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Más que lavarropas me compré un problema

Alentada por la política de congelamiento de precios me dije: Yo también merezco una mejor vida, antes de pasar a la otra. ¿Y si no existe? No es que haya regalado el anterior o lo haya cambiado. No, nunca tuve uno. Mandaba la ropa al lavadero y me la devolvían doblada con un riquísimo perfume y planchada.

Más que un lavarropas me compré un problema.

Tengo inconvenientes con los electrodomésticos. Si algo puede salir mal, para mí es seguro que va a salir mal. Lo más triste es que no me equivoco, tengo una experiencia, una «expertise» que me acredita como usuaria maltratada.

Cuando compré una heladera, me entregaron durante tres días sucesivos un televisor, un microondas y una consola de Wii. Pasaron días hasta que finalmente apareció el mentado y pagado artefacto del hogar. Bueno; no era el que yo había reservado.

En otra oportunidad compré una impresora. Hubo que cambiarla tres veces. Total que el muchacho que las traía me dejó tres al precio de una y no como oferta. Estaba harto de venir a mi casa y yo de que él viniera. Las que sobraban las doné.

Vuelvo al lavarropas. Se trata de uno con carga superior, tablero tipo NASA, veinte programas - prefiero hasta los de la televisión, mirá lo que te digo - y luces como las que existen en Las Vegas. La diferencia con esta ciudad, de la que se dice que «lo que sucede en Las Vegas queda en Las Vegas», es que lo que acontece dentro del lavarropas se expande en todas las direcciones: arriba, abajo y a los costados. Sale agua a una velocidad de centrifugado de 1.000 revoluciones por minuto. Y aquí me detengo. Cuando realiza la función rotatoria, vulgarmente llamada centrifugado, «eso» está vivo, avanza, camina y finalmente tiembla. Es un electrodoméstico, pero se asimila demasiado al clímax producido en ciertas actividades amatorias.

Tiembla mi casa y tiemblo yo, que vigilo la situación ante el riesgo de que «eso» produzca un terremoto. Mi hipótesis, aún no demostrada, fruto de una minuciosa observación de los últimos fenómenos climáticos que han vapuleado al planeta, no me engaña. Y así como existen movimientos que lo sacuden desde el centro de la tierra, no sería extraño que hubiera otros, como mi recién adquirido lavarropas, que lo sacudan desde mi lavadero. No me gustaría causar daño a la humanidad o al menos a mi barrio. En cambio, si alguien me asegurara que solamente el edificio donde vivo fuera el damnificado me haría la mosquita muerta. - ¿Vio vecina?, cosas raras suceden.

El artefacto vino a despertar inconvenientes que ni sabía que existían. En el momento del desagote en una pileta a primera vista inofensiva, comenzó a brotar agua por los costados de la misma. Hubo que llamar a un plomero especializado en sellar piletas de lavar. Sumale unos pesos al costo inicial de un capricho llamado lavarropas. Unos días después se tapó la rejilla, debido a tanta agua desaforada. Hubo que llamar a un destapador oficial que también cobró sus honorarios. Sumale otros pesitos al precio de inicio. Finalmente, cuando todo hacía suponer que la cosa funcionaba como su creador la había pensado, otro inconveniente vino a perturbar el normal y sencillo acto de lavar ropa. En pleno desagote advierto agua en el piso. - ¡Qué raro! - me digo, ya que de tan hermético que han dejado todo lo arreglado, el lavadero parece una nave espacial que en cualquier momento despega conmigo y me transporta como a la perrita Laika.

Luego de investigar, te juro que con lupa, descubro una fina hebra de agua que no cesa de emerger de la manguera de desagote. Solo lo usé dos veces. La obsolescencia planificada por las grandes multinacionales es un hecho y no una mera imaginería de mentes ociosas proclives a idear conspiraciones.

Llamo a la casa que garantiza el funcionamiento del producto. No a la casa que me la vendió, ya que la catarata de demostraciones de insatisfacción de compradores de esa firma que aparece en Internet, me detiene. No voy a comenzar la semana instilando veneno a mi sangre.

Después de siete días y siete noches cuando suena el timbre aparece el portador de la solución, que consiste en un reemplazo de manguera. Trae muchas, menos la de desagote correspondiente.

Hay semanas que me veo tentada de acampar en esas Iglesias que se ven por televisión, donde la gente habla de su pasada mala suerte y su actual bonanza. Y aún ahí, no me vislumbro hablando a la audiencia de la felicidad que siento por el cambio de vida que produjo la incorporación de algún electrodoméstico.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 28.4.13

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