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Paraguas romano

Paraguas romanoEn un día de sol y agradable frío del invierno romano, de pronto comenzó a llover. Claro que no con la furia que conocimos por estos lares. Luego de mojarme en forma grata, sucumbí ante un hermoso paraguas negro cuyo extremo inferior terminaba en una majestuosa punta. Divino. Mango de madera, sanito, no como los que usan en Londres, con varillas dobladas por el viento y la lluvia, ya que uno nuevo se romperá indefectiblemente.

No lo estrené so temor de que se arruinara y preferí usar una incómoda bolsita de nylon sobre mi cabeza; tanto era mi embeleso por esa espiga apolínea que no se plegaba ante nada. Erguido, el paraguas. Para el psicoanálisis, todo lo erguido produce una cierta fascinación en las personas. Y yo soy una persona.

Todos los días ideaba nuevos sistemas para transportarlo. Finalmente lo metí parado en la pequeña valija que permiten llevar a bordo de un avión; en el carry-on.

Significados   

Lo cuidé como lo que era, una deidad recientemente adquirida. Mis amigos psicoanalistas seguramente observarán significaciones asociadas a un paraguas erguido y digamos, en su idioma, turgente. Yo no me plegaré a esos dichos. A veces un paraguas no es más que un paraguas, emulando a Freud cuando afirmó lo mismo de un habano. Un habano, a veces es sólo eso; algo que él fumaba.

Anduve por calles, caminé por andenes, subí y bajé de trenes, monté a taxis y el paraguas lucía magnífico a pesar de tanto ajetreo.

Cuando casi se acababa el circuito más peligroso, en la recta final del acarreo, escuché un sonido molesto.

Se había roto la punta del paraguas; se astilló porque rozó inexplicablemente el piso. En ese momento una frase que leí a propósito del libro de Sergio Ramírez «Margarita está linda la mar» se incorporó a mi pesar. Se trata de un párrafo donde el nicaragüense alude al anhelo imposible de la abolición del azar.

Creemos que podemos domesticarlo todo, como si no existiera un resto imposible de domeñar. A los humanos nos gustan las garantías, actúan como ciertas teorías que nos tranquilizan. Sin embargo, sabemos que muchas veces «hacen agua», tanto las teorías como las garantías. Claros ejemplos de esto los hemos experimentado en nuestro país y muy especialmente en La Plata.

Pasa el tren   

Un calor en forma de burbujas subió a mi cabeza y se exteriorizó en gotas de sudor sobre la frente. Mi primer pensamiento fue deshacerme del paraguas-problema. Sin embargo, mi reacción fue arrodillarme y tomar la punta rota. Alguien dijo: - No importa... se puede arreglar, apurate Liz, no tenemos tiempo, pasa el tren.

Si esa persona supiera el significado que tuvo para mí aquello que dijo, se hubiera abstenido, creo. Con el «pasa el tren» en la cabeza más la punta rota del paraguas y sin decir «agua va», tomé las riendas de la situación. Puse la punta astillada en un bolsillo y el enclenque paraguas lo calcé sobre mi brazo. Faltaba muy poco para llegar a destino. Podía soportar esa incómoda posición.

Días más tarde compré un mini paraguas plegable sin ninguna belleza más que su función. Lo llevo siempre en la cartera a todas partes.

Ya en Buenos Aires el paraguas roto pedía una definición. Cada vez que lo miraba desviaba la vista. Lo llevé a arreglar. - Veremos, no le prometo nada - dijo uno. - Mmm, con lo que le va a costar la reparación mejor cómprese otro. Al tercero, que ya me estaba por contestar con esa sonrisa de quien no puede satisfacer un pedido, le propuse una posibilidad. Entre su buena disposición y mi idea logramos un paraguas original. El tipo le cortó la sobrante punta astillada que aún permanecía en el extremo, le pasó una lija, desestimó la parte desprendida y la tiró a un tacho de basura. Un paraguas customizado, hecho para su propio dueño por un eficiente operario que entendió mi propuesta.

No es el original, es cierto. Pero ante la adversidad es mejor encontrar una solución que convenga a ambas partes. El hombre hizo su trabajo, le pagué y me retiré satisfecha, sin esa horrible sensación de no poder mirar el paraguas roto.

Ahora que lo tengo delante de mí, puedo afirmar que me gusta más que el original, lleva mi propia idea en el extremo. De aquí en adelante siempre que llueva voy a usar este paraguas, hasta que pare.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo

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