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Hechos de otros que nos molestan

Dice Freud en «El Malestar de la Cultura» que existe un irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales del sujeto y las restricciones impuestas por la cultura. A mayor satisfacción de las pulsiones, menor participación en el área social.

Si no existiera la represión de ciertos instintos, nos asemejaríamos a primates superiores con cierta facilidad de palabra.

O sea que para vivir en sociedad debés contar hasta cien, antes de dar una respuesta a un cada vez más susceptible prójimo. Esta introducción nos lleva directamente al mar de las bajezas humanas, en principio, ajenas. Y que según el ojo de un observador distinto de nosotros, puede considerarlas propias.

La represión  

Todos en algún momento hemos experimentado el inconmensurable bienestar y satisfacción que nos acarrearía entrarle a la yugular a quien osara perturbar nuestro umbral de tolerancia, cada vez más bajo. Abundan los ejemplos. Sólo tomaré un par, para agradecer al aparato psíquico y de él al mecanismo de la represión que ha hecho que, hasta ahora, no pase mis días a la sombra.

Luego de atravesar un largo pasillo, esperás un ascensor con urgencia. Estás por entrar y alguien te grita desde un lugar que suena lejano, es la entrada - ¡Esperame, que subo con vos! Créanme que hacerte el sordo y subir no es la solución. Luego aparece la culpa. ¿Y si la otra persona necesitaba más que vos usar el excusado porque estaba embarazada, venía acompañada de tres niños hambrientos y un padre en silla de ruedas? Hacés de tripas corazón - bueno - y decís: - No te apures. Te espero - y la dejás subir antes que vos. ¡Es el remordimiento y la culpa, estúpido!, que trae aparejada la vida en sociedad.

Particularmente me molesta que una parejita haga alarde de su romanticismo delante de mí. ¿Es necesaria tanta manifestación explícita? ¿No basta con decir te amo, bolú? Me obligan a ocupar un lugar de voyeur que francamente me disgusta. Prefiero decidir yo misma qué escena mirar.

Asimismo me disgusta asistir a la disputa de una pareja ya pasada en edad que también monta una escena. Por caso, frente a la góndola de lácteos en un supermercado de los grandes. Él dice: - Estoy harto del yogurt con lactobacilos y L. Casei Defensis. Ella responde: - Por no consumirlos tenés ese carácter constipado crónico. De nuevo ¿es necesario que yo esté presente? Pero como la cultura impone ciertas reglas no les digo que no hay nada mejor que ver teatro en un verdadero teatro.

Teta al aire  

¿Desde cuándo amamantar a un bebé exhibiendo la teta al resto del público en un transporte público, se convirtió en moneda corriente? Algo del pudor se perdió para siempre con la naturalización de la teta al descubierto. Es un acto que merece una cierta intimidad, una cierta privacidad. Entiendo que quien no puede calmar a su bebé sino con leche materna, utilice al menos, una mantita o un paño limpio para resguardarse de las miradas. ¿Por qué todos debemos ver todo? Es un recato que nos aleja precisamente del primate superior y nos eleva a la dignidad de lo humano.

Pero lo que más me molesta, y en este caso se trata de algo particularísimo, es cuando estoy por entrar a cualquier sitio y alguien se me adelanta. Recientemente he descubierto que se trata de un hecho que me irrita profundamente. Hasta hace bien poco dejaba el paso al contendiente como una señorita educada en Oxford. Ahora no. Que el otro me gane por una décima de segundo al traspasar una puerta me malquista con él y toda su familia.

Para que esto no me suceda con más frecuencia que lo deseable, debo estar alerta, y dar yo el último paso, de modo firme. El paso que me asegura que seré la primera dama en entrar. Llevo, a propósito de este movimiento, consecuencias inguinales, con mucha altura. Pero no le digo al otro: - Pedazo de gilastrún ¿tanto te cuesta dejarme pasar a mí primero? Si supieras las horas que he dedicado en mi análisis a este tema probablemente me dejarías pasar. O no. Tal vez hasta me pondrías la pierna para que tropezara como la Farolera. Quién sabe.

Que en ciertas ocasiones la gente hable en voz alta por celular, a contramano de lo normal, me gusta. Representa una fuente de la que bebo para ejercitar mi imaginación y escritura que cada tanto se marchita, para volver a renacer.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 14.10.12

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