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Balanzas

Durante el verano voy todos los días al gimnasio por las mañanas. No lo hago para descargar tensiones de forma saludable sino para inspirarme. Es un horario donde brotan mujeres de todas las edades. Cuando camino en una de las máquinas suelo pensar, escuchar radio o simplemente mirar. Siempre encuentro un detalle, una perlita, una pequeñez que utilizo para hilar en mi telar de palabras.

Se suele decir que «las mujeres son todas iguales». U oír ciertos dichos que aluden a un grupo o clase de féminas con virtudes y capacidades similares. Déjenme decirles que no son todas iguales. ¡Qué va! Al contrario, son todas distintas y eso hace de cada una un mundo. Yendo a un ejemplo pequeño pero ilustrativo que transcurre en un gimnasio, existen las adoradoras del ventilador en verano, las que prefieren el aire acondicionado y las que se oponen a cualquier tipo de climatización externa que no sea la propia, la que surge naturalmente del entrenamiento. Son las que corren y luego ganan maratones. No es mi caso.

Esta columna ya se ha referido en otras oportunidades al gimnasio, las mujeres y los distintos tipos de aireación. En esta oportunidad entrego un pequeñísimo compilado sobre sistemas de peso.

Son contadas las veces en que una mujer desciende de una balanza con una sonrisa. Contadísimas. Y yo soy mujer. En la ocasión que me ocupa le pregunto al profesor de musculación, con un leve tono de malicia en mi decir, si la báscula funciona bien.

- Esperá que me peso y te contesto. Lo espero, se pesa y cuando baja de esa pequeña arma semi mortal contesta: - Perfecto.

Una asociada a la misma factoría de remodelación - usualmente fallida - del cuerpo, que asiste a la escena me pregunta: ¿Cuánto tenés de I.M.C?

- ¿Y eso, dónde se vende? ¿Qué es?

- Es lo que importa más que el peso - contesta la muy suelta de - buen cuerpo -.

- OK ¿Pero qué es? - Es el índice de masa muscular.

Me da una explicación de cómo se lo obtiene. Que yo entiendo como la raíz cuadrada del peso por la altura dividido dos, si sos mujer, y por tres si sos hombre.

- No, no se saca así.

- No importa, contesto, pero … es un índice, en definitiva, como el Indec.

- Pero este es ciertísimo. Si no sabés sacar tu índice, podés ir a la farmacia de la esquina y pesarte en la balanza. Cuesta un peso y lo hace solita. Sale una tira por una ranura, como la del cajero automático, con el resultado. Cuando volví a mi casa y me dispuse a leer al rey de la literatura misógina, Schopenhauer, porque me gusta no sólo como escribe sino porque necesitaba refrescar ciertos conocimientos relativos a las mujeres, no pude. Simplemente no pude adentrarme en «El amor, las mujeres y la muerte» del escritor alemán. Seguía pensando en el I.M.C.

Si la curiosidad mató al gato, yo no iba a terminar como el felino. Fui a la farmacia, puse mis pies en la aerodinámica balanza, previo pago del peso. Claro, para comprobar el peso tenés que pagar en pesos. Porque si no morís de curiosa. Quién vio un dólar alguna vez, dicen que dijo el General.

Me subí a la balanza como los participantes del programa Cuestión de Peso, conducido por la rellenita Claribel Medina. Con temor y temblor. Lo cierto es que, efectivamente, la balanza escupió un papel con números que me puse a investigar concienzudamente. Digamos que para esa báscula, y de acuerdo a los valores del peso ideal para mujeres y del I.M.C, yo era normal. Hubiera querido pertenecer al grupo «valores levemente inferiores al normal» para comer al menos una vez a lo pavote más que a discreción. Que nunca se sabe cuánto es, pero siempre es tirando a poco.

Una vez que adquirís el conocimiento del papel que jugó en tu vida el I.M.C y nunca te habías dado cuenta de ello, tu vida cambia.

Fui a otra farmacia. Repetí la operación, como si de la compra de dólares se tratara. Sólo transcurrieron tres minutos entre una balanza y otra.

Los resultados fueron distintos. Había una discrepancia de 750 gramos y un I.M.C diferente. ¿A quién creer? Obvio, a la que me conviene, a la que mejor se ajusta a mi ideal. Pero no está bien. Las cosas tienen que ser o no ser, ya lo dijo Hamlet. No pueden ser a medias.

Si el índice I.M.C resulta distinto en cada toma, no quiero imaginar cómo se pueden manipular los números de otros índices. No quiero. No quiero. No. Y no es por contradecir a James Joyce, quien termina el Ulises con ocho síes proferidos por Molly Bloom.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 2.3.14

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