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Cierta clase de mujeres

A propósito de mi columna «Cierta clase de hombres» aparecida el último 8 de julio muchos - hombres - me preguntaron ¿qué hay de cierta clase de mujeres?

Hoy contesto: hay, vaya si hay.

Las Madames Bovary, esas que arrojaban un pañuelo inicialado en clara indicación de interés hacia un caballero que lo entregaba a su dueña, ya no existen. En principio porque los pañuelos de fino lienzo han caído en desuso. Fueron remplazados por unos anónimos tisúes de color blanco - papel - higiénico. En la era del úselo y tírelo levantar un papel ajeno, aunque ella esté re-buena resulta un poco asqueroso.

En la novela que estoy leyendo «Los años con Laura Díaz» de Carlos Fuentes, Laura su protagonista, es una verdadera «moderna» años 20 en un México revolucionado por distintas corrientes, en pleno muralismo a là Orozco y Diego Rivera. El modernismo en boga de la época le hace pedirle a su marido que la deje trabajar con él, que se dedica a organizar a los trabajadores, por lo menos la mitad del día. Él le contesta: «Lleva bien tu casa y vas a contribuir más que si vienes a estos barrios a salvar gentes que además ni te lo van a agradecer».

Este modelo hoy sería impensado. En el mundo globalizado capitalista todo el mundo hace algo, o hace que hace. Me surge la idea de las «mediáticas», esa clase de mujeres que para estar como están, ya que no son naturalmente como se dan a ver, deben producirse, trabajar-se. Pelo que aparece debe caer. Tiramisú que se ofrece déjalo pasar. O mentir: «No me gustan los dulces». Y redoblar la mentira: «Ah, sí tengo este cutis gracias a la genética de mamá».

No realizan un trabajo asalariado y dudo que les preocupe la partición de la CGT pero eso sí, dan trabajo a un ejército de otras mujeres y hombres. Son empresarias de sí mismas.

Sigo la lista con las intelectuales. Saben y tienen posición tomada acerca de todo. Hablan, mucho; siempre. En una salida tipo cita con un señor hablan del moyanismo, de cine, de arte, del kirchnerismo y del calentamiento global. Claro que rehuyen el propio calentamiento por medio de la palabra. Le harán pasar una grata velada al susodicho con datos que Wikipedia aún no subió. Encantan como el dragón en el horóscopo chino. Y cuando son fóbicas… ¡hablan! No son exclusivamente fóbicas. Existen histéricas intelectuales también. Envolventes como una cabeza de medusa.

La histérica propiamente dicha es aquella que en el barrio se conoce comúnmente como «la que calienta la pava para que otro se tome el mate». Nones. No es tan así la cosa. Es verdad que provoca el deseo de un hombre emulando a alguna sex symbol pero en el punto de ebullición arremete con un: «¿Sabés qué? Creo que estoy cansada, creo que bebí demasiado mejor llevame a mi casa». Si yo fuera hombre la estructura «creo que, mejor no» en boca de mujer la super-escucharía, la retendría, la recortaría sin ser psicoanalista, y la pondría en un cuadro cada vez que saliera con ella. Esta estructura indica algo del deseo de ella: no la está pasando bomba. Créanme.

La obsesiva es la que sigue. Supone una clase de mujer que trabaja. Que trabaja para otro, un amo imaginario o real. Pero en ambos casos, se trata de alguien al que le supone un lugar más allá de lo humano, casi espiritual. Es la mejor secretaria, a la que no se le pasa ningún detalle. La más organizada y la que trabaja sábados y domingos, además de quedarse después de hora. Es el orgullo de su familia, en especial de su marido o su padre. El trabajo la cansa a la vez que la salva de verse confrontada con su propio deseo.

Las nuevas tecnologías ofrecen el surgimiento de una calidad de mujer que si bien antes existía ahora se hace visible. Es la mujer compulsiva que proclama todo lo que hace y piensa.

- Hoy mientras miraba mis axilas pensé que debía depilarme y ¿saben qué? ¡Me depilé!

- Si se me corta Facebook o Twitter como no tengo vida social, mi vida no tiene sentido.

Seguramente consiguió un novio tan «nerd» como ella, la noche que prepara algo de comer lo anuncia primero en sus posteos. O sea, sólo porque lo anunció deberá cumplir su palabra. Es gente que no miente, créanme.

- Hoy voy a preparar unas mollejitas al verdeo. Chau! Me voy por un rato. Después les cuento.

Cuando él llega le pregunta, haciéndose la más miu-miu de Wisteria Lane, donde vivían «Las amas de casa desesperadas», ¿sabés qué te preparé? Sí, claro, lo sabe él y los 1.200 amigos de Facebook y seguidores twitteros.

Existe un nuevo tipo de mujeres relativamente jóvenes; son las que encaran al varón rezagado ante este avance. Los pasan a buscar por sus trabajos en auto, los invitan a sus propias casas, los hacen - suyos, como se decía antes de antes -, los deshacen y los mandan al trabajo o a sus casas, en el mejor de los casos. En general de muy buen desempeño profesional y remuneración acorde, las encontramos ubicadas en una posición masculina, como si dijeran: - Usamos mi auto y mi casa; el sushi y el champagne también los pongo yo. En consecuencia, en esta escena mando yo. Es una versión femenina más amigable que el sexo gerenciado de los varones. Les gusta gustar, son femeninas. Sólo que no piden ni dan amor. Todo está bien si y sólo si no comienzan a quejarse de eso que propician.

La Laura Díaz de la novela antes mencionada era una mujer moderna. No sé si llamarlas post-modernas a esta última clase de mujeres. Algunos piensan que la postmodernidad ya terminó. Deberemos buscar un nombre para esta clase de mujeres. ¿Alguna sugerencia?

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 22.7.12

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