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La loca bombita de luz

Se supone que en una mesita de luz - como su nombre lo indica - debe existir además de otros objetos, un artefacto que de luz, antiguamente llamado velador; hoy se le dice lámpara de mesa.

Llegó el día en que consideré oportuno cambiar la mía. En el local de artefactos de iluminación del tipo semi-autoservicio elegí una, que de tan despojada parece un gran fósforo en cuyo extremo se ubica una bombita de luz.

La lámpara original llevaba una luz dicroica, de esas que derriten los ojos con sólo mirarla. Me recomendaron cambiarla por una lámpara de bajo consumo, ideal para el reemplazo de dicroica sin uso de transformador.

Cabe destacar que la bombita costaba casi tanto como el artefacto donde se ubicaría. Además, tenía la virtud de ser útil durante 80.000 horas, ¿o voltios? No importa, leí ese número y si gasto lo que gasté en una bombita, me propongo vivir diez veces su duración.

Contenta con la compra; poco duró mi alegría. Cuando llegué a casa y enrosqué la nueva bombita que tiene forma normal - no esas helicoidales más que espiraladas - la luz era escasa tirando a nula.

- Otra vez más me equivoqué -, le dije a la persona que me ayuda a organizar mi casa. En realidad dije otras cosas pero el concepto era ése. ¿Por qué cuando me hicieron la demostración casi me tengo que poner anteojos de sol? Me mintieron, me engañaron como a una chica Pimpinela.

Me dirigí toda clase de bromas - con el tema «pocas luces» - que puedan imaginar. Teniéndome a mí misma como blanco me lancé cuanto dardo podía arrojarme hasta llegar a la conclusión estúpida pero no por eso evitable: si fuera hombre no me pasarían estas compras, digo cosas. Claro que debería afeitarme todos los días. Los hombres entienden de electricidad. Yo le tengo miedo. Sí, soy una persona que entre las muchísimas cosas a las que teme se encuentra la electricidad.

Y les voy a decir a qué se debe esa conclusión. Una mujer que vive sola - una sola - debe experimentar ciertas cuestiones que los hombres entienden desde que nacen. Así como los chiquitos que aún no saben leer te muestran dónde tocar para que en una pantalla «touch» - de una tableta por ejemplo - se reanude un jueguito. Conozco una persona que sacude la tablet como si fuera un termómetro para que cambie una imagen. Es una amiga.

Salí del cuarto para ir a buscar el ticket y verificar si me habían entregado aquello que compré. La cajera todavía debe estar buscando los cinco tickets de compra - copia para el comercio - que aparecieron, de los que sólo me corresponde uno. Pero ése no es mi problema. Mi problema es otro y tiene la estructura de un teorema que dice: ¿Por qué si compro una lámpara en el comercio ilumina como me gusta y en mi casa parece la hermana raquítica, pobre y deslucida de la primera? ¿Por qué?

Vuelvo al cuarto y la misma lucecita otrora mortecina, tenue y triste domina el ambiente como febo que se asomó, le gustó y se quedó. - No no y no. Aún no me llegó el momento, no estoy tan loca como parezco en las fotos de frente. Ni en las de perfil derecho. En las fotos del izquierdo puede ser, lo admito. Esa luz hace menos de un minuto desfallecía y yo con ella. Ahora ilumina cálida - eso sí -, pero demasiado. La vuelvo a apagar y llamo a Matilde, que no se llama así, pero jamás escribo un nombre verdadero, ni el mío lo es.

Mirá bien lo que te voy a mostrar y decime qué ves.

Le muestro la lámpara como si se tratara de la Mujer Barbuda del circo o el Hombre Elefante de otro circo.

Enciendo la lámpara, no la froto, y como por arte de vaya a saber qué comienza una leve luz que podríamos asemejar al movimiento de «alegre sostenido», que ante nuestros ojos, se va despertando hasta estallar en claridad rebosante de salud.

Matilde se escapa. La sigo y le aseguro que eso, no está vivo, que no le hará daño. Volvemos al cuarto. La enciendo y la apago varias veces. Se me hace la luz. Seguramente al cambiar de sistema - dicroica por… por… por otro - éste debe estimularse con calor. De ahí que tenga ese comportamiento extraño para quienes nacimos con bombita de filamento, Tomás Alva Edison.

Esta bombita traicionera no va bien para disimular detalles que no vale la pena develar. Voy a volver al antiguo velador. No sea cosa que por querer contribuir al sector energético con ahorro, la bombita loca se encienda cuando menos la necesito. Nones.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 7.7.13

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