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Farrow vs. Allen

Hace veinte años, cuando estalló el sonado caso Farrow - Allen, él la dejó de frecuentar para visitar con asiduidad a Soon-Yi, la hija adoptada por la actriz y André Previn. Tanto la visitó, que permanecen juntos desde aquella época. Con Mia, nunca vivieron juntos, sólo compartieron doce años. Unos de los más fructíferos de sus vidas. Suficientes para que el dolor de la escena tabú por antonomasia en el mundo occidental y cristiano - la edípica y derivadas - desencadenara una bochornosa humillación en la blonda actriz de «El bebé de Rosemary».

En aquella oportunidad preferí no adentrarme en detalles, «divinos detalles», que por otra parte, siempre serían poco fidedignos con respecto a lo que verdaderamente aconteció y fundamentalmente, porque no me habrían de gustar. Para aquellos que queremos a Allen, era también un hueso duro y sucio de roer. El tiempo hizo, no que nos olvidáramos de ese episodio, sino que lo dejáramos a un costado y nos dedicáramos a sus películas, a sus incursiones en algún film o atentos a sus reportajes. Tampoco leí el libro donde la Farrow, según dicen, no deja de detractarlo ni en un renglón.

Hace poco la actriz, en un reportaje realizado por la prestigiosa revista Vanity Fair, deja caer así como quien no quiere la cosa, pero la quiere, que el único hijo biológico que tuvieron - Ronan - podría ser hijo de Frank Sinatra y no de Allen. Pavada de apreciación ¿no?

El sueco August Strindberg en su drama «El Padre» de 1879, duda de la paternidad cierta de su única hija con Laura, su esposa. Ésta, ante desavenencias propias de un matrimonio mal avenido también le siembra la duda, además de anunciarle de modo lateral que le había sido infiel. Altri tempi.

No afirmo que los dichos de Mia vayan a dejar tan campante a Allen, sólo arriesgo que probablemente veremos su respuesta en un futuro film. Porque lo absolutamente irritante para una contendiente es que el acusado permanezca imperturbable. Allen sólo dijo al momento de escribir esto que «las relaciones humanas son difíciles, brutales y dolorosas». Afirmación que puede ser atribuida a sus films - el último en estrenarse en nuestro país es «Blue Jasmine» - o a los sucesos acaecidos hace veinte años y plumereados recientemente.

Hay quienes sostienen que Allen no volvió a tener problemas conocidos por el público con Soon-Yi, madre de otras dos hijas adoptivas ya adolescentes, por temor a irritar, molestar y levantar aquel avispero que mucho costó acallar. Se llamó a silencio y a sus películas que, por cierto no podrían compararse con un Fellini, un Godard o un Bergman. Para mí, tienen el sello de la comodidad que incomoda. Me siento así cuando veo alguna de él; sé por dónde entrarle.

La película Farrow-Allen, ninguna de las que han filmado sino la que han animado, tal vez sin saberlo ni quererlo, puede ser leída como una trama tejida al más puro estilo de las tragedias griegas. Tómese un poco de Edipo de Sófocles y otro poco de Medea y alguna sátira de Aristófanes. La sátira es un género literario violento e injurioso para criticar personas o acontecimientos desde el punto de vista moral.

Ahora que ya no soy tan jovencita, aquella performance de Allen me hace ruido. Yo no soy nadie para perdonar. El perdón es un concepto que tiene que ver con la religión. Para el psicoanálisis, que es en general mi marco de referencia, el perdón es un concepto difuso. Cualquier hecho, hecho está. Y deja marca. Que se lo pretenda escamotear como diciendo: «Aquí no ha pasado nada», cuando en la realidad ha pasado todo, es imposible. En todo caso se elaborará o tramitará ese penoso suceso como se pueda.

Tampoco aplaudo la carta que sacó de la manga y que tuvo escondida durante veinte años la Farrow. Es un culebrón de gente razonablemente culta, razonablemente educada, razonablemente razonable. Pero eso no asegura nada. No olvidemos que Mia dijo no haber cortado jamás la relación con Frank, que estaba casado con Bárbara Marx, ex mujer de Groucho. Le embarró la cancha a más de uno.

Conociendo a Allen como lo conozco, por sus biografías y films, aunque una vez permanecí en el mismo restaurante que él durante cuatro horas y no me moví, puedo imaginar el siguiente diálogo.

Mía, es tuya Frank. Quédate con ella a tu manera. Ya bastantes perjuicios me ha causado.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 3.11.13

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