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Un amante sarnoso

Como todas las mañanas me instalo en el escritorio, en donde reside mi biblioteca llena de libros, de la que estoy más que orgullosa. Promete ser una jornada de agradable trabajo. Busco un libro, sentada en la silla de trabajo con ruedas, de manera rápida con la vista, de un pantallazo. No lo encuentro. Me acerco con cierta intriga; reviso cada estante y tampoco lo veo. Acerco la escalera y en actitud un tanto más preocupante entro a examinar los estantes superiores.

Descubro libros que creía perdidos y títulos repetidos. Aquejada ya de un semi grave trastorno obsesivo compulsivo arremeto con una lupa. Nada. Cuando comienzo a sentirme rehén de mí misma, el semi grave trastorno se convierte en grave. Lo que prometía ser una agradable jornada de trabajo se transforma en un mundo en tinieblas. Nada tiene demasiado sentido si no encuentro el libro.

Leo una frase de Abelardo Castillo: «Se aprende a escribir con los libros de la propia biblioteca». ¡No voy a aprender nunca! Me invade una zozobra - mi padre utilizaba esta palabra - digna de otros tiempos.

¿Y si lo tiré sin darme cuenta junto con la cáscara de huevos que usé para hacer el revuelto à la Liz?

¿Y si se lo llevó un amante de otros tiempos?

¿Y si no tuve nunca ese libro?

Entrás en una espiral de sospechas e incertidumbres que hacen temblar la estantería de tu seguridad y hasta llegás a preguntarte si vos sos vos, o sos un clon de ti misma. Sensación fea, muy fea para vos que te sentías tan familiar a vos misma.

La misma duda acontece en esos largos segundos, que parecen minutos, donde tenés que esperar para saber si el DVD que compraste en la calle está en el idioma deseado, que no suele ser el ruso y si tiene subtítulos en español. Aunque sea en ese español que no respeta las mayúsculas ni lo tiempos verbales. Últimamente aprendí muchas palabras en la lengua de Dostoievski. Palabras que no me son ajenas ya que en mi familia se usaban.

Otro momento inquietante es el que continúa luego de encender el aire acondicionado y en lugar de salir el frío rabioso que esperás, emite un sonido - señal de que está vivo - y un aire que no es ni frío ni caliente. Emite aire. Cuando terminás de plegar un abanico - ad hoc- con una hoja de cuaderno, para tu perplejidad, sale tu buen aire querido.

Por no destacar el desconcierto y en este caso certidumbre de que Facebook se te desconfiguró, que te hackearon las enormes estupideces que posteaste y de ahí al robo de identidad hay un solo paso, que alguien hizo. Esto también me sucedió el pasado 29 de enero cuando Facebook se cayó para mí y para millones de usuarios de la red de todas las redes. Obvio que me enteré después, cuando salió en todas partes menos en FCB.

Y la más elemental pero no por eso menos importante de las incertidumbres femeninas: ¿me llamó y no lo escuché porque me estaba depilando? ¿O fue en el momento que leía las instrucciones para hacer una torta de chocolate de una sola caloría? ¿Y si me llamó cuando bajaba las bases para aplicar al COMICET? Ni vos ni yo aplicamos al CONICET.

Lo más terrible de estas especulaciones es que si puedo inventar el recuerdo de que tenía un libro, confundo realidad con fantasía. Eso no me gusta nada.

Y desde que tengo una base psicoanalítica y alguna formación filosófica no me lo puedo tomar con filosofía… estoica. Pienso en el título del libro no encontrado, no digo perdido aún, «Memorias de un amante sarnoso» de Groucho Marx. En ese momento se me aclara todo. ¿Quién quiere acordarse de un amante que pasó a ser un Q.E.P.D o R.I.P? Yo no. Con lo cual compruebo que mi capacidad para sobreponerme a períodos de dolor emocional y traumas, por no encontrar aquello que buscaba,- resiliencia -, está bien encaminada. Aunque no encuentre el libro. En el lugar vacante que dejó «Memorias de un amante sarnoso» , ubicaré «El tiempo, gran escultor» de Marguerite Yourcenar. Libro que recomiendo enfáticamente, además de consagrar una temporada al cuidado del orden en las bibliotecas. Si esto último suena a utopía es porque se trata de una utopía.

Por ahora, no sé si nunca, digo no al Kindle, al Nook y al i-Pad para leer.

Los libros siempre me han servido en la vida. Creanmé que no sólo se usan para tapar el boquete que existe en la pared. Sirven, muchas veces, para olvidar a un amante sarnoso.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 3.3.13

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