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La primera vez

En el programa de Jorge Guinzburg, «Peor es nada», había una sección donde Jorge preguntaba por la primera vez. Quedaba claro para el entrevistado que la primera vez se refería a su primera vez, a su primer encuentro sexual.

Freud estudió esta cuestión de la primera vez poniendo la lupa en los pueblos primitivos - sus miedos, angustias y tabúes - para tratar de entender qué nos sucede a nosotros, los neo, neo, neo, post-modernos. No vayan a creer que somos muy diferentes de ellos.

En ciertas cosas pegamos un salto hacia adelante, en otras no nos movimos. Claro que esta mirada depende del ojo del observador, que en este caso es el mío y responde a un tiempo lógico, no cronológico. Me inclino más por un tiempo circular o helicoidal, si quieren.

El hecho es que los primitivos y también nosotros somos fácilmente angustiables ante lo nuevo. Dice Freud en su escrito El tabú de la virginidad que en los pueblos primitivos esta «disposición a la angustia alcanzará su máxima intensidad en todas aquellas ocasiones que se aparten de lo normal, trayendo algo nuevo, inesperado, desconocido, inquietante». Para defenderse de este peligro los primitivos crean rituales de iniciación, con modos precisos y pautados con los que sortean el peligro. Si no los llevaran a cabo de este modo, patapúfete, muerte segura.

Toda esta introducción sirve para ilustrar porqué la primera vez de alguna cosa deja marca, buena o mala, pero algo se inscribe en el invisible pero eficaz papel del Inconsciente.

Primera vez que puede ser revisitada y hasta se puede tener otra versión del mismo hecho, otros puntos de vista según pasan los años, pero es menester volver siempre a la marca original, aquella que quedó en el orillo del Inconciente.

Claro que hay primera vez de ciertas cosas que te son ajenas. Por ejemplo y sin pasarte al bando de la hija de Claudio Paul Pájaro Caniggia que cuando le preguntaron en qué continente quedaba la Argentina en un atlas mundial, no supo qué contestar. Hay hechos que no los contabilizás como primeros hechos fundantes porque en la actualidad sus aplicaciones diarias se realizan así, pertenecen a los usos y costumbres de la época. 

¿Cuántas veces te preguntaste cómo la técnica llegó a la resolución hiperpixelada de una resonancia magnética, mientras te entregabas al ritmo a lo John Cage que imprime cada golpe en ese tubo resonador por el que se pasa lentamente? Quienes no estamos atravesados por los interrogantes de la ciencia dura y sus modalidades tecnológicas sólo preguntamos ¿cuánto dura?, ¿tendré tiempo de llegar a la tintorería? O jurar que si uno sale vivo de esta indagación médica, se dedicará a ser buena y practicar un evangelio de cualquier naturaleza. A mí me pasa. Si estoy ahí es porque algún cono de sombra, alguna duda le surgió al médico que me indicó pasar por ese instrumento túnel resonador con poco magnetismo para mí.

Si en realidad quisiera pasarla mal en serio, por decisión propia, iría a la avenida 9 de julio de la Capital un mediodía de 35º a la sombra con piquetes programados de cuatro organizaciones y sin medicación. 

¿Qué te pasó cuando el último 4 de julio te enteraste que se descubrió el Bosón de Higgs, en honor a su descubridor, también malamente llamado la partícula de Dios? Cuando leíste que el campo de Higgs es como una melaza que impregna el espacio - tiempo y frena las partículas generando un efecto equivalente a la masa y que cuesta más mover a las partículas que interactúan con esa melaza. ¿Qué te pasó por la cabeza?, además de preguntarte si llegarás a tiempo a la tintorería, se entiende. ¿Dejó alguna marca fundante en tu Inconciente? Y mirá que esto sí es «primera vez de algo». Particularmente después de asegurarme que la tintorería estaría abierta, a pesar de tan magno acontecimiento para la física pensé en el señor Peter Higss cuando vaya a recoger su premio Nobel. Pensé en el contante al que se hará acreedor, ahora  recortado debido a la crisis planetaria.

De todas las partículas que andan por ahí, las que me importan son las que tienen que ver con acelerar investigaciones relativas a combatir enfermedades y el envejecimiento, que no es una enfermedad sino un destino. Y recordé al escritor maldito francés Michel Houellebecq por su libro «Las partículas elementales». Julian Barnes dijo de este libro «Insolente y políticamente incorrecto, es un libro de caza mayor, al revés de tantos otros que cazan conejos».

O sea, no pensé en nada que tuviera que ver con la física, ya que no entendí demasiado sí, en cambio, con la literatura.
Cuando leí por primera vez «Tiro de Gracia» de Marguerite Yourcenar me dije: «Epa, epa, aquí hay algo nuevo y más que bueno». Dejó una buena marca; la misma que dejó «Muerte en Venecia» de Thomas Mann. ¿Cuál es la partícula que hace que ambos textos fluyan en un crescendo hasta explotar como el Big-Bang creando nuevos mundos? La desconozco; aunque intuyo que se llama talento. Y no se crea artificialmente por ninguna inteligencia.

Me permito, haciéndome eco de Houellebecq, sólo eco, sugerir que para dar una primera buena impresión o sea la primera vez que te encuentres con una persona desconocida no te muestres como en realidad sos. Ya llegará el tiempo; para qué apresurar hechos que inevitablemente han de suceder.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo

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