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Que nadie le ponga un arma en la sien a la República

18justiciaTrágicamente, también fue 18. No de julio, sino de enero. No de 1994, sino de 2015. Ya no las 85 víctimas del terrorismo internacional de Irán, con conexión local en la masacre de la AMIA, sino también el fiscal de esa misma causa, Alberto Nisman, un hombre que por ir por su verdad buscando justicia encontró la muerte ajusticiado por la mafia. El Estado no sólo no lo supo cuidar, aun amenazado, lo hizo víctima también de su violencia política verbal.

Una muerte. Un atentado de terror institucional que exige verdad, memoria y justicia para encontrar a los culpables, y por el cual todos seremos responsables.

Estamos moralmente obligados a responder por su muerte y a no darle ahora la espalda, como se la dimos cuando, amenazado pero vivo, anticipó su temor por lo que podía suceder. Pero no lo creímos posible, como tantas cosas increíbles que vienen pasando en la Argentina de hoy.

Nisman murió por denunciar con valor lo que las pruebas sostienen y el juez de la causa por encubrimiento deberá dictaminar. Murió en la soledad y el aislamiento de nuestra anómica anestesia de espectadores que observan la tragedia de una muerte anunciada; lo que no nos hace cómplices, pero sí partícipes en omisión por no tener como sociedad el valor y el coraje que sí tuvo él para denunciar a la presidenta de la Nación como culpable y responsable de no haberlo protegido. Así como Nisman no merecía la muerte, sí merece Cristina un juicio político.

En la Argentina que nacerá cuando la denuncia de Nisman sea justicia, ya no sólo no podrán matar tan impunemente a un fiscal, sino que tampoco nos matarán de miedo ni nos paralizaremos expectantes al ver en los medios las noticias que van mutando día a día. Desde aquella infame sentencia de 24 horas en la que el Gobierno y su coro de obsecuentes sentenciaron suicidio hasta hoy, cuando pretende apoderarse del muerto al que no protegió, al que denostó, agravió y expuso al asesinato. Ese gobierno hoy pretende transformarse en víctima a través de la inagotable fábrica de mentiras de la usina kirchnerista y del relato que ya nadie consume, a pesar de la gigantesca maquinaria de distribución de esta mercadería podrida.

Mientras Nisman dio su vida para ir de cara a la verdad por la Argentina del porvenir, esta Argentina de hoy no hace futuro, sino que nos retrotrae al pasado en manos de un gobierno autocrático, unipersonal, que desgobierna arrojándonos al caos, donde imperan el sálvese quien pueda, el «no te metás», el «algo habrá hecho», donde somos derechos y humanos, y donde para sobrevivir hay que mentir, como nos acostumbran cuando sin vergüenza mienten cada día.

Mientras tanto, se cruzan acusaciones entre facciones de los servicios de inteligencia que el propio Gobierno alimentó para perseguir opositores, para alentar falsas causas, designar o apretar jueces y fiscales, para luego descartarlos cuando ya no resultan eficientes en detener en Tribunales la larga serie de juicios que comprometen ya a la propia Presidenta, que se suponía blindada con los «servicios de los servicios».

Aún no tenemos la valentía como sociedad de ver que volvimos treinta años atrás, cuando hoy nos escucha y hace inteligencia interna, fuera de lo que la ley permite, un general del Ejército que todavía debe responder ante la Justicia por la desaparición de un soldado.

Esta presunta resurrección épica y mítica, que es una trágica caricatura camporista de montoneros devaluados e impostados, trae desde las cloacas de nuestras peores prácticas como sociedad el magnicidio y el crimen político. De eso se trata la muerte de Nisman. Como intentan darnos cátedra desde la «Universidad K» de La Plata, parece que el contexto genera condiciones para el terror. Y ese contexto es responsabilidad de la presidenta de la Nación.

Este acto de terrorismo con el que asesinan a Nisman se inicia en la violencia verbal del agravio y la denostación de un discurso oficial con «tapones de punta» impulsado por un gobierno que, doce años después, cosecha lo que sembró con semillas de odio gratuito entre argentinos. Un gobierno que utiliza la propaganda oficialista de militantes mercenarios disfrazados de periodistas para destilar violencia en una democracia degradada en demagogia y en la usurpación de las herramientas del Estado para un solo partido, bajo el mando de quien no tiene ni límite ni escrúpulos para reeditar prácticas fascistas para dominar y meter miedo.

Mientras la Justicia hace su trabajo investigando cómo murió, es decir, quién lo mató, no se pueden postergar las consecuencias políticas e institucionales que tendrá el saber por qué murió el fiscal. Y aquí está clara la respuesta: a Nisman lo mataron por su investigación. Murió por la causa AMIA, que ahora ya son tres causas: la masacre, su encubrimiento y el asesinato de Nisman.

Una semana atrás, la presidenta y sus funcionarios debían hacer frente ante la Justicia a las imputaciones de encubrimiento que contenía la denuncia de Nisman. Debía explicar su negociado con los terroristas de Irán, por comerciar la causa y la sangre de las víctimas por petróleo, granos y un giro geopolítico para ser socios de los peores en el mundo. Esta semana, en cambio, Cristina, inconsistente y errática, improvisa migrando desde la abogacía hasta la arquitectura, argumentos literarios que no logran dar la respuesta institucional que se espera de un presidente ante semejante magnicidio. Su aparición televisiva de anoche no alcanza para despejar la incertidumbre.

Así como el gobierno de Menem será recordado trágicamente por la masacre de la AMIA, el de Cristina será recordado por la muerte de Nisman.

De este modo, se cierra el ciclo trágico, pero se abre una esperanza. Que lo que siga por nuestro soberano voto ya no sea optar por el propio interés coyuntural, sino por principios que aseguren el bien común. Y eso sucederá el día en que dejemos de confiarles el poder a los mismos - o a quienes son más de lo mismo -, para que abusen de él.

Luego de la crisis de 2001, Duhalde se fue de la presidencia abrumado por los asesinatos de Kosteki y Santillán en Avellaneda, a manos de la policía.

En 2015, Cristina se irá quizás sin saber quién derramó la sangre de Nisman, pero no podrá evitar que esa sangre la salpique.

Una vez más, 18. Volveremos a empezar.

Cada 18, así como los familiares de las víctimas van a Pasteur desde hace veinte años, los convoco a que volvamos todos nosotros, como ciudadanos deudos de la República, a la plaza Lavalle, frente a los tribunales donde reside la Suprema Corte, con una renovada Memoria Activa.

No sabemos quién le disparó a Nisman, pero sí sabemos que es el Gobierno el que debe hacerse cargo de su muerte, para que nadie pueda ponerle un revólver en la sien a la República.