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Salida al campo

Llama una amiga y dice: - Hola Liz, ¿vamos a mi campo?

- ¿Cuándo?

- Dentro de dos horas.

- Perdón, ¿sabés con quién estás hablando? Silencio. - Dejámelo pensar un rato.

Primero me tiré al piso y mientras pataleaba y lloriqueaba me pregunté por qué tengo esta clase de amigas, a quienes les gusta el aire libre y toman decisiones espontáneas cuando no repentinas. No tengo el bolso ni la valija fácil. Para mí, este tipo de experiencias amerita una detallada evaluación. Salir de la propia casa no es un tema así nomás.

Marta, que no se llama así en la realidad, de nuevo al teléfono. Le digo: - Sí, voy (como un modo de ejercitar mis próximas vacaciones). Viajo más que nada por el qué dirán. Imagino que ciertas personas refieren algo feo del tipo, Liz trabaja y la junta. ¿para qué guardará la plata? Además, porque ya no me gusta que la primera palabra que sale de mi boca sea un «no».

El campo es para mí un lugar que justifica un viaje de dos horas desde mi casa. Mi definición más certera del mismo es: lugar donde hay animales y mucho aire libre. Si para llegar utilizo cinco horas de mi vida, como en la ocasión, más que campo eso es la selva.

Una vaca del cielo  

Marta manejaba. Beatriz, nombre ya inventado en otra oportunidad - mis amigas tienen nombres más modernos porque nacieron en la era de las Yaninas y las Valerias - cuando lograba deshacerse del celular, servía Coca, mate y demás ingredientes. Yo rezaba en arameo antiguo para que cayera alguna vaca del camión que las transportaba o del cielo, como en la película «Un cuento chino». O sea, que sucediera algo sensible a mi imaginación en medio de tanta inmensidad telúrica.

Ni bien arribamos se me despertó un importante interés por lo que veía, retrotrayéndome a la edad de los cinco años, la edad de los porqués. - ¿Por qué aquellos árboles son más altos que aquellos otros? ¿Por qué veo gente pasar y nadie nos ayuda a bajar los bolsos? ¿Por qué me parece que voy a tener que lavar los platos?

Éramos tres personas y una presencia fuerte: Google.

Con la operadora oficial de este buscador - Beatriz - lo usamos a las anchas. Tal como lo exigía un espacio tan amplio. Desde cómo se llama el último sobreviviente de la lista de Schindler, que entre paréntesis acaba de morir recientemente, hasta qué relación existe entre el coriandro y el cilantro. Es decir, datos interesantes que no sirven para mejorar tu vida ni la ajena. La dueña de casa nos miraba con molestia, por cierto, muy poco soterrada. - Manejé, descargué lo más pesado, compré la comida y ustedes dos no paran con la tecnología, che.

Cuando ya no podía acudir a su memoria, que en el campo parece indisciplinarse, ella también sucumbía al buscador. - El campo sin tecnología es campo en serio; llevo Internet en sangre ¿no querrás que pase a ser una occisa? - repetía yo cada tanto.

Preocupaciones  

Los temas recurrentes fueron: hombres; hombres y hambre. Desde el desayuno, cada día más temprano, alguna, no yo, se preguntaba en voz alta: ¿qué vamos a comer? - Gordi, estás comiendo.

Mi preocupación, en cambio, era que nos quedáramos cortas de papel higiénico.

De historias truncas con hombres está hecha cierta porción del universo femenino. No toda. Pero cuando nos adentramos con más preguntas que respuestas a esta porción del planeta mujer, lo hacemos con vehemencia. - ¿Qué le escribo?, ¿le escribo? - ¿Vos creés que me va a contestar? Yo, que cada día estoy más sensible, le sugerí que fuera a lo seguro. - Inventale cualquier cosa, decile que ya venden dólares, que se levantó el cepo, seguro te va a contestar.

Beatriz - ante cualquier dolor consúltela a ella y ella hará lo propio con Google - se la pasó sentada vestida de blanco en una sillita preguntando: ¿Alguien se siente mal?, ¿Alguien necesita que le tome la presión?

Las tres copiamos cosas de alguna. Tanto que todas comenzábamos la frase con la interjección en el tono suspiro y semitono queja - ¡Ay!, qué calor. ¡Ay!, engordé cuatro gramos, ¡Ay!, ¿me queda bien el pantalón? o ¡Ay! ¡Me queda bien el pantalón! ¡Ay! para lo bueno, para lo regular y para lo malo.

En la evaluación final mi puntaje fue superior a lo esperado. El premio es una futura invitación al mismo lugar. Acepté con la condición de hacer una vaquita - en el campo se estila hacer la vaquita - y comprar muchos rollos de papel higiénico, usar sin restricción Google y no hablar de hombres. Sospecho que me quedaré en casa.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 3.2.12

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