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Venecia

Iglesia Santa María de NazarethMe encuentro en Venecia en una de las iglesias - barroca - más bellas que he conocido. Se trata de la Iglesia Santa María de Nazareth, también conocida como de las Carmelitas Descalzas, donde entre mucho oropel se destaca una Virgen Negra. Escribir sobre la prepotente belleza de esta ciudad es una tarea imposible. Resultará mejor estudiarla en las múltiples guías turísticas que describen detalladamente la historia de puentes, barrios y canales y demás singularidades que la hacen única. Y por supuesto recorrerla, si fuera posible. Es por ello que me detendré en una escena de la que participé, sin proponérmelo.

Cuando entro a dicha iglesia no puedo menos que exclamar un ¡oh!, en un tono que en nada perturba el espíritu que allí impera. Venía de San Marcos y ya sabía que hay que bajar el decibel tanto como se pueda. Un muchacho, ya no adolescente, me tira un ¡Sh! que yo registro como el viejo retrato de la enfermera de hospital con un dedo sobre la boca en señal de silencio. Su ¡Sh! fue mucho más elevado que mi ¡Oh!, hay que aclararlo. Lo miro en plan de presentar batalla; él vuelve a lo suyo. Lo suyo, no es rezar. Lo suyo es un celular que le ilumina la cara como si estuviera en un estudio de televisión. Me pide silencio para leer una carta de amor; tal vez se encuentre revisando su cuenta bancaria; o haya bajado la Biblia y la tenga on line. No lo sé, aunque no veo en su cara el reflejo de una experiencia interior liberadora que lo arrime a Dios. Para nada.

En todo caso esta escena sirve para reflexionar acerca de lo sagrado y lo profano, tema ampliamente trabajado por Mircea Eliade y George Bataille y no tan fácil de deglutir ni de entender de una sola lectura. Basta decir que uno remite a la divinidad y el respeto que se le debe y a su profunda veneración y el otro, a todo lo que no tenga que ver con la religión. Por extensión, un profano, es quien no conoce de un tema. En ese sentido ambos estábamos del lado de lo profano. Yo extasiada con la belleza que se me ofrecía y los ojos me regalaban, él con la tecnología que había logrado comprar.

Sí, estábamos en dos situaciones existenciales distintas, además él sentado y yo parada, luego de subir y bajar escalones. En algún momento escribí desde estas columnas y en relación a las nuevas tecnologías que Dios es Internet; Google su Mesías y los usuarios los feligreses. Una trinidad enmarcada en la pantalla de un celular, una tableta o lo que se tenga a mano. El tiempo no sólo me dio la razón, sino que lo comprobé en vivo y en directo, como se dice en los programas de televisión, donde también existe la pantalla. Ahora, plana e hiper, mega, ultra pixelada y de kilómetros de ancho y 0.15 mm de espesor. De este modo la realidad virtual se ve más bonita que la realidad del acontecimiento, que la realidad misma.

Esta escena me hace concluir que para este joven, la realidad de la Iglesia de las Carmelitas Descalzas se había convertido en una suerte de Carmelitas en Calzas.

No le contesté porque Dios es grande, para cualquier religión, además un agravio lo contesto a quien le veo la cara y este muchacho estaba absorto en su celular. Y porque el dedo medio erguido con los demás cerrados, lo dejo para ocasiones especialísimas.

Pero básicamente recordé que los venecianos llaman, porque así se la denominaba, a su ciudad, La Serenísima. Me hice cargo de ese nombre y ojalá se me estampe en el cuerpo y en el alma por siempre. Además, conlleva las iniciales de mi nombre y apellido. Por algo se empieza.

Tal vez convenga describir una pastillita más simpática que me aconteció. Venecia es una ciudad con escaleras por doquier y viejitas que van al mercado con un changuito que manejan con destreza. Cuando le pregunté a una anciana si era difícil vivir en ese sitio, me contestó no sólo que ya estaba acostumbrada, sino que ella odia «las máquinas» - los autos - que en esa ciudad no circulan. Y que llevaba con orgullo generaciones en ese lugar. Sólo le disgustaba «la invasión barbárica» de gente durante los veranos. Me indicó dónde quedaba el Ghetto Vecchio y quedamos en encontrarnos el próximo año, previa llamada a su hija. Ella también odia el celular.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 22.3.15.

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