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Otelo, el celoso

En algún momento escribí la columna «Los celos hard no están de moda». Hacía alusión a que en la actualidad ya no se montan grandes escenas de celos a lo Otelo. Éste es precisamente el tema que nos ocupa. Para decirlo en buen moro: ya no se arman escenas un poco fingidas para impresionar al otro.

El «kit» de la modernidad no trae este «utilitario-soft», al contrario, lo censura.

¡Ojo con levantar las barreras de las emociones!, a la par que nos estimula a dejar de lado «las intensidades afectivas», Gilles Lipovetsky dixit. Fin de la cita.

Hoy al malestar - grandes demostraciones de celos en este caso - se lo acalla, se lo enmudece, no es «glamoroso». Se lo inhibe.

Escenas como las de la ópera Otelo de G. Verdi tomada de Shakespeare, a cuya representación asistí recientemente, no suceden en la vida real. En principio porque eso que vemos - ficción dramática - hoy llevaría el título de «Crónica de un femicidio largamente anunciado». Si el celoso no se suicida como lo hace Otelo, pasará años a la sombra ya que el asesinato está severamente penado y más si se dirige hacia una mujer.

Harold Bloom, el crítico norteamericano de quien se dice que más sabe sobre Shakespeare o por lo menos, después de dar clases por más de dos décadas sobre el genial autor, conoce un montonazo, afirma: «La adoración a Shakespeare debería ser una religión secular, aún mayor de lo que ya lo es. Él nos explica a los humanos cómo somos». O sea, antes de la escritura shakespereana se sufría, sí, igual que después, sólo que ese padecimiento a partir de sus textos cobran consistencia. Se puede decir de alguien que es tan, más o menos celoso que Otelo, por ejemplo; que tuvo un amor apasionado y a destiempo como el de Romeo y Julieta o que a la chica que le presentaron hay que domesticarla como a «La Fierecilla domada».

Otelo cuenta el drama de una de las pasiones más dolorosas de los humanos: los celos patológicos, que pueden conducir al asesinato. Otelo ya no distingue entre lo real y la fantasía, astutamente alimentada por Yago, su alférez, quien socialmente pasa por educado, diligente y en todo preocupado por el moro. De verdad en este caso, la culpa no es del celoso Otelo que mata a Desdémona, sino de quien le da de comer. Yago le da para que tenga, porque sabe que hiere el honor del moro. Convence a Otelo de que su mujer le es infiel y eso no se perdona. Casi como que a Otelo le asiste el derecho de decidir sobre la vida de Desdémona quien lo espera calladita en el cuarto sabiendo que la matará, como si además de ser su mujer, fuera su propiedad.

Yago es el verdadero protagonista. De otro modo el drama no se pondría a andar. Le quema mal la cabeza. Y cuando el celoso parece que repunta, por defender a su mujer, éste le taladra la cabeza como el pájaro carpintero de la publicidad, mostrándole que es un malentendido y lo reenvía hacia la sospecha continua.

Yago, mediante ardides cada vez más elementales, sabe que para la manifestación de los celos basta un pequeño signo para decretar que la semilla del malestar ya ha germinado. Eso es precisamente lo que distingue a esta pasión. El celoso armó una película con anticipación, y todos los rastros lo conducirán como en un «puzzle» a completar cada escena hasta que el film se termine, siguiendo su propio guión. Guión de hierro, de esos que no admiten cambios durante el rodaje. En la ópera verdiana Yago afirma, mediante un bello canto, que ha nacido para el mal, está tomado por un mal radical casi supra humano que se expresa por su intermedio. No lo puede evitar y fundamentalmente y debido a este juicio equivocado no se responsabiliza por esto, como si fuera un autómata. ¡Pará Yago! ¿Qué hay de vos en todo lo que hacés? le preguntaría el psicoanálisis, cosa que disgusta a Bloom. No le gusta Freud.

No puedo dejar de nombrar a Roland Barthes en esta ocasión. Dice el semiólogo francés en «Fragmentos de un discurso amoroso», un libro de aquellos que nos enseñan a sufrir con rigurosidad científica: «Como celoso sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran a otro, porque me dejo someter a una nadería: sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ordinario».

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 18.8.13.

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