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Reunión de consorcio

Un lunes llego a mi casa a las 20.58. Un mensaje en el teléfono me impide disfrutar de mi serie favorita, que comienza a las 21:00. El mensaje dice: - Hola, soy la doctora N. Liz, tenés que venir el próximo jueves. Ellos son capaces de cualquier cosa.

¿Quiénes son ellos, ir a dónde y fundamentalmente quién es la doctora N? Ni cincuenta minutos - sin cortes - de tranquilidad se pueden tener, che. Estas frases cortas se cuelan todo el tiempo en el un tanto reiterativo discurso de Don Draper en Mad Men. El resultado es una mad-loca-woman. Ella, la del teléfono. Cuando Don va por su décimo cigarrillo y quinto whisky a las diez de la mañana, recuerdo quién es la doctora N. Se trata de una doctora - odontóloga - que ha ingerido algo, desconozco qué, pero algo ha entrado en sus venas para tomarse tan en serio esto de reunir a la mayor cantidad de propietarios o inquilinos «con poder» para una reunión de consorcios. Se debe elegir un nuevo administrador.

Es verdad que el administrador anterior robó, huyó y aún no lo pescaron. Particularmente eso me duele más en el bolsillo que en el espíritu. Con el afán de prevenir que esto sucediera, se había nombrado con premedita viveza criolla una comisión veedora del bolsillo del susodicho, más que de su espíritu. Comisión que falló. No cumplió con su cometido. No vio aquello que tendría que haber mirado.

El asunto es más complicado, pero me detengo. Relato los hechos tal cual sucedieron, según mi punto de vista. He ahí un tema de la literatura, especialmente para Henry James. Este escritor tematiza y adopta «el punto de vista» de un protagonista, con lo cual renuncia a la figura del narrador omnisciente, el que lo sabe todo. James da lugar a los personajes laterales, con distintos puntos de vista y registros del habla.

Y ya que hablamos de los laterales, el edificio no tiene departamento laterales, pero en cambio existen los del contrafrente. Son las unidades funcionales D y C que también deben firmar el Acta del Día, es decir de la noche. La reunión comenzó a las 20:30 aunque la doctora N citó a las 20:00. El reglamento dice eso, hay que esperar treinta minutos. El reglamento ¡Ay Dios! Es justamente eso; un Dios que muy pocos conocen, pero se recurre a él toda vez que convenga. Cuando no es así, siempre hay alguien que dice «es norma» esperar treinta minutos. Se trata un ejemplo idiota, como todo lo que sucede en esta «puesta en escena» de una reunión de consorcio. Pero no por ser idiota deja de tener efectos en los propietarios o inquilinos «con poder». Ah, sí, sí. Los que no tienen el poder debidamente firmado no aplican. ¡Fuera!.

Desde un punto de vista estrictamente teatral estas reuniones poseen la virtud de la «descarga”» que los griegos llamaban función catártica o de limpieza del alma. Una recomendación. Para hablar de limpieza del edificio, primero hay que nombrar a un administrador. No se te ocurra hacerlo con el encargado. No te entregará más la correspondencia. No es chiste que, como los mozos, si te quejás demasiado tu comida llegará a la mesa con un cierto gusto amargo. Particularmente, además de respetarlos les tengo miedo a los encargados de edificios y a sus ayudantes y ayudantes de ayudantes.

Ya en la reunión escribo sentada en el piso del hall de entrada del edificio, mientras se cumplen los treinta minutos de espera. Por fin comenzamos. El tema que los aboca durante setenta y tres minutos es, si se debe o no volver a escribir el Acta del día de la reunión anterior, ya que estuvo mal redactada y hay gente nueva. Recreo un momento diáfano por lo increíble, según mi punto de vista. Recuerden que soy la más lateral de los personajes ahí presentes.

El abogado también propietario, sostiene que: - Se debe rehacer el Acta ahora. - Más tarde, grita la del sexto D, inquilina. - Ahora - retruca el primero.

- Mire, Usted toma en exceso. Nos miramos todos. Continúa: - Toma en exceso el poder de su profesión. ¡Ah!

- Y usted, ¿qué busca? ¿Busca agraviarme? ¿Maltratarme? ¡Qué busca!

Llegados a este punto de ebullición de la escena, que continuará ya que habrá nuevas reuniones, dejo mi poder firmado a la doctora - odontóloga y les digo, porque también yo he perdido todo pudor. - Me voy a ver «Intratables» por América con Santiago del Moro que a pesar de las superposiciones de voces, al menos se entiende algo de lo que hablan.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 2.6.13

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