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Mezclas que no se juntan

Philip RothPor una verónica que sólo permiten las palabras, ya que son un verdadero arte de magia, me encuentro en esa enorme cápsula llamada «crucero». ¡Cuánta gente distinta de uno que hay que fumarse! Aunque fumar está permitido apenas en unos pocos lugares. Tanta mezcla - melting pot - de gente que no se junta te hace sentir extraña. Sí, porque cuando bajaron los norteamericanos subieron los chinos. Gente para quien los ojos lo dicen todo, pero yo sigo sin entender.

En todo crucero por suerte existe una biblioteca que exige las mismas reglas de guardar silencio que todas. Bueno, ésta un poco menos. De otro modo ¿Qué hacían esos niños jugando a una especie de gallito ciego? ¿Nadie les explicó que molestan, así como molestan cien personas hablando en voz baja?

Me dirijo a un estante donde hay libros en español. Y como la suerte no siempre es esquiva, encuentro uno de mis autores favoritos, Philip Roth, en una de sus novelas más trabajadas por mí, «Zuckerman encadenado». Ésta consta de cuatro momentos de Nathan Zuckerman, uno de los alter egos de Roth, así como David Kepesh y Carnavsky. Cuatro momentos transformados en cuatro novelas cortas aunadas en el ejemplar encontrado, de la misma editorial que el libro que habita en mi biblioteca. Conozco bien a esos personajes que sufren por odio, por desamor, por apego, por desapego. Bah, sufren. Son tan parecidos a él. Aunque mi profesor de literatura me recuerde que un personaje nunca es el propio autor.

He leído bastante a Roth y sus alter egos. En este libro cuenta las andanzas de un joven escritor de 23 años que en 1956 visita a un maestro de letras, a quien entrega unos manuscritos de su primera novela. Se trata del profesor Lonoff, que vive en las afueras de New York. En este encuentro conoce una mujer de la que el joven Zuckerman se enamora, o le gusta o lo excita, como no podía ser de otro modo tratándose de Roth.

Tanto empeño en la descripción de una sexualidad desmedida y siempre bien dispuesta ha dejado a Roth sin fuerzas ni ganas de escribir. Recientemente ha anunciado que dejará de hacerlo. Ya no tiene nada que decir a sus 80 años.

En el texto, la joven estudiante con la que se enrosca, asume para Zuckerman la identidad de Ana Frank, quien tiene ciertos temas que reprocharle a su propio padre. Además de sexualidad, la novela tuerce el rumbo hacia temas como la paternidad - la relación nunca clara entre padres e hijos -, la posición del discípulo no sólo frente al maestro, que es de respeto reverencial, sino también respecto de la práctica de la literatura y la cuestión judía en una Norteamérica que ha hecho gala del melting pot - mezcla de raíces, crisol de razas - que no se daba en el crucero.

No iré a decir que sólo Philip Roth me salvó de la irrealidad. No. Creo que lo ayudó la película «El Gran Gatsby» protagonizada por Leonardo di Caprio, que vi cuatro veces por la televisión y una en el avión. Y «La vida es bella» dirigida y actuada por Roberto Begnini, que sólo vi dos veces y me alcanzó. Se trata de un film que obtuvo tres Oscar y contó con una desaforada aceptación de la estatuilla por parte de su director en 1998. El tipo parecía haber enloquecido. Se trata de una película terrible. Ésa es la cualidad que mejor le cuadra ya que terrible es aquello que causa terror, aquello difícil de soportar por ser demasiado ¿cómo decirlo? intenso. La vi cuando se estrenó con sobrevivientes del mismo Holocausto que describe el director. No los convenció la «terrible fábula» y estuve de acuerdo con ellos en ése momento. Hoy y a la luz que lo que vino después - los negacionistas del Holocausto - pienso que estuvo bien que Hollywood haya premiado este film.

Del Gran Gastby esta columna se ha ocupado oportunamente. Todos sabemos que termina mal, que Jay Gatsby muere ahogado en una pileta de natación, por una equivocación. El tiro que recibió era para otro.

Aquello que me ha salvado de la irrealidad son historias que ya conocía, que tienen que ver con mi bagaje cultural y mis intereses. Porque, créanme, no se puede estar mucho tiempo con gente diferente, así como no se puede estar todo el tiempo con gente cortada por la idéntica tijera. En todo caso, vale lo de misma tijera, con diferencias singulares y muchas otras veces vale la tijera de podar.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 15.12.13.

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