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La siesta

Se ha escrito sobre el cigarrillo, el vegetarianismo y hasta sobre balcones, pero muy poco, en relación a su importancia, sobre la siesta.

El triestino Italo Svevo en «La conciencia del señor Zeno» dedica un capítulo extenso al tabaco. Habla de lo difícil que le resulta dejar el hábito. Nunca lo dejó del todo.

El cubano Cabrera Infante, en «Puro Humo», confiesa su desmedido amor hacia los habanos, que no dejó de fumar tampoco. Se entiende, cubano, habanos. Todo va en la misma línea.

Felisberto Hernández escribió un cuento llamado «El balcón», entre muchos otros de los que destaco «Las Hortensias».

Vladimir Nabokov, en «Pálido fuego» le hace decir a su protagonista Charles Kinbote que «consumir algo que había sido manipulado por uno de mis semejantes, era tan repugnante para mí como comerme una criatura humana, incluida la carnosa estudiante con cola de caballo que nos atendía, chupando el lápiz».

Digamos que soy una lectora constante desde hace años y no encontré demasiado, más allá de la novela latinoamericana sobre ese recreo no escolar que alarga la vida. Porque por definición, si te levantás dos veces de la cama el mismo día, habrás ganado al menos sensación de doblete. Lo doble, en relación a la vida se agradece ¿no?

El uruguayo Juan Carlos Onetti, pasó gran parte de su vida en la cama. Y José Donoso otro tanto.

En mi familia la siesta de los sábados por la tarde era sagrada, un dogma. No se discutía. Claro que yo - siempre tan viva - prefería mirar por televisión unos programas infumables antes que dormir. ¿Será por eso que aún hoy, ese día desde las tres de la tarde hasta las cinco, hablo en voz baja y camino en puntas de pie, toda vez que no duermo, obvio?

Hay gente que dice despertarse de mal humor luego de una siesta. ¿Y saben por qué? Porque ya se acostaron de mal humor, sólo que no se dieron cuenta. El descanso hizo que vivenciaran en carne propia aquello que hicieron padecer a otros. Es por esto que ni sueñan con una siesta.

La palabra siesta viene del latín. Significa la sexta hora - horam sexta - que una persona, se supone, está despierta. Claro, si no se es un adolescente, en cuyo caso durante el fin de semana, el dormir y el despertar se convierten en una masa indiferenciada difícil de interpretar para un observador despierto.

- ¿Qué hacés sentado frente a la computadora?-. Andá a dormir. - Estoy durmiendo.

Muchas veces me encuentro frente a la pantalla intentando escribir - siempre por las tardes - y no se me ocurre nada o se me ocurren demasiados temas, lo cual da por resultado la nada misma. Ése es un momento más que propicio para darme una vueltita por el maravilloso colchón recientemente comprado, y echarme una siestita. Ojo, no digo siestonga, sino una simple y rejuvenecedora de ideas, siesta. Porque así actúa en mí; favorece ya no la creatividad, porque magia no hace, pero sí me organiza.

Por ejemplo, no encuentro una idea directriz, me acuesto, no sé si duermo, pero al cabo de veinte o treinta minutos y a la cuenta de uno, dos y tres, eso que surge lo desarrollo. Como se puede apreciar, no entiendo la siesta como el común de los siesteros. La entiendo más como una medicina que debo tomar, como un desbloqueante mental. No afirmo que la idea que surge sea genial, pero como dice un viejo refrán neocelandés «es la que hay».

Por todo lo anterior debería escribir en algún momento de mi vida el «Elogio de la siesta», porque de cierta manera ha sido aquello que me permitió un sostén económico de guerra, es cierto, pero sostén al fin. Y hacerlo siempre luego de dormir una, se entiende. Seguramente desarrollaría un tema de capital importancia a este respecto y es el referido al atuendo ¿Cómo dormís? ¿Te tirás con lo puesto? ¿Deshacés la cama?

Porque una cosa es acostarte un rato y otra, tomar muy en serio esta actividad. Como uno de los escritores más importantes de la literatura española, el premio Nobel José Cela, quien ensalzó la práctica y disfrute de esta costumbre tan española. El novelista decía de la siesta que había que hacerla «con pijama, Padrenuestro y orinal».

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 6.10.13

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