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Frenar la locura

Alberto NismanLa denuncia promovida por el fiscal Alberto Nisman y su posterior muerte, han producido un desenfreno verbal, una tergiversación de los hechos y una falta de mesura, en donde chapotean en el barro tanto el gobierno como la oposición; como así también los editorialistas y columnistas de los medios dominantes con descripciones y vaticinios apocalípticos, y ausencia total de crítica en los medios oficialistas sobre los errores de la presidenta (como si Cristina Fernández gozara para los seguidores y militantes de una pretendida infalibilidad tan absurda como la papal).

A eso se agrega la hipocresía de muchos de los análisis de la prensa internacional, junto a la habitual subordinación de los dirigentes de las instituciones formalmente representativas de los argentinos de origen judío a la política exterior del Estado de Israel.

No hay que descartar, sin caer en teorías conspirativas, que hay poderosos actores económicos y mediáticos que están dispuestos a promover o subirse a situaciones que puedan llevar a que el gobierno transite sus meses finales en forma penosa.

Parece redundante y obvio aclarar que la muerte del fiscal Alberto Nisman es lamentable. A partir de ello es imprescindible señalar que su «investigación» es una continuación de la iniciada por el juez Galeano, y los fiscales Muller, Barbacchia y también Nisman; y que los tres primeros están procesados y deberán comparecer en el juicio oral cuya elevación ya se dispusiera. De este proceso fue salvado el fiscal que continuó esa investigación.

Esa investigación es de un sesgamiento inadmisible, y claramente responde a directivas de los servicios de inteligencia de EE.UU y de Israel de la que era tributaria la SIDE.

Todo indica que primero se determinó el culpable y luego se buscaron las pruebas que lo involucraran. No es reprochable contar con informaciones de servicios de inteligencia extranjera; lo que resulta inadmisible es subordinarse a las indicaciones de los mismos y aceptar sin beneficio de inventario la información suministrada y que el fiscal recibiera órdenes y direccionamiento desde «La Embajada». Extraño caso de superposición: la SIDE, a través de su mandamás Stiuso dirigía la investigación de Nisman y a su vez la SIDE (Stiuso) era instrumentada por la CIA y el Mossad.

Ninguno de «los republicanos» que sostienen que con el Memorándum de Entendimiento con Irán se entregó la causa AMIA a los presuntos responsables de «una investigación» amañada, formulan la menor crítica a las pruebas tangibles y concretas obtenidas en los cables de la embajada norteamericana remitidos hacia EE.UU, de los cuales surge inequívocamente la obediencia debida del fiscal muerto. Su genuflexión hacia el imperio les lleva a considerar estas actitudes del fiscal como perfectamente lógicas.

Nisman contó con recursos, tiempo y personal y el resultado es de una endeblez sorprendente tanto su investigación como su denuncia a la presidenta, el Canciller y demás imputados.

Más que buscar la verdad de lo sucedido se buscó culpables señalados desde el exterior. Esto no significa que Irán pueda realmente ser responsable, pero para eso se necesitan las pruebas que a Nisman siempre le faltaron. Por eso resulta sorprendente e hipócrita que quien no buscó la verdad sino sólo a los responsables que le señalaron, hoy hay quienes lo consideren un héroe. La muerte siempre merece respeto, pero nunca puede ser un pretexto para cambiar la historia del muerto. Eso lo saben tres de las cuatro agrupaciones de familiares de víctimas de la AMIA, que fueron muy críticos de Nisman. Lo saben también las autoridades formales de los argentinos de origen judío, pero complicidades y ocultamientos heredados y propios, las llevan a igual que Nisman a señalar culpables en función de intereses políticos indicados desde la lejanía.

En síntesis: Nisman estaba mucho más cerca de recorrer al final del camino el itinerario de procesamiento de sus colegas Muller y Barbacchia que de la condición de héroe que por motivos que hacen a la política menuda quieren proyectarlo.

Por su parte, las actuales autoridades de AMIA y DAIA nunca han hecho un repudio en el primer caso y una autocrítica en el segundo, en relación al homenaje dispensado al «Fino» Palacios; o el pedido de disculpas de la comisión presidida por Rubén Beraja a Carlos Menem por el certero y enjundioso discurso de Laura Ginsberg, el impactante «Yo acuso a los gobiernos de Menem y Duhalde», pronunciado en la calle Pasteur en la recordación del atentado en el año 1997.

Una muestra en pequeño de una promiscuidad llamativa e irritante entre presuntos denunciadores y encubridores, puede observarse en el cumpleaños en enero de este año de Marta Nercellas, la abogada que comandó un equipo de abogados durante más de una década en representación de la DAIA y personalmente de su entonces presidente Rubén Beraja, que entre sus invitados contaba nada menos que con el procesado «Fino» Palacios, (imputado en el juicio de encubrimiento que con suerte se concretará en el segundo semestre de este año), información aparecida en Ámbito Financiero del martes 27 de enero y nunca desmentida. Para colmar el vaso, también estaba presente la actual jueza a cargo del caso Nisman, la Dra. Fabiana Palmeghini; el actual abogado de la DAIA, Miguel Bronfman, el juez de la servilleta, Claudio Bonadío, hoy puesto en un pedestal por la oposición a pesar de haber cajoneado durante años la falsa denuncia de Telleldín contra los policías de la bonaerense; el ex presidente de la DAIA, Jorge Kirszenbaum, quien en 2006 recibió la justa crítica de Memoria Activa por haber dicho: «el procesamiento al Sr. Ruben Beraja constituye un ataque a la comunidad judía en su conjunto así como que la resolución judicial dictada por el Juez Ariel Lijo transforma a las víctimas en victimarios». Por si lo mencionado no fuera suficiente, también estaba presente el Fiscal General Ricardo Sanz, el superior de la fiscal de la causa Nisman Viviana Fein.

Nercellas no es otra que la abogada que acompañó a Rubén Beraja a una reunión de ex presidentes de AMIA y DAIA a la sede de la calle Pasteur para tratar la muerte de Nisman.

Si a esto se suma la posibilidad, dada como concretada por la periodista Silvia Naisthat de «Clarín», que  DAIA y AMIA habrían ingresado en diciembre al Foro de Convergencia Empresarial, es fácil entender por qué muchísimos argentinos de origen judío sienten que estas instituciones se arrogan una representatividad muy cuestionable.

Gobierno y oposición

La presidenta ha actuado con una irresponsabilidad llamativa al dar a conocer sus dos cartas innecesarias e imprudentes con certezas sin pruebas, con imprecisiones y errores; y una semana más tarde, en una tardía cadena nacional, dando un largo rodeo personal para llegar al meollo de la cuestión de forma inapropiada.

Dar opiniones sobre si era suicidio u homicidio, con afirmaciones insólitas sobre una investigación judicial en pañales, resultan muy criticables en su doble condición, la primera y fundamental de cabeza del Poder Ejecutivo y la segunda como abogada.

El señalamiento de sospechas hacia personas aún no procesadas resulta a todas luces un craso error superlativo.

Señalar que no tiene dudas que es un asesinato, la ubica desde una responsabilidad infinitamente mayor, en la misma vereda de irresponsabilidad que el habitualmente inimputable periodista Jorge Lanata que anunciaba, con su propia voz que «te haremos escuchar las grabaciones que llevaron al asesinato del fiscal Nisman», o del autodenominado filósofo Santiago Kovadloff que en su discurso en el entierro de Nisman en el cementerio de la Tablada afirmó: «Se jugó la vida y pagó con ella para impedir en la medida de sus fuerzas, que el crimen se llevara por delante, sin costo alguno, la verdad, la ética y la República. Alberto Nisman murió en el intento de echar luz sobre la oscuridad… La República vuelve a estar de duelo con este asesinato».

Este columnista de «La Nación» y redactor de los discursos del presidente de la Sociedad Rural, sólo encuentra la República, palabra con la que se hace gárgaras, en las páginas del diario fundado por un genocida y propulsor de todos los golpes, beneficiario y cómplice de la última dictadura establishment-militar y le pone la música y la letra a las habituales embestidas desde un predio usurpado a su presidente Luis Miguel Etchevehere.

La presidenta de la Nación debió formular un único discurso institucional por cadena nacional, sin tratar ningún otro tema que el vinculado a la denuncia y muerte de Nisman. Podía haber dicho:

«El país y esta presidenta se sienten profundamente conmovidos por la muerte de un fiscal de la Nación. Estoy como todos los argentinos deseosos que se haga justicia y que se sepa la verdad sobre la muerte de Alberto Nisman. En mi caso particular, quiero que no quede ninguna duda, porque pocos días antes de morir, el fiscal me imputó el encubrimiento de delitos gravísimos junto a mi canciller. Dejo para otra oportunidad rebatir públicamente y en lugar que corresponde la justicia, si finalmente ésta hace lugar a la denuncia, los cargos que el fiscal muerto ha formulado. Pongo a disposición de la fiscal todos los recursos materiales y humanos del Estado para que pueda llegar a la verdad de lo ocurrido. Hago llegar mis condolencias a la familia, en particular a sus dos hijas, una adolescente y otra pequeña, a su madre, a su ex mujer la jueza Arroyo Salgado, a las cuales las invito a concurrir cuando lo consideren oportuno y necesario a la casa de gobierno. He decretado dos días de duelo nacional y dispuesto en señal de ello que la bandera nacional permanezca a media asta en todos los edificios públicos durante estos dos días».

En este desenfreno demencial, el rabino Marcelo Polakoff, escribe en el diario mitrista: «El hombre que se había dedicado con absoluto compromiso a buscar justicia para descubrir a los responsables de aquel hecho tan atroz, había dado su vida, literalmente, por la causa».

El escritor y periodista Jorge Fernández Díaz, que parece confundir ficción con realidad, escribió una columna de opinión como si fuera la continuación de su exitosa novela policial «El Puñal», un texto antológico, sin el menor apego por la verdad: «Un ejército de motos, policías a caballo e infantes con metralletas protegían tardíamente al muerto. Decenas de personas humildes y sollozantes salían al camino con carteles rudimentarios y flores, y le imploraban al filósofo, porque no tenían enfrente a nadie más, que por favor se hiciera justicia. Santiago Kovadloff iba aterido de frío dentro de ese cortejo fúnebre que desembocaría en el desolador cementerio de La Tablada».

Al lado, en otra columna dominical, Joaquín Morales Solá escribió sus deseos, como formando parte de la realidad: «El final de una era personalista y autoritaria no significa nunca una transición ordenada hacia un régimen distinto. Está marcado siempre por un escandaloso derrumbe, que amenaza los valores esenciales del sistema político. Y está impregnado por la degradación de la palabra, de la razón y de los sentimientos».

El rabino Sergio Bergman, diputado del PRO, aliado a los sectores religiosos más retardatarios en la interna de la AMIA, que en su momento abandonó Memoria Activa para entrar al Partido cuyo jefe político está procesado por las escuchas denunciadas por el fiscal Nisman, entre otras, a Sergio Burstein, un familiar víctima del atentado donde murió su mujer, y que designó al frente de la Policía Metropolitana al comisario «Fin» Palacios que va a juicio por encubrimiento. Este rabino de un oportunismo poco religioso, ahora propone una nueva Memoria Activa, como si no existiera la que continuó con coherencia de lucha de la que él desertó, escribió en la «Tribuna de Doctrina»: «Nisman murió por denunciar con valor lo que las pruebas sostienen y el juez de la causa por encubrimiento deberá dictaminar. Murió en la soledad y el aislamiento de nuestra anómica anestesia de espectadores que observan la tragedia de una muerte anunciada; lo que no nos hace cómplices, pero sí partícipes en omisión por no tener como sociedad el valor y el coraje que sí tuvo él para denunciar a la presidenta de la Nación como culpable y responsable de no haberlo protegido. Así como Nisman no merecía la muerte, sí merece Cristina un juicio político. En la Argentina que nacerá cuando la denuncia de Nisman sea justicia, ya no sólo no podrán matar tan impunemente a un fiscal, sino que tampoco nos matarán de miedo ni nos paralizaremos expectantes al ver en los medios las noticias que van mutando día a día.Desde aquella infame sentencia de 24 horas en la que el Gobierno y su coro de obsecuentes sentenciaron suicidio hasta hoy, cuando pretende apoderarse del muerto al que no protegió, al que denostó, agravió y expuso al asesinato… Mientras Nisman dio su vida para ir de cara a la verdad por la Argentina del porvenir, esta Argentina de hoy no hace futuro, sino que nos retrotrae al pasado en manos de un gobierno autocrático, unipersonal, que desgobierna arrojándonos al caos, donde imperan el sálvese quien pueda, el «no te metás», el «algo habrá hecho», donde somos derechos y humanos, y donde para sobrevivir hay que mentir, como nos acostumbran cuando sin vergüenza mienten cada día… Esta presunta resurrección épica y mítica, que es una trágica caricatura camporista de montoneros devaluados e impostados, trae desde las cloacas de nuestras peores prácticas como sociedad el magnicidio y el crimen político. De eso se trata la muerte de Nisman. Como intentan darnos cátedra desde la «Universidad K» de La Plata, parece que el contexto genera condiciones para el terror. Y ese contexto es responsabilidad de la presidenta de la Nación… Mientras la Justicia hace su trabajo investigando cómo murió, es decir, quién lo mató, no se pueden postergar las consecuencias políticas e institucionales que tendrá el saber por qué murió el fiscal. Y aquí está clara la respuesta: a Nisman lo mataron por su investigación. Murió por la causa AMIA, que ahora ya son tres causas: la masacre, su encubrimiento y el asesinato de Nisman».

Como se puede observar, el piadoso y republicano rabino, que solicita a los demás una templanza y diálogo del que carece, seguramente por revelación divina, afirma categóricamente que a Nisman lo mataron.

Desde «Clarín», el catedrático Luis Alberto Romero, bajo el título «El caso Nisman y el lado clandestino del Estado» intenta equiparar la situación de 2015 con la de 1975: «En su loca carrera final, hacia el poder total o simplemente la impunidad, el gobierno parece haber traspasado un límite. Después de exacerbar la violencia verbal, las «palabras que matan» parecen mutarse en muertes reales. Nos preguntamos cuántas armas tienen las «organizaciones populares» subvencionadas, y en qué circunstancias estarían dispuestas a usarlas. Es imposible no pensar en 1975. Entonces se decía que había que llegar a las elecciones «aunque sea con muletas». Ojalá hubieran podido. Hoy tenemos el deber de desempeñarnos mejor que los dirigentes de entonces. Tenemos que llegar a las elecciones, pero para eso hay que salvar a la República. No se puede esperar mucho del equipo gobernante, ni de la presidenta, que parece conspirar contra ella misma. Toda la responsabilidad recae en el sector opositor de la sociedad... Aquí está el ojo de la crisis: en el gradual derrumbe del Estado de Derecho. Más allá de su sentido general, quizás abstracto, tiene hoy un significado muy personal y directo para muchos, como el periodista del Herald que se fue del país. Luego de la muerte de Nisman todos nos sentimos amenazados de algún modo. Hasta ahora el problema eran los motochorros, los asaltantes o los narcos; ahora se le teme al gobierno y a su larga y pesada mano».

Se puede escuchar o leer afirmaciones irresponsables como la del ferviente republicano Marcos Aguinis, que no duda en afirmar que estamos en presencia de un crimen; del periodista Gabriel Levinas, que sostiene que se armó el escenario del crimen y se sustrajeron carpetas; o la del escritor y periodista Jorge Asís, que contradiciendo el informe conocido de la autopsia informada por la fiscal, donde afirma como si hubiera accedido a fuentes ignotas que el disparo mortal fue en la nuca.

Algunas exteriorizaciones de salud periodísticas puede leerse en notas de dos periodistas antikirchneristas. Romina Manguel escribió: «La muerte del fiscal Alberto Nisman, titular de la unidad más equipada del Ministerio Público, creada para investigar el atentado, lo enluta todo… Pero en cadena o en Facebook, la presidenta también se defendía: Nisman la había denunciado, tomando al Gobierno por sorpresa, como partícipe de un encubrimiento que cobró forma en un Memorándum de Entendimiento con Irán. La sorpresa no se debió sólo al momento elegido, plena feria judicial de enero, sino a que el propio Nisman había reconocido el apoyo de la presidenta desde los inicios de la causa. Como legisladora integrante de la comisión bicameral de seguimiento al atentado a la AMIA, en 1996, Cristina Fernández de Kirchner fue exceptuada de la acusación de encubrimiento porque no adhirió a los dictámenes de la mayoría y cuestionó con dureza la investigación. Nisman admitía que sólo durante el kirchnerismo se desclasificaron archivos secretos de la ex SIDE, la Policía, la Gendarmería y la Prefectura, se creó la Unidad AMIA y se levantó el secreto a los agentes de Inteligencia para que declararan en el juicio oral. ¿A esa misma presidenta denunciaba? El principio del fin tiene nombre. Memorándum de Entendimiento con Irán.

«Nos jugamos la vida en esto, nuestras cabezas tienen precio, y ahora esos mismos que acusamos de ser los ideólogos del atentado se sientan a negociar», me dijo Nisman a días de haberse firmado el acuerdo. «Ni siquiera me llaman al Senado para preguntarme por qué esto es un disparate», continuó tiempo después.

El eje de la acusación de Nisman se desmoronaba con este hecho. No tenía nada más, ni nada menos, que la convicción de la responsabilidad de Irán en el atentado. Para Nisman, los autores ideológicos estaban identificados. Y cada aniversario, durante los años que encabezó la Unidad Especial, daba a conocer nuevas pruebas que, a su entender, respaldaban la hipótesis más fuerte sobre la que había trabajado casi obsesivamente junto con «Jaime» Stiusso, el hombre fuerte de Inteligencia, con la colaboración constante de las agencias de inteligencia de Estados Unidos e Israel. Desde el día en que se conocieron las negociaciones del canciller Héctor Timerman con Irán, Nisman se opuso a esa herramienta e hizo público su profundo malestar. Y empezó a darle forma a la idea de que alguien encubría algo como encubridora. ¿En qué momento se rompió la relación entre el fiscal y el Gobierno? Empezó por los que se arrogaron la diplomacia paralela con Irán, Luis D'Elía y Fernando Esteche. Apareció el diputado nacional Andrés Larroque en unas escuchas y no dudó en sumarlo. Y escaló hasta responsabilizar al principal promotor del Memorándum, el canciller, y a la misma presidenta que lo había convertido en uno de los hombres más poderosos del escenario judicial con una unidad dotada de recursos y prácticamente sin controles… El modo en que su muerte impacte en la investigación por el atentado a la AMIA será, si la tiene, otra respuesta a largo plazo. Para quienes cuestionaban su trabajo, es un buen momento para cambiar la dirección de la investigación tras diez años sin avances significativos. Una posibilidad de mirar más allá de Irán, de salirse de ese chaleco de fuerza que, para algunos, limitaba la investigación desde el primer día».

El periodista Jorge Urien Berry, fue un oasis de racionalidad en ese domingo último de enero atravesado por las columnas apocalípticas de sus periodistas estrellas. Escribió: «Todo parece valer en la puja de intereses que se libra en torno a la verdadera causa de la muerte del fiscal Alberto Nisman. Hay mucho en juego y jugadores muy fuertes. Están los intereses contrapuestos del Gobierno y la oposición, y los de la familia judicial kirchnerista y antikirchnerista, pero también se juega la posibilidad o no de una investigación del atentado a la AMIA sin contaminaciones y, muy especialmente, la verdad de la turbia relación entre la ex SIDE y la Justicia no sólo en la causa AMIA. Su muerte amplió el campo de batalla hasta el horizonte desplazando la denuncia endeble a un último plano. En cuanto se confirme alguna de las hipótesis, suicidio, suicidio inducido u homicidio, habrá ganadores y perdedores. El Gobierno es ya el gran perdedor en cualquiera de las alternativas. Las tres lo perjudican porque la sociedad cree en el homicidio y desconfiará si la Justicia se inclina, como la investigación parece indicar hasta ahora, por el suicidio».

Entre los candidatos presidenciales, Daniel Scioli, como es habitual, se sumió en un silencio insondable, Sergio Massa, abogado novato, dio otra muestra que su ideología puede sintetizarse en una cuestión táctica: el más desfachatado oportunismo. Afirmó que se presentará como querellante para seguir de cerca la causa sabiendo que eso es imposible porque no es un particular damnificado. Mauricio Macri, denunciado por el fiscal Nisman en el caso de las escuchas, mostrando que su nueva política es un recetario de las peores taras de la vieja política, expresó: «que este caso sirva para desterrar una de las prácticas de la mala política, que es utilizar los servicios de inteligencia en forma facciosa. Los servicios de inteligencia tienen que estar al servicio de los intereses de la Nación y no de un partido ni en contra de otros dirigentes, como a mí me tocó sufrir ese sistema con la causa de las escuchas. La muerte del fiscal tiene que ser un antes y un después que de transparencia y claridad a los servicios de inteligencia en la República Argentina».

Hermes Binner afirmó que lo que hay que cambiar «no son los servicios de inteligencia sino el gobierno». Elisa Carrió, con su habitual impunidad y desmesura declaró: «Yo pensé que robaban, que mentían sistemáticamente, nunca pensé que pudieran matar. Terminó el relato. Toda la gente tiene claro que fue un crimen o una instigación al suicidio y los únicos confundidos son ellos».

Frenar la locura

El kirchnerismo, como es tradicional, exhibiendo una cualidad inexistente en sus adversarios, que es su audacia fundamentalmente en situaciones complicadas, tomó una decisión trascendental de disolver la Secretaria de Inteligencia y enviar un proyecto de ley al Congreso creando una Agencia. Posiblemente sea tarde para el gobierno pero muy a tiempo para la democracia. Debe ser ampliamente discutida como una trascendental política de estado. Debe ser un barajar y dar de nuevo. Si sólo resulta un maquillaje será juego para la tribuna y el prólogo de una frustración de un costo enorme.

El gobierno no debe meramente imponer la razón del número y la oposición no puede reducir su participación a una negativa cerrada y caprichosa.

El tema y su tratamiento racional y maduro, sería un buen síntoma que se puede transitar por la cordura, frenando la locura. Lo conocido hasta este momento es lo opuesto. En lugar de frenarla, a la locura se la incentiva.