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Turkish Airlines

La última publicidad de Turkish Airlines protagonizada por Leonel Messi y Kobe Bryant cumplió su cometido: me hizo volar. Con el recuerdo, del mismo modo que una masita - magdalena - le abre a Proust el universo de «En busca del tiempo perdido».

El anuncio comienza con esa forma de autorretrato de Messi en Estambul tomado por la cámara de un celular, se llama «selfie», que sube a una red. Claramente se advierten los minaretes de la Hagia Sofía. Como en un ping pong Bryant contesta con otra foto, esta vez en Beijing. Alternativamente se suceden las imágenes que pasan por las islas Maldivas, Cape Code, Los Ángeles, para concluir nuevamente en Estambul y el feliz patrocinio de la aerolínea.

Mi entrada a Turquía fue bien distinta. En principio no estuvo publicitada. Nadie se enteró ni se dejó de enterar porque nadie me conocía ni yo conocía a nadie. Fue por agua y a Esmirna, el último 10 de noviembre. Día en que se conmemora la muerte de Ataturk, el político que en 1922 abolió el sultanato y en 1923 proclamó la República turca, de la que se erigió en máximo dirigente. Dicen de él que «su política estuvo encaminada hacia un único objetivo, basado en la construcción de una nación turca a imagen y semejanza de los países occidentales. Para ello, promulgó un decreto a favor de la laicización de la Administración e introdujo importantes reformas, como la implantación de la monogamia, la puesta en marcha de un sistema educativo y una legislación laicos, la introducción del calendario gregoriano y el alfabeto latino».

Nuestra guía, una joven turca de jeans, rulos y botas; es quien lee estas líneas sacadas de una pequeña guía para ilustrarnos a nosotros, los turistas, que en una «van» nos dirigimos a Éfeso. Nos aclara que en unos pocos minutos sonará una alarma; ella y el chofer bajarán del vehículo y guardarán un minuto de silencio en honor al dirigente. Nosotros, los turistas, podemos quedarnos sentados o hacer lo propio. Bajamos todos. Particularmente, ése día homenajeaba a mi padre. Es la fecha del aniversario de su muerte.

La pareja de norteamericanos que nos acompaña, luego de tanto esmero por mantener su boca cerrada, cuando subimos nuevamente a la «van», no pueden con ella. Cada uno saca un sándwich de salchichón ahumado, que inunda el ambiente climatizado, y se pone a masticar en inglés. Me di cuenta, porque cuando me hablaban me salpicaban miguitas en ése idioma.

Lo cuento ahora porque lo que vi después, Éfeso «la ciudad» de la era antigua, de tan majestuosa, impregnó ese olor feo de una fragancia balsámica. Nada la empaña ni la opaca. Sus ruinas conservadas dan una idea clara de que no hay nada nuevo bajo el sol. Y sol había y claridad, no te cuento. Podes imaginar cómo vivían. Muy bien los ricos y mal los pobres. Existe una especie de avenida que otra que las grandes marcas y sus boutiques como Dolce y Gabanna o Prada. Estos griegos - helenos - romanos dependiendo del momento y ahora turcos, tenían de todo: termas, anfiteatros, una biblioteca muy bien conservada y ¡tiempo para pensar! Y el que no quería pensar podía entretenerse en un estadio de perfeccionamiento corporal, por llamar de algún modo a los actuales gimnasios o acudir a una «casa pública».

Una hora y media después de conocer el lugar donde residía una de las siete maravillas del mundo antiguo, el templo de Artemisa, de nuevo a la Esmirna actual. Ciudad moderna, bien trazada, llena de barcitos en su costanera, donde como en todo el mundo si no se toma café se usa el celular.

El domingo 10 de noviembre miles de personas agitaban banderas en honor a Atarturk y eso era una fiesta à la europea. Destaco esto porque la diferencia con Estambul es grande. La ubicación de Turquía, entre Europa y Asia, se nota entre sus gentes. Más allá de las diferencias políticas que son enormes.

Todo el mundo turco, use burka y se halle cubierta de cabo a rabo, es propietario de un iPhone 8, ése que todavía no salió. Ése que todavía no salió, ellos ya lo tienen. ¡Cuánto soft y hardware envasado! Mi Dios. Y ya que invoqué el nombre del Todopoderoso, Estambul es una ciudad donde Él se hace sentir un par de veces al día, en sus rezos y mezquitas. Hay momentos en que te preguntás si esas construcciones tal como se ven en la publicidad son verdaderas o simples réplicas de algún parque temático inventado por Walt Disney. Todo lo que ve Messi es verdad, doy fe. Fe a mi manera. Esmirna y Estambul, bien valen una misa o un rezo.

Amén.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 21.12.13

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