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Interrumpido encuentro con una amiga

Quedé en encontrarme con una amiga luego de su sesión de análisis, donde siempre.

Donde siempre estaba cerrado por vacaciones. No daba para quedarme hasta el 15 de febrero, fecha en que reabrían. El sol, del que dicen es bueno para fijar la vitamina D, pegaba fuerte. Dudo que sea beneficioso. Algo que caliente tanto no puede hacer nada bien, sólo derretir todo aquello que se interponga en su paso destructivo.

¿Será por eso que habrán nombrado a la vitamina con la letra D, por la «d» de derretir y destruir? La seguiré tomando por la boca; al sol no lo trago. Tengo con él la misma relación que los ex fumadores con el cigarrillo: intolerancia del tipo fundamentalista. El gusto por febo es un ejemplo de cómo algo que me gustaba terminó en lo contrario. También me ha pasado con personas.

Divisé desde «donde siempre» una estación de servicio, de esas que también tienen mesitas y venden todo lo que te olvidaste de comprar en el supermercado, al triple de su valor. Con aire acondicionado, se entiende.

Gracias a la telefonía celular móvil y luego de quince mensajes de texto pude encontrarme con mi amiga, a la que llamaré no con su nombre real, en el bar de la estación de servicio. Me senté de frente a la entrada para ver cuándo llegaba.

Como es natural recomenzamos la larga tradición femenina en lamentos de aquí, de allá y acullá. A las mujeres nos gusta quejarnos un poco. Una mujer que no se queja no merece llamarse mujer. Y si se queja demasiado, tampoco.

- ¿Qué crees que sos capaz de darle a un hombre, Beatriz? - pregunté en un momento de la charla.

- No lo sé. ¿Asco? ¿Miedo? ¿Lástima?

- No, Beatriz, no va por ahí la cosa. ¿Qué le pedís vos a un hombre?

- Que sea heterosexual.

En esta suerte de divertimento y desazón estábamos y luego de mirar la puerta de entrada le aseguro: - Se terminaron tus problemas en este preciso momento. Alegrate.

Lógicamente Beatriz me miró extrañada y me ofreció subir a lo de su psicoanalista.

- No lo voy a necesitar. Acaban de entrar tres muchachos fornidos, grandotes con anteojos negros, nos van a asaltar y luego matar.

Los jóvenes no nos mataron, ni siquiera nos miraron. Fueron directamente a la heladera. Tomaron su Cindor pagaron y saludaron antes de partir.

Continuando con nuestra charla, le relaté la extraña conversación que mantuve con un integrante de la secta Facebook. El tipo, de quien sólo conozco unos pies, ya que es su foto de presentación en esta red, escribe por chat: - Estuve pensando. No le pregunté si con esos pies que yo veía; digamos que opté por el respetuoso silencio propio del primer momento de un chat entre gente educada. - Estuve pensando, que tu apellido comienza con una S, como el mío, le sigue una consonante, tiene cinco letras y se repite una de ellas.

- ¿Y? le pregunto. - Nada, eso.

Continuamos el diálogo como si ese agujero en su discurso no lo convirtiera en un obsesivo muy dedicado a su neurosis.

Beatriz se permite dudar. - Para mí era una vieja de noventa años.

- ¿Y qué tiene si es un obsesivo? dije tratando de defender a alguien que ni siquiera conozco, o sea lo indefendible. - Casi todos los hombres lo son.

En eso estábamos, en la defensa de lo indefendible, cuando me grita: - ¡No importa, amiga! ¡No te des vuelta! - Ella podía ver aquello que sucedía a mis espaldas - No te muevas.

- Acabo de ver a un señor armado con una ametralladora.

- ¿Estás segura? - Sí. Y en breve nos va a atravesar un camión enorme. Ahora está cargando nafta, pero viene para aquí.

- ¿Y el señor?

- Está detrás de ti, (esto me lo dice en mexicano, como para dar más énfasis a la descripción, con su cara aún más blanca que la mía). No aguanto y me doy vuelta. Efectivamente, se trataba de un señor que llevaba un arma. Pero estaba más ocupado en mirar al camión que transportaba caudales mientras llenaban el tanque, que en matarnos.

Entonces y por el bien de las dos, recité en voz alta la famosa frase de James Joyce: Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de conversación.

Comenzamos a hablar de Riquelme.

Nuestra próxima reunión será en nuestras respectivas casas, vía chat. Para que nadie de afuera nos mate. Preferimos matarnos entre nosotras... de risa, adentro, con nuestros propios fantasmas y aires acondicionados.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 13.01.13

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