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Cartas descartadas

Las «cartas» se han puesto de moda. Cartas rápidas, sin sobre ni estampillas y mucho menos buzón rojo. Cartas «a la carta», instantáneas, para retrucar una opinión vertida por alguien con quien se está en desacuerdo. Cartas lanzadas como granadas desde redes sociales, por lo general Facebook .

No alcanzan ciento cuarenta caracteres, Twitter, para decir algo con un cierto espesor. A no ser que se escriba un mensaje claro pero poco laudatorio del tipo: «no entendés nada»; «no cambiás más» o «siempre el mismo/a udo/uda». En general, los twitts suelen tener la estructura de hexagrama del I-Ching, enigmáticos, misteriosos - lo dejo a tu criterio - al estilo Karina Jelinek.

Recordemos la carta enviada por la presidenta Cristina Fernández al actor Ricardo Darín o la del guionista Atilio Veronelli a la ahora conductora de televisión Florencia Peña.

Cartas de antes

¿Qué pasó con las antiguas cartas, esas que dieron vida al género epistolar? Parecen haber muerto. Valoro la correspondencia entre dos personas. Me gusta fisgonear y encontrar lo no dicho en «lo que se dice». Adoro en las cartas enviadas la desinhibición que difícilmente pueda hallarse en las cartas «on line». Habría que inventar un nombre para estas misivas, ya que no son cartas tal como las conocimos hasta ahora. Son textos que tienen algo del naipe - que en nuestro idioma también llamamos carta - en el sentido de seguir apostando a lo cada uno cree.

Las antiguas cartas son al pochoclo lo que el moderno «pop- corn” o “palomita de maíz» es a las cartas abiertas «on-line».

Cartas eran las de antes, donde se discutían teorías - Correspondencia entre amigas de Hannah Arendt y Mary Mc Carthy, 1949-1975 - o se iniciaba, adornaba y se sufría un amor como en las Cartas de Kafka a Milena o se ejercitaba la irreverencia bajo la forma del sarcasmo como en «Las cartas de Groucho» del mismísimo Groucho Marx.

Para no enviar  

En la novela Herzog (1964) de Saúl Bellow, el protagonista cuyo nombre es Moses Herzog, está todo el tiempo escribiendo cartas que nunca enviará. Cartas a sus amigos, a sus enemigos, al presidente de Estados Unidos, a su novia, a su ex amigo que se quedó con su esposa, hasta a Dios. A veces las escribe, otras sólo las piensa. Dice el mismo Bellow que Herzog es «un hombre ambicioso mentalmente pero para nada práctico y que cuando tiene un pensamiento nuevo, va a la cocina y lo escribe». En realidad el problema de Herzog es el pensamiento, ni la escritura ni el envío de cartas. El personaje siempre supo que no tenía el coraje necesario ni era un hombre movido por la acción. Después de todo, para enviar una carta hay que desplazarse en dirección al correo y tener la decisión firme de mandarla. No es el caso. Personalmente Herzog no me resulta deliberadamente cómico, sino que lo es a su pesar, como muchos otros personajes surgidos de la pluma de un Philip Roth o un Woody Allen: la pluma judía de New York. Alimentan tanto su neurosis que dan risa. Están tan apegados a ella, que se transforman en sujetos muy poco masculinos con un inmenso caudal imaginativo. Se trata de hombres un tanto delicados sin dejar de ser hombres.

En ese sentido, estos personajes de ficción tienen cierta afinidad con las mujeres de carne y hueso. Las mujeres, en general, también tenemos ese «plus» de goce ficcional que muchos llaman desvarío, sin llegar a ser locas del todo.

Por amor

En el caso del envío de cartas, digamos de amor, que arroje el primer sobre la mujer que alguna vez no haya escrito una carta y postergado hasta la hibernación su despacho. Todas tenemos en nuestro haber «cartitas», que por suerte o por desgracia, no entraron en el torrente circulatorio del correo. Y esto se debe a que para la mujer así como para Herzog y los demás personajes nombrados, nunca se termina la carta porque el que escribe tampoco está «de-terminado» a enviarla. Muy pocas mujeres están en posición de decir lo que le dijera Dios a Moisés: «Soy el que soy». Recalculando, «Soy la que soy». Siempre nos consideramos inacabadas, como las cartas que alguna vez escribimos. Es que el amor nos convierte en veletas al viento, volubles, volátiles y bol...udas. Ojalá la carta de amor que escribimos y no enviamos tuviera la fuerza imperativa de una carta documento del tipo «Intimo a que en un plazo no superior a 24 horas se haga presente el destinatario en el domicilio de la remitente con excelente onda».

En el amor y sus cartas no hay correspondencia certera. ¿Y si escribí el nombre de uno y la dirección de otro?

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 10.02.13.

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