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Todos somos espiados

Me he enterado de que cierta vulnerabilidad en el sistema operativo Android, que es el que uso, podría afectar a más de 900 millones de dispositivos en el mundo.

La nueva modalidad de comunicación periodística - el uso del potencia l-, significa para mi gusto, que efectivamente va a suceder aquello que enuncian como probable.

De acuerdo con Le Monde, el DGSE - organismo dedicado a fisgonear remotamente a usuarios digitales -, «espía las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, los SMS, los fax y recolecta datos privados de los principales sitios de Internet como Google, Facebook, Yahoo, entre otros, para crear un mapa de quién está hablando con quién».

Si sumamos esta información al affaire Cristian -  Wikileaks - Assange - y al caso Snowden, el ex espía norteamericano que develó la existencia del sistema de vigilancia electrónica PRISM, llegamos a la conclusión de que no hay nada seguro bajo el sol, todos somos rigurosamente monitoreados y todos podemos convertirnos en detectives salvajes.

La tecnología, se sabe, además de tener incontables efectos benéficos moviliza sus opuestos. Y no es que yo pertenezca al grupo de los apocalípticos, al contrario. Sólo que, como a mucha gente, me gusta saber cosas de los demás y me molesta que sepan acerca de las mías. Como mujer integrada a su época, sé que son las reglas a las que debo someterme. De otro modo sólo me queda el teléfono de línea ligado, con suerte, a una conversación interesante.

El mundo se ha convertido en una gran trama parecida al policial clásico o novela - problema y ¿por qué no? al policial negro o a una mezcla de ambos. Tienen sus diferencias, aunque en ambos reine un enigma a revelar. En el primero, los detectives Sherlock Holmes, Hércules Poirot o Dupin, por nombrar a los más relevantes, resuelven sin necesidad de ir al lugar de los hechos; no suele haber violencia ni enfrentamientos cuerpo a cuerpo y fundamentalmente no cobran. En el policial negro, en cambio, el detective no distingue entre buenos y malos, hay violencia y enfrentamiento físico, se profesionaliza; por ende, cobra por su trabajo. Es famosa la frase de Marlowe, el personaje del detective creado por Chandler: «Cobro veinticinco dólares por día más gastos».

Cuando afirmo que todos podemos llegar a ser detectives salvajes, lo digo en el sentido de que cada vez más y hasta sin proponérnoslo, establecemos relaciones, sabemos cómo, dónde y cuándo buscar rastros de aquello que procuramos investigar. Hasta a los no nativos digitales, se nos ha abierto una puertita desconocida - una pulsión investigativa - que desconocíamos hasta hace relativamente poco.

Un ejemplo - elemental - Watson. Un masculino te ha postergado un encuentro. Sabemos que cuando esto sucede nada mejor que un shopping para paliar la pésima onda que reina en tu espíritu y en tu cuerpo. Ya estás en el shopping - contra la postergación, el shopping como solución. Mirás ropa, relojes, cortaplumas. En fin, te distraés. De repente por el altoparlante se anuncia que la señora X busca al señor Y, que es el que te plantó. Enseguida imaginás que lo busca para hacer 46 cromosomas xx, además de 46 cromosomas xy. O sea, para fabricar niñitas y niñitos. Todos sabemos cómo se realiza esta manufactura y el nombre que recibe esta acción. Si a eso le agregás la localización del sujeto vía celular, es imposible que no acuda a tu mente la antigua frase:- Mentime ¿acaso no soy mujer?

¿De qué tenemos miedo con esto de la vulnerabilidad tecnológica, nosotros los pequeños mortales? ¿De que se enteren que a la prima Chochi la queremos a pesar de ser la más egoísta de la familia y jamás ofrecer su casa los 31 de diciembre? ¿Que desde hace unas semanas le anda revoloteando al ahora rico panadero de la vuelta? ¿Que cuando titulé en un mail «Queremos a todas, menos a Una» no me estaba refiriendo a ella, a la prima Chochi, sino a otra ella?

Lo paradójico de este abuso de intromisión, porque lo es ciertamente, es que nos hace en nuestra imaginación, más importantes de lo que en realidad somos. Creemos ser lo suficientemente interesantes para que el mundo nos persiga. Cuando en la realidad virtual, que es de lo que estamos hablando, nuestra densidad sólo se remite a un sistema binario de ceros y unos. Somos una sigla en la larguísima serie. Por todo lo anterior, para los pequeños mortales que somos, existen cosas serias para preocuparse. Esta no es una de ellas.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 21.7.13

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