él mientras me violaba. Ni su cara de placer frente a la mía de pánico.

Puede que nunca olvide su cara ni su voz. Pero tampoco voy a olvidar nunca qué merezco y quién soy y algún día me va a doler menos. Y la vida que tenía antes del 18 de abril (que hoy parece una utopía) algún día me pertenecerá de vuelta.

Me juré a mí misma que no voy a rendirme hasta que no haya justicia.

Manuela

PD: Nadie me hará creer jamás que fui, soy o seré culpable de que me hayan violado».

Un hito en una larga lucha

Más allá del devenir posterior, el 3 de junio es un hito en una larga lucha. Su potencialidad es la continuidad en el tiempo. La extensa lista de víctimas de femicidios ha sido puesta en la agenda pública. Es un hito que debe prolongarse en las calles y en la aplicación de las leyes sancionadas.

Con un gobierno nacional sensible a los problemas de género, con avances que van del matrimonio igualitario a la legislación que protege a las trabajadoras de casas particulares.

Lo hecho es importante y trascendente pero siempre será insuficiente. Al día siguiente de la marcha apareció la siguiente noticia en el diario La Nación: «Ayer se conoció otro caso de brutal agresión contra una mujer que podría haber terminado en tragedia sin la intervención de una nena de apenas tres años, hija de la pareja. El hecho ocurrió en la ciudad de Neuquén, cuando el hombre atacó a su ex esposa e intentó ahorcarla. ¡Basta papá, basta! Gritó entonces su pequeña hija. Finalmente, el hombre se desplomó sobre una silla y quedó allí hasta la llegada de la Policía».

Parafraseando un grafitti del Mayo francés: «La concentración cierra la calle pero abre el camino».