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La Antártida es linda y fresca

Una noche de enero, mientras la temperatura subía por el ascensor y nuestros cuerpos permanecían fieles a la ley de gravedad, nos arrastrábamos, pensé en la Antártida como refugio. Me encontraba en una reunión. Alguno de los ahí presentes debió haber leído mi pensamiento. Días más tarde me propuso ir al continente blanco junto con dos mil personas; en un crucero.

Así que fuimos a la Antártida, - el clima era frío de verdad -, previo paso por las Islas Malvinas, donde ya había estado. Siguen igual. Volví a comprar otra gran goma de borrar. Sólo gasté lo que cuesta un café. Con mi analista estamos hablando de la Gran Goma de Borrar comprada en Las Malvinas. Tiene inmensas implicaciones en mi historia ya que soy argentina.

Ir a la Antártida, en realidad, significa navegar a paso de hombre por los estrechos y canales que así lo permiten: el estrecho de Gerlache, el de Brasfield, el canal de Beagle y tantísimos otros parecidos entre sí. De ninguna manera implica hacer un pic-nic en la base Marambio.

Pertenezco a esa clase de personas más interesadas por la gente, sus reacciones y costumbres, que por los paisajes, flora y fauna incluidos. Aunque no dejo de reconocer que esa zona llena de aire fresco es absolutamente singular porque, se dice, es el área menos contaminada la tierra. En cierto sentido te sentís un Maradona, ¿cuántos hay? junto con el resto de los otros dos mil que tendrán el privilegio de decir: estuve ahí. Estuve ahí básicamente sacando fotos, filmando, corriendo de popa a proa y de babor a estribor como una loca maratonista.

Todo viaje tiene un objetivo. El mío: huir del calor y leer. En ése sentido cumplió su cometido. Todo viaje también tiene sus contratiempos, que en este no faltaron.

Durante la segunda noche, mientras comíamos en el inmenso comedor aprendiz de fino, porque existe otro menos fino con una mayor variedad de deliciosas comidas, se escucha la voz del capitán entre el aleteo ruidoso de cuchillos y tenedores. Repite por altoparlantes tres veces Red Code. Si un Código Rojo se anuncia insistentemente, resulta difícil seguir comiendo. Aunque, creo que fui la única que dejó de hacerlo. En verdad no sé qué significa, pero veo mucho cine y en especial Grey´s Anatomy, que transcurre en un hospital. Imagino que nada bueno ha de ser. En las pelis alude a una emergencia de orden médico. Empiezo a fabricar temor y temblor.

Yo me pregunto, ¿es necesario que el personal de servicio y los comensales nos enteremos de que alguien se está por morir? Se necesita, eso sí, un médico y personal de primeros auxilios. Mi cara comienza a adquirir un rictus à la Modigliani - rasgos para abajo que pugnan por tocar el piso. Luego, me cuesta mucho volver a fabricar cariño. Existe gente que produce tanto uno como otro, según la ocasión. Yo no puedo. Cuando elaboro temor, me dura un tiempo largo.

Hago como que como cuando el capitán, que en nada se parece a Ahab, el de Moby Dick de Melville, quien toma decisiones estrictas y no retrocede en el Pequod en busca de la ballena blanca, dirige otro parlamento en un inglés que hay que adivinar más que escuchar. Anuncia las coordenadas en las que nos encontramos, que yo traduzco como que nos hallamos lejos y solos, más tirando a Lost que al Crucero del Amor, y también un cambio de itinerario. Debido a las condiciones climáticas adversas no podremos acercarnos a la isla Elephant, ni ahí, pero como premio iremos a Punta del Este. La única que no opuso reparos debo haber sido yo. No porque me guste el calor sino porque el hombre, prometía tierra, suelo, continente, cierta idea de realidad. De todos modos no le creí demasiado. En efecto, volvió a cambiar. No hicimos pie en Puerto Madryn, tal como estaba previsto, producto de ese cambio, pero - créase o no - completamos la travesía por la Antártida; que era a lo que fuimos.

La historia en la que nos embarcamos merece algunas palabras acerca del Continente Blanco. Se sabe que un paisaje, una escena, una galletita - como la magdalena de Proust - pueden relanzar un sinnúmero de vivencias eslabonadas y dar lugar a un copioso volumen o a veinte. O podés decir simple y sintéticamente: la Antártida es linda y fresca como le escuché decir a alguien, que puedo haber sido yo.

Si los bloques de hielo azulados que flotan en el agua te gustan tanto, pero tanto, que querés apresar el momento, filmándolo con la tablet, la cámara, el celular o cualquier otro dispositivo que seguramente habrá de surgir hasta el próximo verano, podés hacerlo. Claro que sí. Pero tomá recaudos. Pensá que los otros contertulios tienen el mismo propósito y el mismo derecho. Si recibís un cross de mandíbula, pensá que fue sin querer. A todos nos gusta la primera fila del salón cerrado o la baranda de las cubiertas. Y eso es imposible. Después no digas que no te avisé.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 16.3.14

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