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Ex marido

Hubo un tiempo en el que dije: Sí, hasta que la muerte nos separe. Bueno, no sucedió así. Nos separamos antes.

No es un hecho que cause alegría ni bienestar. Todavía no existían las fiestas de bienvenida nuevamente a la soltería con strippers y vestidos de novia cortajeados. Tenés que haber elegido muy mal para celebrar una ocasión de esta naturaleza... muerta.

Pasó mucho tiempo desde esta circunstancia, durante el cual atravesé momentos más, menos o tan significativos como éste.

La semana pasada, antes del llamado fin del mundo maya sobre el que tenía depositadas esperanzas de concreción, entré a un supermercado de los pequeños. Era un día con temperatura que ofende a mi piel y a mi sistema nervioso central y periférico. Además tenía un hambre poderosa, cosa que me suele suceder muy pocas veces. Y cuando tengo hambre, quiero comer ¡ya!

Me abalancé hacia la góndola de lácteos con miras a un yogurt bebible de esos que se pueden tomar hasta en la parada de un colectivo. Aunque desde que descubrí unas zapatillas cómodas en el fondo de mi placard, camino y ya no espero a nadie, ni al colectivo. Estaba por arrimar el yogurt a mi boca cuando se me cruza alguien. Por alguien entiendo un sujeto masculino Natalia Natalia - que en jerga policial significa desconocido - con atuendo tipo pantalón corto o short largo, vulgarmente llamado bermuda y con el torso cubierto por una prenda horrible. Éste me espeta un ¡Oia! que denota sorpresa. No contento, avanza en son de abrazo.

El primero 

Todavía me funcionan las cuerdas vocales; retruqué con la misma interjección. Después de escasos segundos reconocí en él a mi primer ex marido. O sea, mi exposo.

Se me fue el hambre. Nada mejor para tu silueta que encuentros de este tipo, con gente que ha mantenido intimidad contigo. Después de todo es una persona con la cual has dormido, compartido viajes, gastos y rabietas.

La conversación duró bastante, diría mucho, comparada con las que solíamos mantener durante nuestro matrimonio.

Espontáneamente no hablamos de política, de dinero ni de enfermedades, tal como aconseja el manual de las buenas costumbres entre ex cónyuges. Tampoco del calor, de la humedad y del costo de la vida.

Nuestra conversación giró en torno de escritores - sus preferencias, las mías - teatro, cine, algún que otro ex amigo en común. Y futuros planes. Nada que tuviera que ver con nuestro pasado en común. Ahora éramos respetuosos contertulios próximos a encarar una fila cuando nos tocara pagar. Nos despedimos con un chau y suerte.

Tragicómodo  

Carlos Marx afirma que la historia se repite dos veces. La primera como tragedia, la segunda como comedia. Pero agrego, siempre deja marca. En este caso no se trató de un encuentro cualquiera aunque ya no revistió ni un pelín de aquello que fue. Y he ahí lo tragicómico de esta experiencia.

La pregunta que me hago es cómo un amor en apariencia sólido, puede transformarse en líquido. ¿Cómo y a pesar de ser los mismos, éramos otros en el supermercado?

Este hombre fue un marido; el más legítimo que tuve. Es cierto que del siglo pasado con mucha puntilla, reminiscencia de novelas del siglo XVIII. Creíamos en el Amor tal cual lo describe Aristófanes en El Banquete. Cuando se es joven se suele buscar la otra mitad, para completar la media medalla o la media naranja.

¡Pamplinas! Ya no pienso así del Amor. Eso se parece más a los cuentos de hadas donde el príncipe, al que le falta una princesa hermosa para la foto, va en su búsqueda y la salva de terribles contratiempos. Eso es Amor asistencial, de auxilio, de necesidad más que de deseo.

Hoy en día, se me hace cuento - Borges dixit - y más bien tengo la sensación de que soy yo la que debe salvar a otro. Aunque sé que ni las mujeres ni los hombres servimos para salvar a nadie en el Amor. ¿Y saben por qué? Porque por hacer esta tarea, tarde o temprano, pasamos la cuenta y con factura indexada.

Luego de este inesperado encuentro me pregunté ¿Por qué me separé? Y más aún, ¿por qué me casé? Pregunta clave que no suele hacerse con asiduidad la gente y es por eso que proliferan las fiestas post-divorcio.

El matrimonio es una unión seria que no debemos convertir en grave. Porque en ese momento ¡patapúfete! se la empieza a pasar mal. Y si esto acontece es mejor el celibato. Ya que el mundo sigue andando y nosotros en él, éste es según mis cálculos, un buen año para afinar la puntería. Claro que me puedo equivocar.

Fuente: Diario El Día de la Plata; Revista Domingo. 30.12.12

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