Imprimir

Seductores

Antes de comenzar la clase de gimnasia una chica, a la que vi en otras oportunidades, me pregunta cómo me llamo. Es una pregunta a la que hay que responder.

- Liz, me llamo Liz.

- Ah, repite mi nombre.

- ¿Sos amiga de X P, entonces?

Es una pregunta a la que hay que responder, aunque preferiría no hacerlo. No me gusta la sociabilidad iniciada a cuento de un tercero ausente, al cual imagino debo proteger y defender.

- Sí.

- Te vi en Facebook. Tu cara me sonaba de ahí.

Pero ahí no terminaba la cuestión, me refiero a Facebook.

- Yo salí con él un mes y de repente dejó de llamarme. A mí me gustaba. ¿Es un adicto?

- ¿Perdón?

- ¿Es un adicto a las mujeres?

Afortunadamente comenzó la clase. Me entretuve con los abdominales y las pesas. Cuando las dejaba en el suelo, ella me repetía - a mí me gustaba, era buen tipo.

Sin duda, se trata de una mujer que aún sangra por la herida. Mujer, yo te conozco aunque no te conozca. Estás metida en un brete del que seguramente más tarde te vas a reír. La gente suele tener más de una cara, según la ocasión. Diste con la cara seductora de un sujeto y te cautivó.

Los seductores constituyen un ejército de soldados trabajadores siempre listos para emprender otra batalla. No son hombres que se miren todo el tiempo el ombligo. Al contrario, siempre están mirando el ajeno, para luego volver sobre el propio. Les interesa la inmediatez, no el largo plazo. La otra cara de esta posición seductora, que muchas veces pasa por ser una fantasía femenina, es la de estar compelido a demostrar que puede ganarse a la próxima, a la que sigue en la lista. No buscan una mujer singular, una que tenga atributos particulares. Al contrario, buscan a todas. Claro que existen distintas clases de seducción. Un Humphrey Bogart, el típico hombre recio de sombrero e impermeable, resulta hoy una antigüedad de celuloide. La seducción, como tantas otras cosas, evoluciona con las épocas.

La figura del Don Juan, típico paradigma del seductor, ha sido reemplazada por algo así como un Narciso, el que se miraba a sí mismo.

Alguien que intuía y escribió acerca de este tema es el filósofo danés Soren Kierkegaard, quien en «Diario de un Seductor» de 1843, traza un perfil de esta figura tomándose a sí mismo como modelo. Soren K estaba muy enamorado de Regina Olsen con quien mantuvo una relación sentimental tirante, digamos. Llega a proponerle matrimonio y cuando ella asiente, él desiste. Regina se casa con otro. En una carta famosa el danés le dice: «Sobre todo, olvida al que escribe esto; perdona a alguien que, no importa qué otras cosas, no pudo hacer feliz a una chica».

El hombre no veía compatible su vida de filósofo con la vida cotidiana que un matrimonio implica. A veces demasiado cotidiana. Privilegió su lugar en el mundo del saber, aunque Regina continuó siendo la dama de sus pensamientos. Si esto no constituye una posición narcisista díganme qué es. No se trata de que el otro importe poco, sino que mucho más importa uno mismo.

En otro orden de la realidad, más cercana, pocos podían imaginar que el presidente de la dulce Francia haría circular a la Quinta República por los andariveles de lo más basto de los cotilleos. El descubrimiento de su romance con la actriz bastante menor que él, Julie Gayet, hizo de Hollande, algo que nadie esperaba. Su physique du role no lo ayuda, que no es exactamente lo que llamamos look, ya que el primero implica también algo del orden del discurso, no corresponde a un seductor. No puedo hablar de sus virtudes privadas. ¿El presidente francés puede ser considerado un seductor más allá del olor a poder embriagador que su investidura expande? Desde mi punto de vista no. El presidente fue descubierto en una de las trampas amatorias del «amantazgo», algo de lo que según la literatura francesa los galos saben mucho, y decidió que no iba más con la que convivía. Triste para ambos.

La seducción es un juego que consiste en tentar, cautivar y engañar a otro. Lleva implícita cierta estrategia de desviación. Siempre es posible no sucumbir a ella y quedar pagando. Se trata de escuchar con atención al otro. En sus palabras está dicho aquello que no queremos oír. Es simple, es claro, es doloroso. Pero una vez advertido este tono lúdico, podemos comenzar a hablar en otro registro. Si es que aún nos interesa.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 9.3.14

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.